𝘾𝙪𝙖𝙧𝙚𝙣𝙩𝙖. [𝙢𝙖𝙧𝙖𝙩ó𝙣 1/3]

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Una bella seguidora (Daniela Grez) pidió un maratón y no podía no dársela a ella y a todas ustedes que siempre están al pendiente apoyándome 🖤 así que esto es dedicado a ella y a toda la que me lea.🖤

🌼No olviden recomendar la historia con sus amigues lectores, me ayudarían mucho.🌼

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Siempre fui de esos que obtuvo lo que quiso, cuando quiso.

No existía cosa que yo, Inuyasha Taisho, no pudiera obtener...y mis padres se encargaban de conseguirlo, desde un juguete hasta una simple paleta dulce. Sin embargo, nunca fui demasiado ambicioso; conforme me hacía mayor, mis progenitores se ocuparon de hacerme entender que a veces lo todo en la vida podía obtenerse, hablando de cosas más sentimentales y profundas que un simple juguete... pero nunca les creí. Es decir, ellos eran el matrimonio perfecto: ella un ama de casa excelente, la esposa y madre perfecta, una mujer afectuosa y comprensiva; él, el esposo más romántico y considerado, que solía llegar del trabajo cada día con una rosa para mi madre y la saludaría con un tierno beso en los labios mientras yo haría una mueca de desagrado. Parecía ser que me había tocado crecer en una familia privilegiada, tanto económica como afectivamente hablando.

Pero no.

Al cumplir los nueve años de edad, mi padre decidió que ya había tenido suficiente de la ficticia familia perfecta y nos abandonó para recorrer el mundo junto a su asistente, una muchacha veinte años menor que él.

"Me estoy haciendo viejo, Izayoi" lo escuché decir una noche. Ambos se encontraban en la sala discutiendo. "Elena es la mujer que había estado buscando. Ella me hace sentir rejuvenecido."

Esa fue la primera vez que ví a mi madre llorar. Y eso me hizo entender que las familias perfectas no existen; alguna solo corrían con la suerte de amarse toda la vida, pero eso ya no era una garantía válida. No para mí. El amor no aseguró que mi padre de quedara a nuestro lado, su familia no fue suficiente para él. Michael quiso más, una libertad que según él "no tenía".

Una vez que mi progenitor salió por la puerta con su maleta en la mano, no lo volví a ver jamás. Fuimos sólo mi madre y yo por un tiempo, intentando acostumbrarnos al vacío que había dejado mi padre en nuestras vidas. Yo solía escucharla llorar por las noches en su habitación luego de arroparme y cantarme una canción para dormir; el brillo en sus ojos desapareció y aquella Izayoi risueña quedó en el olvido.

No más rosas.

No más besos.

No más familia perfecta.

Un año después, y aparentemente con el recuerdo de Michael Ford superado, me encontraba haciendo mis deberes cuando mi madre me pidió hablar: ella había conocido a un hombre. Yo no lo entendí bien al principio, pues pensé que luego del abandono de mi padre, Izayoi no volvería a estar con alguien más. Me contó que ese hombre la había ayudado cuando nuestro carro de descompuso unos meses atrás y comenzaron a salir esporádicamente: también comentó que este tipo tenía un hijo cinco años mayor que yo, y que ambos estaban emocionados por conocerme.

Con el pasar de los años, pude darme cuenta que si encuentras a la persona correcta, la vida se te reinicia. A mi madre le pasó exactamente eso, pues se había convertido en su mejor versión de madre, esposa y mujer; yo, por mi parte, tuve la dicha de tener junto a un hombre que me tomó como su propio hijo, también de manera legal dándome su apellido cuando cumplí los dieciocho años y quise terminar de desligarme del único recuerdo que mi padre biológico me dejó.

𝑳𝒂 𝑼𝒏𝒊𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒂.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora