𝙑𝙚𝙞𝙣𝙩𝙞𝙘𝙪𝙖𝙩𝙧𝙤. (𝙀𝙨𝙥𝙚𝙘𝙞𝙖𝙡)

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He pasado la mayor parte de mi existencia intentando que algo en mi vida tuviera sentido. 

Desde que puedo recordar, he sido un apasionado nato por la Literatura en general; recuerdo a mi madre y su locura con las galerías de arte, a las cuales me llevaba para contarme por horas y horas sobre todo lo que sabía de cada una de ellas, y yo, lejos de aburrirme, me hallaba fascinado por saber más. Nunca sentí tanto orgullo y admiración por nadie más que por mi madre.

Conforme fui creciendo con los años, me convertí en un auténtico autodidacta: mis tardes y noches se basaban en leer libros como La Odisea, o clásicos de la mitología griega; también solía investigar acerca de todos los autores que llamaban mi atención y luego armar mis propias conclusiones. Todo mi cuarto estaba lleno de notas, apuntes y resúmenes regados por el suelo de mi antigua casa en una ciudad de Sendai, capital de Miyagi.

Nunca he sido un niño normal: es decir, no jugaba con otros niños, ni tenía amigos en la escuela; todos me respetaban y nadie se atrevía a molestarme, y yo estaba bien con eso. Tampoco hacía mayores esfuerzos por caerle bien a los demás, dado a que mi carácter era bastante fuerte; por lo tanto, ningún niño de mi edad quería acercarse a mí.

 Llegada mi adolescencia, ya estaba resignado a vivir cada día de mi vida en soledad sin que me molestase en realidad, pues prefería estar solo en la comodidad de mi silencio sepulcral a convivir en un ambiente rodeado de parloteos y gritos estresantes. Al cumplir los quince años observaba desde lo lejos cómo mis compañeros de clases asistían a bailes, se alcoholizaban y tenían sexo sin saber ni siquiera ponerse apropiadamente un condón; también recuerdo que mi cuerpo estaba en proceso de cambios, cambios que parecían tener efecto en el sexo opuesto. Ese mismo año descubrí que mi madre padecía cáncer ya desde hacía dos años y al parecer se encontraba muy avanzado como para que pudiéramos hacer algo al respecto; yo cada vez me sumía más en la oscuridad de saber que mi vida era una completa mierda, mi padre intentaba hacer hasta lo imposible para no perder a mi madre y ella...estaba en paz, aún sabiendo que podía morir en cualquier  momento. 

Todavía puedo recordar lo mucho que dolía saber que la persona a la cual más amaste en tu miserable existencia podía dejarte en cualquier momento, sin embargo...nunca la vi caer, ni llorar, ni lamentarse. Irasue Taisho era una fortaleza implacable, mi padre y yo podríamos estar desmoronándonos y ella vendría a levantarnos el ánimo. Siempre positiva, murió meses después con una sonrisa en su rostro.

Mi padre lloró y se lamentó durante meses, prendió velas en su nombre, la veló por un día entero y finalmente la incineró dejando sus cenizas en la sala de estar. Su duelo fue de más o menos un año según lo que había observado, y durante ese tiempo solo fuimos él y yo. Ahí fue cuando conoció a Izayoi, una mujer extremadamente hermosa de cabello negro que traía consigo un hijo llamado Inuyasha. 

Para cuando cumplí los dieciséis años, Toga Taisho anunció que se casaría por segunda vez y yo  no me opuse para nada; de hecho aquella hermosa mujer me agradaba mucho. Inuyasha y yo nunca congeniamos, pero tampoco es que nos lleváramos mal, solo...convivíamos armoniosamente.

Años más tarde, y dando por comenzada mi carrera universitaria, mi familia decidió mudarse a la gran ciudad de Tokio para así yo poder asistir a una de las más prestigiosas universidades, en la cual hoy en día soy profesor. Me gradué con honores y en menos tiempo de lo esperado ya que, según todos en aquel lugar, decían que yo era un dotado en las artes y la literatura general. Mi padre fundó una empresa que pronto se hizo muy reconocida en todo Japón, para la cual estuve trabajando por dos o tres años luego de haber estudiado una carrera corta en administración de empresas. 

Allí conocí a Kagura Yoshimura, una colega que se hizo muy cercana a mí gracias a su mal carácter e irritante insistencia: a su lado comprendí el verdadero significado de amistad, ella no me temía, y a mí no me molestaba que estuviera a mi alrededor más de la cuenta. Poco después de conocernos consolidamos una amistad casi inquebrantable, y ella fue la segunda persona en la que confié ciegamente.

Y la perdí. Igual que perdí a mi madre.

Un mes antes de su muerte me confesó que estaba enamorada de mí, amor que no pude corresponder ya que yo no sentía lo mismo por ella; no sabía lo que era amar a alguien, ni me interesaba hacerlo. No tenía intenciones de casarme, ni de conocer a alguien especial que me pusiera el mundo de cabeza; más bien estaba concentrado en tener mi vida lo más ordenada posible, poder manejar la empresa de mi padre sin desatender mis obligaciones como profesor de altas enseñanzas.

 Sin embargo, Kagura tenía todo mi aprecio y lealtad como amigo y compañero. 

Aún tengo recuerdos no muy claros de aquella tarde en la que el edificio se incendió, y es que todo sucedió tan rápido que no pude reaccionar; solo sé que me encontraba esperando por un café cuando todo el desastre se desató: bomberos, gente corriendo y policías interviniendo era todo lo que podía ver claramente, hasta que luego la imagen de Kagura perdiendo el brillo en sus ojos carmesí aparecía en mi cabeza como una tortura constante de la que no podía despojarme.

Así que tenía válidas razones para pensar que mi existencia era una total pérdida de tiempo...hasta que la conocí a ella.

 Y todo cobró sentido.

El primer día que entré en aquel salón recuerdo haber estado furioso con el rector debido a su insolencia: me había forzado a tomar horas con estudiantes de primer año, cuando, desde que puedo recordar, había trabajado con alumnos de tercer año en adelante, dando Literatura avanzada. ¡Sin duda no quería tener nada que ver con mocosos! Era una pérdida de tiempo. Sin embargo,ahora me retractaba completamente.

Sus ojos me hacían sentir en casa, jamás había experimentado una calidez de ese tipo. Con tan solo mirarla unos segundos, mi pecho se apretaba dolorosamente en un revoloteo de mil emociones siendo descubiertas. Mi madre solía decirme que parecía el príncipe de hielo, ya que dudosamente algo podía sorprenderme o emocionarme, a excepción de sus ojos...los ojos de mi madre eran majestuosos y no por su color, sino por lo que transmitían cuando me miraba.

Rin me recordaba a mi madre.

Y sé que pensarán que es una locura, sentirte atraído por una persona la cual te recuerda a tu progenitora...y no creo que nunca nadie logre comprender lo que sentí por mi madre y lo que siento por Rin Konoe, es que mi amor hacia ellas es tan distinto, pero tan parecido al mismo tiempo. Rin me transmitió seguridad desde el día uno, me hizo darme cuenta que, si bien la vida es complicada, con la persona correcta podía ser sobrellevada. Rin es tan fuerte como lo fue mi madre, y eso era merecedor de todo mi respeto.

Respeto como el que le tenía a Kagura.

Amor como le tuve a mi madre.

Han pasado solo unos meses desde que la vi por primera vez en la universidad, pero desde un primer instante sentí que estaba listo para confiar en una tercera y ultima persona de manera absolutamente ciega y peligrosa.

Pero jamás estaría dispuesto a perderla.

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¡Hola hola! soy yo otra vez, tal vez parezca un tanto aburrido este capítulo, pero me agradó la idea de que estuvieran en la mente de Sesshomaru al menos por un rato. ¿Les gustaría que hiciera otro capítulo desde su punto de vista? ¿O desde el punto de vista de Rin?Déjenmelo saber en los comentarios.🖤🖤🖤🖤

Espero hayan disfrutado de la lectura, hasta el próximo capítulo😘

𝑳𝒂 𝑼𝒏𝒊𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒂.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora