16. Empatìa

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Se ve tan feliz, inocente, pura. Esa tierna sonrisa posada en la curva de sus labios me hacen sentir vivo, lleno, por primera vez en veintiséis jodidos años de mi vida. La veo como lleva un arrollado de sushi a la boca, disfrutando de su sabor. En el camino a su boca un poco del arrollado del sushi se cae al suelo. Sonríe avergonzada bajando la mirada.

—Entonces...—hace una pausa fijando su atención en mí. — ¿Me quieres contar que es lo que está mal para que estés así? —indaga causando que soltara un leve suspiro. Esmeralda es muy observadora, tanto o incluso más que yo. Cada detalle lo nota, y es imposible negar mis emociones ante ella, por más que lo intente.

Ante todos me muestro como un hombre frio, serio y sin sentimientos. Esa es la apariencia falsa que le daba a cada persona que se me acerca. Nunca fui una de esas personas transparentes, pero con mi pequeña Esmeralda es completamente diferente. Con ella siento que puedo ser yo mismo, sin tener que ocultar mis sentimientos.

Solo tal vez, me he cansado de ocultar como realmente me siento. Quizás porque no tuve a nadie más que a mi hermana cuando estaba en el país, que me diera un abrazo o simplemente estuviera allí, consolándome.

Pero ahora todo es diferente. Porque la tengo a ella, a mi Esmeralda.

—Hoy es uno de esos días en los que me encuentro reviviendo el pasado. —hago una pausa preparándome para lo que iba a decir. —Mis padres fallecieron en un accidente aéreo, cuando el avión cayó y luego de unas largas horas, los únicos sobrevivientes de la tragedia éramos mi hermana y yo. —suelto con la mirada perdida. Esmeralda se muerde el labio inferior y se acerca a mí colocándose a ahorcadas, pegando su pecho con el mío en un fuerte abrazo. Sin pensarlo llevo mis brazos a su espalda atrayéndola más a mí.

Se siente tan bien tener a alguien. A la chica que necesite toda mi vida hoy está aquí, abrazándome con fuerza y depositando leves besos en mi espalda. Ella está allí, eso me hace sentir bien, feliz, en paz.

Se separa del abrazo posando su mirada en mí. No logro descubrir lo que transmiten sus ojos, por sus expresiones puedo suponer que demuestra empatía. Una de las primeras y pocas personas que demuestra empatía por el otro.

La humanidad esta tan jodida por falta de empatía.

—No puedo entender tu dolor, porque quizás nunca pase por el momento de superar una pérdida de un ser querido. Tampoco diré que lo siento porque no me convertiré en una persona ordinaria como las demás. —dice indiferente. Sonrío levemente ante su sinceridad. Me encanta que fuera así, tan directa y no hipócrita como la mayoría de las personas. —Solo te diré que eres una de las personas más fuertes que conozco, eres el guerrero que construye esta ciudad y supera dolorosas batallas, eres el médico que salva vidas todos los días de su existencia, eres el profesor que enseña anatomía tan jodidamente bien. —río ligeramente al escuchar aquello. —Y eres el hombre que esta reparan... —se calla inmediatamente dejando las palabras en el aire.

Pasa saliva dificultosamente, sus músculos se tensan a los pocos segundos y se aferra más a mí uniéndonos en fuerte abrazo nuevamente. Con preocupación y necesidad la aferro más a mí posando mis manos en su espalda. Se queda unos minutos en absoluto silencio, nadie se inmuta en decir una palabra. El ambiente está sumido en un profundo silencio.

Necesita su espacio y yo se lo iba a dar. Aunque por dentro me aniquilen las dudas y varias suposiciones de lo que quiso decir, no le insistiría. Sé que no quiere hablar de ello y no la iba a obligar jamás. Si quiero que me cuente su pasado, el por qué es así, quiero que lo haga cuando ella lo decida y lo necesite. No porque se siente presionada.

—No te conviertas en un prisionero del pasado, no lleves esa cadena contigo al presente, como un criminal sin justa causa tras las rejas de sucesos que ya transcurrieron y que no puedes retroceder el tiempo para cambiar lo que sucedió. Así que deja de culparte, porque no tienes la culpa de absolutamente nada. —asegura sin dejar de abrazarme. Se separa del abrazo mirándome nuevamente, quien la observo asombrado y con un gran cariño por tener a mi amada conmigo.

—El verdadero culpable es el destino, no tu. —susurra cerca de mis labios, aún sin juntarlos. Por alguna razón desconocida esa frase me ha provocando un alivio tranquilizador en lo profundo de mi ser.

Tantos años culpándome por lo sucedido y no fue así. Yo no fui el culpable de que el avión estrellara, el destino decidió que fuera así. El destino optó por ser tan hijo de puta, por hacerme perder a las personas que mas llegue a querer en un momento de mi vida. Soy un sobreviviente, aún sigo aquí, debo de vivir la vida que ellos no pudieron vivir.

Veintiséis años culpándome por una mentira.

— ¿Sabes cuánto te quiero, pequeña? —cuestiono dejando suaves caricias en su mejilla. Ella sonríe mininamente juntando nuestros labios en un beso lento que dicta de ser suave. Probar de sus labios me hace sentir tan bien conmigo mismo.

Se separa de mis labios para luego pasar sus manos por debajo del gran buzo largo que lleva puesto, observo divertido la escena de como hace unos movimientos extraños en su espalda debajo del buzo aún este cubriendo su cuerpo. En cuestión de segundos lanza el sostén que se había desabrochado recientemente a un lado.

—Es incomodo además duermo sin sostén. —aclara encogiéndose de hombros. Ladeo la cabeza sonriendo divertidamente. Sus pezones se transparentan debajo de la tela del buzo y sus pechos se notan un poco más pequeños que con el sostén puesto. Realmente es una imagen sensual y excitante ante mi vista.

—Anda, vamos a dormir. Estas cansada, lo puedo notar en tus ojos. —murmuro ladeando la cabeza levantándome del sillón, tendiéndole la mano. Junto a una sonrisa acepta mi mano entrelazando sus dedos con los míos dirigiéndonos hacia la habitación. Esmeralda suele tener las manos frías, siempre es así. Cada vez que siento el tacto de su piel, se encuentra fría. Algo muy particular de ella.

Yo soy lo contrario a ella. Mi cuerpo vive embargando un calor térmico un tanto placentero, no soy una persona friolenta. Mi pequeña Esmeralda es lo contrario y me lo asegura las pocas veces que dormimos juntos. Las frazadas siempre se las termina llevando ella dejándome un tanto destapado.

Es divertido verla dormir, cada vez que tiene frio y estar tapada con la frazada no le embarga el calor suficiente, se abraza a mi pecho escondiendo su rostro en mi cuello. Disfruto tanto de su cercanía, tener a mi pequeña conmigo es simplemente perfecto.

Suena el ruido de una llamada perteneciente al celular de Esmeralda. Noto como esboza una mueca y contesta la llamada. Decido darle su espacio mientras procuro preparar la cama para dormir juntos. Ella se adentra al cuarto de baño y cierra la puerta.

Puedo escuchar cosas como "Solo fue una vez, no puedes chantajearme." "No te atrevas a hacerlo." "Te lo pagare, lo prometo."

Luego de unos segundos sale del baño acercándose a mí. Me dedica una mínima sonrisa y deposita un casto beso en mis labios. En algo se encuentra adentrada, lo percibo, pero también sé perfecto que no me lo diría. En absoluto silencio nos acostamos arropándonos dentro de las frazadas.

Esmeralda se acerca a mí abrazando mi pecho y su rostro reposado cerca de mi cuello, como suele ser siempre. Paso un brazo por su cintura atrayéndola más a mí, no quiero que se vaya de mi lado pero sé que mañana lo haría. Con ella me sucede algo que nunca pasa cuando estoy con otra persona. Me brinda tranquilidad, paz.

Mi Esmeralda es como una tormenta. A veces decide llover fuerte resonando con ella ruidosos truenos y otras simplemente es una calmada llovizna.

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora