Capítulo 45

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Cuanto más me voy acercando a la puerta de nuestra habitación matrimonial, oigo los agudos lloriqueos de una de las bebas y varios sollozos de parte de mi amada. Suspiro pesadamente con una ligera sonrisa en la curva de mis labios antes de abrir la puerta.

Pero antes de que pueda abrir la puerta, se me adelanta Charlotte con apariencia desesperada y sin aliento. Le dedico una mirada confundida e intento ver lo que esta sucediendo dentro de la habitación por la puerta entreabierta.

—No deja de llorar. —anuncia dramáticamente. Abro los ojos y enarco una ceja extrañado. Presiono mis labios en una linea y la miro fijamente por unos segundos.

—¿Quién? —pregunto frunciendo el ceño. Me mira por unos minutos con la boca abierta y rodea los ojos ladeando la cabeza. Ambos nos dedicamos miradas con ceño fruncido y aseguro que estamos pensando lo mismo. Ninguno puede creer que el otro sea su hermano.

—Si serás...—coloca los ojos en blanco. —¡Tu mujer! —agrega con los ojos fuera de sus orbitas. Escucho pasos acercarse hacia nosotros y noto de reojo como Dafne camina extrañada hacia donde nos encontramos.

—Oigan, ¿Qué esta sucediendo aquí? ¿Qué son esos sollozos? No puedo terminar de estudiar. —explica confundida. Un silencio se hace parte de nosotros y solo se oyen de fondo los sollozos de Esmeralda y algunos lloriqueos de una de las bebas. —¿Es mi hermana la que esta llorando? ¿Se encuentra bien? —añade con cierta preocupación.

—¡No! ¡No me encuentro bien! —exclama entre sollozos Esmeralda desde el otro lado de la puerta. Suspiro y me adentro a la habitación decidido, dispuesto a saber que es lo que esta ocurriendo.

Observo con confusión y preocupación la escena, mi amada se encuentra en la cama con Rose en brazos y demasiados pañuelos esparcidos en el suelo. Me percato de que Bella se encuentra medio dormida en su cuna y también noto lo preocupante que se ve la apariencia de mi mujer.

Simplemente no era ella.

No existe rastro de maquillaje en su rostro y notorias ojeras se hacen presentes debajo de sus ojos. En sus ojos ámbar yacía un potente brillo de las lagrimas retenidas en sus pupilas. Era cierto mi amada no deja de llorar.

Pero ¿es posible que la maternidad le haya afectada de tal manera?

Me acerco cautelosamente hacia ella y cuando se percata de esto me dedica una triste mirada haciendo un puchero con sus labios. Me encoge el corazón verla así, jamás me gustó ver llorar a alguien que amo y a Esmeralda... a Esmeralda la amo más que a mi vida misma.

—¿Me quieres contar que sucede? —cuestiono lentamente secando una lagrima ser derramada por su mejilla. Me mira fijamente en silencio y respira hondo armándose de valor. Debo admitirlo, en estos momentos la mujer que amo se asemeja demasiado a una niña pequeña.

—Rose no deja de llorar. He hecho todo, absolutamente todo. Pero ya no se que hacer, nada funciona. ¡Nada! —hace una pausa. —Le he cantado, le he dado el pecho, he caminado de aquí para allá intentando que se duerma y ¡nada! No me quiere, lo he dicho.

—No, claro que te quiere. Eres su madre. —me adelanto a decir.

—Entonces soy una mala madre. —se excusa. Coloco los ojos en blanco y niego incrédulo.

La médica que atendió el embarazo me había dicho que tal vez los primeros días de maternidad podrían ser difíciles de sobrellevar para la madre, pero jamás pensé que serían así ni que la maternidad influiría tanto en los cambios emocionales de Esmeralda.

—Vale, amor mírame. —exijo autoritario. Entreabre los labios, pero baja la mirada avergonzada. Resoplo y alzo su mentón para que acate a mi orden. —Eres una increíble madre y Rose llora porque simplemente es una bebe. No sabe siquiera lo que está sucediendo a su alrededor. —hago una pausa. —¿Has pensado que quizás llora asi porque tiene el pañal manchado? —agrego curioso.

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora