Capitulo 30

829 33 0
                                    

Siento el leve apretón que me brinda su mano entrelazada a la mía, estaba nerviosa, lo presiento. Hace algunas horas habíamos llegado a la comisaria, como le había prometido no me separe de ella en ningún momento. Esmeralda había reconocido al principal culpable, Esteban, para luego salir a pasos veloces a beber un café de la maquina expendedora que se encontraba en el lugar. Esmeralda solamente bebía cafeína cuando los nervios la consumían y no tenía ganas de pensar.

Un oficial se nos acerca haciéndonos una seña de que era hora del juicio que determinaría la condena que le darían a aquellos delincuentes que hirieron cruelmente a mi pequeña. Realmente espero que le den cadena perpetua, que se pudran entre las rejas.

—Bien, que pasen los acusados.—ordena el juez en un ademán dirigiéndose a un oficial el cual asiente en afirmación. La mirada de mi Esmeralda se encuentra perdida, como a veces suele suceder, fijada en algún punto especifico que no sea mirando al frente. La entiendo mas que nadie, esto no era fácil para ella pero me tenía a mi y nunca la dejaría.

A los varios minutos un Esteban esposado se hizo presente, siendo escoltado por un oficial obligándole a caminar sin alguna sutileza. Los ojos del idiota se clavan en mi Esmeralda, observándola con notorio odio. Agradezco que mi pequeña se encuentre tan perdida en sus pensamientos que no se haya dado cuenta de aquella mirada. Luego de unos segundos comienzan a caminar uno por uno los cómplices siendo escoltados por distintos oficiales. La sala en cuestión de segundos se ha llenado, dejando muy pocos lugares vacíos.

—¡Demos comienzo con el juicio!—anuncia el juez haciendo resonar el ruido del mallete llamando la atención de todos y cada uno de nosotros.

—Su señoría puedo asegurarle que mi acusado nunca quiso golpear a la señorita Esmeralda con intención de herirla. El señor Esteban la aprecia mucho a la joven y nunca quiso que terminara en las condiciones que lamentable tuvo que llegar.—se excusa el abogado del imbécil. ¡Patético! Observo a lo lejos el ceño fruncido en indignación por parte de Esmeralda, juro que estaba queriendo mandar a la mierda a aquel hombre.

—¡Mentira!—alza el tono de voz levantándose de su asiento Esmeralda. La paciencia nunca fue lo suyo y lo comprendo. Bob quien había llamado hace varias semanas contándole el caso de mi pequeña el cual acepto llevar a cabo, le hace una seña de que mantuviera la calma.

—Cálmese señorita.—interrumpe el juez en reproche.

—Su señoría ante todo disculpe a la joven, le pido que entienda que para la denunciante todo esto es muy complicado de sobrellevar. Sobre lo que dijo aquel hombre, estoy totalmente en desacuerdo. Las heridas y los golpes que le provocó a la denunciante son hechos con la cruel intención de acabar con su vida. Puede apreciarla pero no podemos negar que quería matarla. Y de otra manera lo hubiera conseguido el acusado si no interrumpía aquel chico que gracias a él, Esmeralda hoy esta viva.—defiende Bob. Asiento orgulloso del profesional abogado que además de gran amigo era casi como un padre para mí.

—Señorita Hastings le pido por favor que pase a declarar.—propone el juez causando que mi Esmeralda exhalara hondo y en absoluto silencio se dirigiera a la silla a unos centímetros del hombre donde declararía. Antes de comenzar a hablar me dedica una mirada quizás buscando apoyo, el cual no dudo en transmitírselo en un asentimiento de cabeza. Ella suspira y comienza a hablar.

—Varias veces me había amenazado con que si no le pagaba la cantidad de dinero que le debía, iba a lastimarme sin piedad. Nunca fui millonaria, me era imposible poder conseguir la cantidad de efectivo que él quería. Saliendo de la universidad, junto a sus cómplices, quienes no los pude reconocer ya que llevaban puesto un pasamontañas, me aprisionaron en un solitario callejón. La única persona que podía reconocer ya que no llevaba nada ocultando su rostro, era Esteban.—hace una pausa, hundida en recuerdos.—Me lanzó contra el suelo bruscamente, uno de los hombres me sostuvo haciéndome quedar de rodillas y Esteban comenzó a golpearme varias veces en el estomago, causando que el respirar se me dificultara. Cuando se cansó de ello me abofeteó tan fuerte que provoco que perdiera el equilibrio cayendo acostada al suelo. Intento humillarme pero no se lo permití, eso causo su furia y que comenzara patearme repetidamente. Fue cuestión de segundos para que sus secuaces se unieran copiando la acción del monstruo...

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora