Observé su expresión anonada. Sus ojos verdes, exaltados e inyectados en sangre a causa de los químicos se detuvieron, justo cuando el agua golpeó su piel. Sus brazos descansaron a los lados de su cuerpo y permaneció inmóvil, frente a mi sorpresiva y arrebatada acción.
Realmente no sabía como actuar, me sentía confundida e impotente. No estaba al tanto de qué grado de conciencia tenía mi querido amante, ahora perdido en el mundo de los estímulos. Tampoco sabía si era peligroso o si llegaba a medir sus acciones. Sin percatarme de las posibles consecuencias, me dejé llevar por mis impulsos, lo miré a los ojos y luego de mojar su rostro, en un intento de espabilarlo, le hablé claro y firme.
—Hiram quiero que te vayas, báñate o enciérrate en tu habitación, ya no quiero verte, intenta mantenerte de pie y si llegas a vomitar recuerda agachar la cabeza. Por favor no estés acostado —Le dije como si estuviera repitiendo un manual de primeros auxilios perdido en algún lugar de mi mente.
Realmente estaba perdiendo la cabeza, él continuaba parado frente a mí, y su exaltación, como una ola pasajera había pasado, no sé si por el curso natural de los efectos, que rápidamente terminan o por mis exabruptos anteriores que, como un balde de agua fría, lo despertaron.
—Vete Hiram, te lo pido, ¡vete! —Mi voz se volvía cada vez más fina, la valentía, la fuerza, y la adrenalina del suceso imprevisto se alejaban cuando los hechos se volvían más reales y caía a cuentas del daño—. Vete —repetí en un susurro y él se alejó, pude ver sus largas piernas caminar con pesar directo a su dormitorio, algo en mí quería correr hacia él y asegurarse de que estuviera bien, pero no lo hice.
Al cerrarse la puerta delante de mí, me quedé completamente sola. Sumida en una pérdida desolación, los hechos como cascadas de lágrimas fluían por mi rostro, haciéndome estremecer. Me sentía perdida, impotente y frustrada, siquiera podía recordar lo que era mi vida antes de conocerlo, antes de alejarme de todo lo que alguna vez fue mio.
Había perdido el sentido de lo cotidiano, de las rutinas, y el diario vivir. Lo irreal era mi realidad y mi realidad era totalmente irreal.
En medio de las catástrofes, las epidemias, el aislamiento y el amor errante, nuestras esperanzas se transforman en temores y nuestros proyectos en simples y fantasiosos sueños.
Tomé conciencia de mis propios pies y logré dominarlos, recogiendo mis cuadernos y aporreando mi inerte cuerpo me dirigí al exterior. Necesitaba ver el sol, conectarme con el aire y salir por un instante del encierro que me aprisionaba.
Este seguro nuevo mundo, el tortuoso Edén, me protege de los demonios fuera, pero me tortura con sus ángeles dentro.
Los rayos de sol atravesaron mis párpados cerrados, y una brisa cálida golpeó mi piel, me sentí viva, era como si recobrara el sentido y junto con él, mi alma prodiga regresara a mi cuerpo.
Respire hondo y con una bocanada de aire, aunque no obtuve respuestas, logré calmar mis punzantes preguntas, dejarlas a un lado de mi pecho, justo detrás de mi acelerado corazón y continuar.
No sabía a dónde recurrir, ni qué rumbo tomar. Yo era todo lo que tenía. Cuando se tiene mucho que decir, pero nadie puede escucharlo, en ese momento desesperante y vacío, ahí descubrí que el lápiz habla y el papel cobra oídos.
Escribí frenéticamente, sobre mi pasado y presente, obviando mi futuro incierto. Me transporté al jardín de mi hogar, intentando memorizar cada detalle que antes era corriente y ahora, totalmente especial.
La mesa redonda de vidrio en la cual yacían unas cuantas flores rosas y pequeñas, la silla en la que reposaba mi abuela por las tardes y sus manos tejiendo con precisión, revelando los años de duro trabajo que la volvieron experta. El suelo verde y florecido, en el que solía sentarme a leer en voz alta, convirtiéndome en los ojos de esa poderosa, pero cansada mujer.
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El mar en invierno
RomanceTerror, pánico y desenfreno. El mundo colapsa, las calles vacías lloran las horas y no queda ápice de la vida cotidiana. Muerte y desolación, estado de sitio, las autoridades decretan el aislamiento obligatorio y las puertas de las fronteras se cie...