2. A solas

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Capítulo 2| A solas

La universidad es enorme, varios campus, adolescentes rebeldes por todas partes, de todos los estatus. Hoy es mi primer día como profesor en la carrera de medicina, no me encuentro para nada nervioso siendo sincero.

Estoy vestido formalmente, junto a un saco oscuro, una camisa, una corbata negra, y unos jeans. Quiero causar una buena impresión, tanto a los profesores como a los estudiantes.

Entro al salón sentándome en mi escritorio y me dispongo a ordenar algunos papeles y elegir el tema que voy a tratar la clase de hoy. A los minutos varios jóvenes riendo entran, acomodándose en sus asientos. Giro sobre mis talones y escribo en el pizarrón mi nombre con tiza blanca.

—"Gael Wareer" —subrayo. Doy media vuelta y observo a todas las personas que se encontraban allí. Pero unos ojos ámbar llaman mi atención, pensé que no la volvería a ver jamás. Retiro lo dicho destino, no te aborrezco. Una sutil sonrisa se esboza en la curva de mis labios, sin pensarlo.

—Buenos días estudiantes. Soy Gael Wareer y estaré enseñando anatomía humana. Espero que nos llevemos bien y encuentren su verdadera pasión por la medicina. —informo amablemente. Observo por más tiempo el rostro de mi Esmeralda, admirando la angelical belleza que desatan sus facciones.

Está más crecida, se vé más madura.

Hace cuatro años la conocí en un casino bebiendo alcohol. Algo muy incrédulo ya que era menor de edad, no deberia estar en esos lugares. Yo me encontraba a unos centímetros, bebiendo de igual forma. Ella, tan directa como siempre, se encargo de cruzar mirada con la mía y sostener mi mano guiándome a una habitación de hotel. No pude evitar probar de sus labios y ¡Joder! Esa chica era experta en besos. Besaba con tanta fluidez y algo descriptivo de ella, que podría correrme de tan solo besarla. Esa noche no tuvimos relaciones, aunque ella me lo había insinuado, más bien los efectos de alcohol lo hicieron.

Aquella noche probé su delicioso sabor, la masturbe con dos dedos sintiendo su coño apretado. Lo cual cada vez que lo pienso mi miembro se pone erecto. Pude ver por primera vez a una chica gemir mi nombre y puedo decir que me fascino.

La clase continua con algunas explicaciones y muy poca tarea, es el primer día, quiero que se relajen. En toda la hora le dedique algunas sutiles miradas de reojo hacia la castaña que yacía sentada en la fila de medio. Su mirada cruza con la mía por primera vez en todo el día.

El sonido del timbre resuena y los jovenes universitarios comienzan a marcharse del salón. Sin embargo, la presencia de la castaña aun sigue aquí.

El lugar se encuentra vacío salvo por nuestra presencia. Mi respiración comienza a agitarse al verla acercarse hacia mí, moviendo con sutileza esas caderas que tiene. Esmeralda no está nerviosa, al contrario se encuentra relajada. Tal como si de estar con un profesor en un salón vacio fuera de lo más normal y cómodo.

No actuaba como si me conociera, es común, estaba ebria. Al segundo día de seguro se habrá olvidado de lo sucedido, aunque yo no puedo decir lo mismo. Su esencia, sus gemidos, su cuerpo.

Todo de ella se quedó grabado en mí como un tatuaje.

—Algo de ti se me hace conocido, siento haberte visto en alguna parte de mi vida. —rompe el silencio pasando por el escritorio hasta quedar en frente mío. Por mi parte me encuentro sentado en la silla, con la espalda apoyada en el respaldo, observandola con suma curiosidad.

Todo de ella destella curiosidad. Esmeralda viste una sencilla blusa blanca con botones en el medio junto a unos shorts negros que le llegan hasta los muslos.

—Pues no lo sé, quizás nos cruzamos sin querer. Chicago no es muy grande como parece, tal vez podemos ser vecinos y no lo sabemos.—respondo.

Claro que la conocía, como olvidarla. Pero ella no debía saberlo, no por ahora. Estallaría de la vergüenza, mostraría indiferencia hacia mí y me ignoraría por completo. Lo que menos quiero es su indiferencia. Realmente no sé por qué me intereso tanto por esta chica, solo sé que tiene algo diferente a las demás que llama mi atención y me hace desearla.

—¿Cuántos años tienes?—indaga sentándose con las piernas cruzadas en el escritorio, centrando su atención en mi. Me fascina su soltura, no es tímida para nada y eso me agrada.

—Veintiséis.—murmuro. Siento su silencio y enarco una ceja, acercándome más hacia ella. —¿Y tú? ¿No me dirás tu edad? —agrego extrañado. Ladea la cabeza y se baja del escritorio en un divertido salto a mi parecer.

—No es algo que considere importante que sepas. Pero puedes estar tranquilo, tengo más de dieciocho.—murmura acortando la distancia. Frunzo el ceño confundido ante su cercanía, tiene sus labios tan cerca de mi que puedo besarla de nuevo.

Sin embargo, no puedo. Debo controlarme.

Se sienta en mi regazo apoyando sus piernas al alrededor mío y provoca que mi miembro se coloque duro de sentir su trasero contra mí. Intento disimularlo dedicándole una sonrisa nerviosa. En cuestión de segundos elimina todo centímetro de distancia y junta sus labios contra los míos en un beso que comenzó lento para luego tornarse a uno más apasionado. Suelto un gruñido y oigo un suave jadeo de su parte. Llevo mis manos lentamente a las curvas de su cintura y la atraigo más a mí.

Sorprendentemente no escucho queja de su parte.

Suelto un gemido cuando introduce su lengua en mi cavidad bucal y enredo mis dedos suavemente en su cabello. Pasa su lengua por mi labio inferior antes de separarse para coger aire. Sus labios puros te hacen sentir en el jodido paraíso. Nos miramos fijamente por unos segundos y al instante se alejó de mí. alejarse.

—Ese.—hace una pausa.—Es mi beso de los buenos días. —susurra cerca de mis labios. Sonrío ampliamente cuando escucho aquello.

—Entonces estaré esperando el beso cada mañana.—murmuro. Ladea la cabeza sonriendo. Se ve tan angelical cuando sonríe, la hace verse inocente. Esmeralda transmite pureza e inocencia. Y eso me agrada.

—Bonita mañana, profesor. —se despide. Sigo con la mirada cada uno de sus movimientos hasta ver como se marcha del salón. Dejándome no solo con un miembro erecto sino con aun más ganas de volver a sentir esos labios contra mí y sentir el tacto de todo su cuerpo.

Ella es tan deseable. No solo es deseo, también es curiosidad de saber quién era mi pequeña Esmeralda.

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora