18. Confesiones bajo el alcohol

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Allí la veo, se encuentra sola, luce un vestido que le queda jodidamente sexy y se encarga de marcarle esas fantásticas curvas que tiene y sus atributos. Había estado bebiendo, de otra forma no estaría fuera de una discoteca. La duda que abarca mi ser es si ha estado drogándose. Realmente espero que no, desde que descubrí su uso a esas sustancias toxicas, comencé a preocuparme.

Esas mierdas te pueden llevar a la muerte, pueden robarse tu identidad con los cambios que van provocando sus efectos en ti.

Aparco el automóvil bajándome de el y me dirijo hacia donde estaba ella a pasos anchos y rápidos. Tiene la mirada perdida tanto que no se da cuenta de mi presencia no hasta unos minutos luego. Está abrazada de brazos, intentando darse calor a si misma. El aire de Chicago es frio y más a la noche, sin dudar le coloco sobre sus hombros el saco negro que llevo puesto. Froto mis manos en sus brazos propinándole un poco de calor e intentar quitarle ese frio que provoca que su preciosa piel se erice.

—Viniste.—murmura sorprendida al verme. Entrelazo mi mano con la suya y nos dirigimos hacia el automóvil aparcado. Me posiciono en el asiento piloto y ella en el copiloto, le dedico una mirada confundido y sonriente. La sorpresa con la que había dicho aquella palabra, me ha confundido.

«¿Por que se sorprendía? ¿Acaso pensaba que no iba a venirla a buscar? »me pregunto a mi mismo.

—Claro que iba a venir cariño, jamás te dejaría sola en medio de la noche y en este estado.—hablo ladeando la cabeza. No contesta, solamente entreabre los labios, se abrocha el cinturón de seguridad y fija su mirada en la ventanilla. La miro por unos segundos intentando descifrar que es lo que le sucede antes de comenzar trayecto hacia mi casa.

En el trayecto procuro dedicarle varias miradas de reojo para ver si se encuentra bien, ella parece estar en otra realidad. En todo el viaje no se inmuta en decir alguna palabra, su silencio me preocupa y a la vez me causa curiosidad. No puedo parar de pensar si alguien le había hecho daño dentro de aquel lugar, eso me coloca los nervios de punta.

Sonrío al verla dormida con su rostro apoyado en el cinturón de seguridad, se ve tan tierna y angelical. Esmeralda dormida simplemente es belleza exclusiva. Estaciono el auto en la acera, procuro desabrocharle el cinturón y paso un brazo por su espalda y otro por sus rodillas, sosteniéndola en mis brazos. Entro a casa empujando la puerta con un pie y me encamino con ella en brazos a la habitación.

—Puedo caminar sola, estoy ebria no paralitica.—ironiza soltándose de mis brazos. La miro con el ceño fruncido por su actitud. Me fascina su carácter pero no su falta de respeto.

—Bien, vámonos al baño. Un baño caliente siempre viene bien para una mala ebriedad.—digo acercándome hacia ella intentando sostenerla del brazo pero ella se suelta bruscamente alejándose unos pasos hacia atrás.

—No necesito un baño, estoy bien.—se excusa llevándose una mano a su frente esbozando una mueca extraña. Le duele la cabeza, se siente mal, lo noto. No se cuantos tragos habrá bebido pero si sé que las consecuencias del alcohol están haciendo efecto en ella ahora mismo. Suspiro acercándome a ella con cautela.

—No mientas Esmeralda, déjame cuidarte.—pido sosteniéndola de un brazo suavemente. Ella coloca una mano en mi pecho sin ejercer presión y en cuestión de segundos corre hacia el cuarto de baño cerrando la puerta de por medio. Suspiro preocupado. Rápidamente entro al baño y allí la veo.

Mi pequeña amada se encuentra en el retrete expulsando todo lo que había ingerido. Me acerco hacia ella y le sostengo el cabello quitándoselo del rostro para que no lo manchara. Ella tose por las ahorcadas y expulsa toda bebida alcohólica en su organismo. Me siento detrás de ella y le brindo suaves caricias de arriba a abajo en su espalda, en un intento de tranquilizarla.

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora