Cincuentaiocho.

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Luego de lo que fue casi un día entero afuera de su hogar, Izayoi entró a la sala dejando salir un profundo suspiro. Una suave música se podía escuchar de fondo, clásica tal cual ella estaba acostumbrada; el olor a jazmines mezclado con vainilla llegaron a sus fosas nasales haciéndola sentir en casa. Todo estaba impoluto dejándole nada para hacer, excepto tal vez cocinar algo para distraerse de tantas cosas que aún debía procesar.

Casi por inercia, su cuerpo se desplazó hacia la cocina y urgó en el refrigerador pensando en qué hacer. ¿Algo dulce o salado? ¿Saludable? ¿Grasoso? ¿Qué tenía ganas de comer en ese momento? Su voz interior no la estaba ayudando mucho a tomar una decisión, más bien se encontraba repasando todos los eventos más recientes intentando entender y, si pudiera, ayudar a su querida Rin a salir de todo eso. Todos aquellos pensamientos la tenían distraída mirando a un punto fijo. Tan así era, que en ningún momento se percató que su esposo la estaba abrazando como gesto de consuelo y que, inconscientemente, había comenzado a llorar.

Su corazón se encontraba destrozado. No solamente se sentía impotente por no poder proteger a Rin, sino que se sentía muy triste por lo que Naraku había resultado ser. Él era un gran amigo, y siempre se mostró compasivo y dispuesto a ayudar a su prójimo. Por todo eso, no entendía cómo había sido capaz de dañar a tal magnitud la integridad física y psicológica de su propia sobrina.

Inu No la estrechó entre sus brazos, compartiendo el dolor como si su esposa ya supiera todo lo que acontecía. No sabía exactamente cómo habría ella de tomar semejante noticia, ya que él estaba luchando por entender y manejar todo lo que su viejo amigo había confesado. Suspiró y, besando su cabeza, esperó pacientemente a que Izayoi se calmara para luego prepararle una taza de té. Ambos en silencio tomaron asiento en la sala y mantuvieron su vista en la alfombra como si ésta fuera de repente más interesante que el tema que deberían hablar.

— Querido...— susurró la pelinegra, aún no atreviéndose a mirarlo a los ojos. ¿Cómo le contaría sobre la traición de su mejor amigo sin que luego Inu No perdiera la cordura?

— ¿Cómo está Rin?— comenzó él, el estado de salud de su nuera le parecía algo un tanto más importante y más fácil para llegar donde quería.

— Ella está mejor. Su terapeuta la está acompañando y estuvo con ella desde el primer momento. Es un buen hombre.— sonrió de lado— Mañana le darán el alta por la mañana y podrá volver a casa, pero deberá guardar reposo por unos días. Ha tenido un gran disgusto.— tragó con dificultad.

— Ya lo creo...—

— ¿Dónde está...Naraku?—

— Se ha ido.—

— Oh...—

Poco a poco la tensión se iba acrecentando entre ambos. Ninguno se animaba a dar el primer paso, siendo que, en realidad, ambos ya estaban al tanto de todo.

— Debo hablar contigo sobre algo.— habló el patriarca del hogar momentos después.

— Yo...yo también.— susurró su esposa— Es un tema delicado y...— sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas, pues el sentimiento de traición que sentía en su pecho la entristeció.

— Así que lo sabes...¿Rin te lo contó?— cerró los ojos con fuerza.

— ¿Tú también lo sabes, Inu No?—

— Naraku me lo confesó antes de que lo echara de aquí.—

— Oh dios...— sollozó.

— Iba a inventar algo en caso de que preguntaras por él pero...tarde o temprano debería decirte todo y..más allá de que lo supieras o no, no puedo ocultarte nada, cariño. Sé que es duro porque Naraku es nuestro amigo pero...— suspiró— No lo sé. Ni siquiera sé qué decir.—

𝑳𝒂 𝑼𝒏𝒊𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒂.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora