𝘿𝙞𝙚𝙘𝙞𝙨é𝙞𝙨. 𝙈𝙖𝙧𝙖𝙩ó𝙣 2/2

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Aquella noche comieron sumidos en una conversación que pareció eterna. Sesshomaru aprendió que Rin era muy curiosa, y de a ratos le costaba seguirle el hilo de la conversación puesto a que hablaba demasiado. Por supuesto, ese detalle no cambiaba el hecho de lo mucho que le atraía, tanto física como emocionalmente.

Era algo completamente nuevo para él.

Pese a hablar demasiado y de muchos temas, ninguno de los dos se atrevió a indagar profundamente en la vida del otro, ni mucho menos en su pasado. O eso creían.

A la una de la mañana, ambos se encontraban sentados en el suelo con tres botellas de cerveza vacías puestas entre ellos y sus espaldas estaban recostadas contra el sofá de aquella amplia sala. Los dos se sentían tranquilos en compañía del otro y ya no estaban hablando: sesshomaru de por sí no era muy conversador y Rin...estaba algo ebria.

La azabache miró a su profesor, quien se encontraba con los ojos cerrados como si estuviera descansando. Su perfil era sumamente perfecto, rostro cincelado y sus ojos...sus ojos eran dos lagunas color oro dignas de admirar, y ella podría considerarse fanática.

Todavía le costaba creer que se encontraba en el penthouse de un hombre casi diez años mayor que ella, el cual estaba considerablemente cerca, y sumado a que se sentía algo confundida por el alcohol...finalmente se sintió en total confianza para que su adorado peliblanco supiera un poco más de ella.

— No soy virgen.— soltó así, de repente y sin filtro alguno. Sesshomaru inmediatamente abrió los ojos y la miró fijamente.

— ¿Qué?— no podía evitar sentirse confundido. ¿Acaso estaba abriéndose con él?

— Lo que escuchaste. No soy virgen.— se sonrojó— Y no es que...lo esté diciendo porque busco algo con usted.— murmuró avergonzada, aunque una parte de ella gritaba que era una mentirosa— Lo digo porque... confío en usted y... sé que nunca me juzgaría.—

El peliblanco sonrió de lado.

— No veo por qué hacerlo. Yo no soy quien debe apuntar a alguien con el dedo, porque somos seres humanos y todos cometemos errores.—

— Y si...cometes una error una vez y sabes que está mal, pero luego lo vuelves a hacer, una y otra vez, sin arrepentirte de hacer daño a otra persona...— tragó con dificultad— ¿Aún así nadie puede juzgarte? ¿Porque eres un ser humano y cometes errores?— lo miró y Sesshomaru se quedó sin palabras. ¿Dónde estaba tratando de llegar con aquella pregunta?

— Rin...— susurró él volteando a verla— ¿De qué...hablas?—

— Nada...— suspiró— Olvídelo, solo... tenía esa duda.—

— Lo dije una vez y lo volveré a decir...puedes confiar en mí.— se acercó a ella y acarició su rostro con los dedos— Cuando sea, a la hora que sea.— la miró a los ojos. La joven no pudo articular palabras, su garganta dolía. De pronto quería contarle todo y refugiarse en sus brazos. Estaba cansada de fingir.

— Gracias...— fue lo único que se atrevió a decir. Su mano se posó sobre la del peliblanco y cerró los ojos, en un intento de alejar tantos recuerdos de su mente.

— Mi madre murió cuando yo tenía quince años. De cáncer.— susurró, pues no había necesidad de hablar más fuerte ya que ambos se encontraban muy cerca del otro— Yo me encontraba en una etapa difícil y...ella simplemente se fue.—

— Entiendo...— susurró. Y realmente lo hacía— Mis padres murieron cuando yo era muy pequeña, no recuerdo nada de ellos.— se acercó más a él, como atraída por su calor— Pasé la mitad de mi vida en orfanatos siendo explotada.— en ese punto sus labios se encontraban demasiado cerca.

— Si te hubiera conocido antes...— se inclinó un poco más, rozando sus labios con los de ella.

— ¿Q-qué hubieras hecho?— dijo ella casi sin aliento.

— Te hubiera protegido.— concluyó para unir sus labios a los de ella en un beso lento, sin prisas. A Rin le tomó unos segundos seguirle el beso, pero cuando lo hizo, no pudieron parar.

Se besaron una y otra vez, cada vez con más necesidad, como si fuera todo lo que habían estado esperando por años. Sesshomaru tomó su rostro delicadamente profundizando el beso, y Rin se sostuvo de sus hombros inclinando su rostro para poder amoldarse a su ritmo. Sus lenguas se encontraron a mitad de camino, entrelazándose casi de manera experta, ambos cediendo al deseo que los había estado carcomiendo por días.

La velada culminó con ellos recostados en la cama king-size del Taisho mayor, mirándose y, en cada oportunidad que tenían, se besaban sin ir más lejos.

Rin se durmió pensando que esa noche fue perfecta.

𝑳𝒂 𝑼𝒏𝒊𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒂.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora