6. Infierno ardiente

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Capítulo 6 | Infierno Ardiente

Se encuentra mal, no es la misma de antes. Me encuentro dando clase otro día más de la universidad, pero hoy no es un día común. Esmeralda se ve diferente, débil. No demuestra aquel carácter fuerte que tanto me gusta. Esa personalidad que tanto me fascina.

Su piel esta mas pálida de lo normal, una ligera capa de sudor recorre su frente y por algunos momentos tiembla descontroladamente. Aseguro que tiene fiebre, pero aun así lo que me sorprende es que este aquí. Sentada en la misma fila del medio, escribiendo en su libreta como si no le sucediera nada.

No le quito mirada en ningún momento, me preocupa como se ve. Aun así, con mis ojos posados en ella, no se percata de nada. Eso es común en ella, mi pequeña Esmeralda es una de las personas más distraídas y dispersas que pueden existir en este planeta Tierra.

Se levanta del asiento y se dirige a mi escritorio, donde me encuentro sentado revisando algunos papeles. Sigo con la mirada cada uno de sus movimientos y centro toda mi atención en ella. Sus ojos ámbares por primera vez cruzan con los míos.

Extrañaba esa mirada tan intimidante, misteriosa y llena de sentimientos indescifrables a mi parecer. Extrañaba su presencia cerca de mí. Sus manos me entregan una hoja, le dedico una mirada de reojo al papel y asimilo que es la tarea que había mandado para hacer. Mis dedos disimuladamente tocan los suyos, provocando un escalofrío en su piel. Lo noto.

Me gusta poder tener esos efectos en ella tales como ella los tiene en mi.

- ¿Te encuentras bien?-indago en un susurro preocupado. Asiente en silencio con la mirada baja. Absolutamente todo de ella, sus ojeras, sus ojos decaídos y cansados, me afirma que definitivamente mi Esmeralda no está bien.

Sin previo aviso, su cuerpo debilitado pierde la poca fuerza y cae. Antes de que su cuerpo impacte contra el frio suelo, me apresuro a sostenerla y alzarla en brazos, atrayéndola a mi pecho. Los adolescentes se levantan de sus asientos y observan sorprendidos la escena, pero lo que menos me importa son sus miradas.

Solo me centro en mi Esmeralda, solo me importa ella.

Camino a pasos rápidos fuera del salón por el vacío pasillo y me encamino hacia mi automóvil aparcado en el estacionamiento. No la llevaría a la enfermería de la universidad al contrario, la cuidaría yo. Esa enfermería ni siquiera tiene personas experimentadas, iban a suministrarle cuanto sabe de medicamentos y drogas.

Abro la puerta del auto adentrándola con sumo cuidado al asiento copiloto y le abrocho el cinturón de seguridad. Cierro la puerta y rodeo el automóvil para adentrarme en el asiento piloto. Le dedico una última mirada preocupado y comienzo a conducir arrancando trayecto hacia mi casa, que afortunadamente no queda tan lejos de la universidad. Por gracia del destino, el trafico de Chicago hoy está a mi favor.

Mi Esmeralda no es la misma, por momentos tiembla y me encoge el corazón. Su apariencia es débil y cansada. Sus ojos se encuentran cerrados y decaídos, acompañados de ojeras demasiado notorias. No me gusta verla en ese estado, sus labios no se tuercen en esa sonrisa que me fascina. Y sus mejillas no ya no se tiñen de ese color rozado que la hace ver como la pequeña universitaria que causa ternura en mi.

"La felicidad no depende de nadie más que de ti". Eso decía mi padre. Pero con Esmeralda, con su presencia, todo es diferente. Aquella universitaria me hace olvidar del sentido de las cosas, de su lógica, incluso de lo cruel y vil que puede ser el mundo a veces.

Esmeralda es el extraordinario cielo en un ordinario infierno.

Detengo el automóvil en la esquina de mi hogar y bajo del coche rápidamente. Me encamino hacia el asiento copiloto y abro la puerta. Desabrocho el cinturón de seguridad y con suavidad me encargo de alzarla en brazos, sosteniéndola con fuerzas. Nos adentramos a la casa y me las arreglo con destreza para cerrar la puerta con el pie. Sin dudarlo, subo las escaleras con ella en brazos y me dirijo hacia mi habitación.

Este suceso de llevarla en brazos a mi habitación, divaga mi mente en pura imaginación y sueños. Lo que puede pasar en nuestra noche de bodas o tranquilamente en nuestra luna de miel.

«¿Desde cuándo pienso en eso? » me pregunto. La respuesta es tan simple:

Desde que Esmeralda entro a mi vida, mi existencia ya no es la misma.

La recuesto en la amplia y cómoda cama con suavidad. Su cuerpo tiembla levemente debido al frio que siente. Para que este mas a gusto, la arropo muy bien con las frazadas. Llevo mi mano a su frente, y siento el ardiente calor que transmite su rostro como también todo su cuerpo.

Esmeralda arde pero no en el infierno. Aun no...

Probablemente deba estar entre los treinta nueve y cuarenta grados de temperatura. Aquello no es bueno, debo encargarme de bajarle la fiebre inmediatamente.

Me dirijo rápidamente al baño que se encuentra solo a unos cortos pasos y humedezco varias toallas con agua fría casi helada. Vuelvo a donde se encuentra mi pequeña y la destapo un poco de las cálidas frazadas que lo único que hacen es aumentarle más la temperatura. Presiono levemente la toalla húmeda en su frente y me quedo así por unos minutos. Oigo quejas de su parte pero no hace movimiento alguno.

-No estoy enferma. -asegura débilmente. Me sorprendo al escuchar su voz, realmente pensé que estaba inconsciente. Aun enferma, ardiendo en fiebre, mantiene el mismo carácter que tanto me fascina.

- ¿Ah no? -niega levemente. Frunzo el ceño divertido y reprimo una sonrisa.

-Solamente es una simple fiebre de la cual no voy a morir, si es lo que crees. Estoy débil pero puedo notar tu dramatismo o tu tono de voz preocupado. -bromea dándose vuelta y acomodándose más hacia mi lado. Sostiene mi mano y la acerca hacia su rostro.

Esmeralda es tan detallista, en todo. Sus palabras, sus acciones, en la combinación de su ropa, inclusive en sus trabajos de la universidad. Todo lo hace con lujo y detalle. Juro que además de detallista, es perfeccionista.

-Entonces que estés ardiendo en fiebre con treinta nueve grados de temperatura es una simple fiebre para ti, no quiero saber lo que no es una simple fiebre. -ironizo.

Aseguro que si estuviera despierta, se encontraría rodeando los ojos como suele hacerlo cuando algo le parece una tontería o no está de acuerdo. Me percato de como su respiración se va haciendo lenta, de como su pecho sube y baja y de como su mano débilmente suelta la mía. Esbozo una ligera sonrisa al verla dormida y velo por su sueño. Dejo unas suaves caricias en su cabello con aroma a flores que se cuela por mis fosas nasales.

Le gustan las flores, la naturaleza, el perfume que usa me lo hace saber.

Suspiro pesadamente, estoy cansado, debo admitirlo. Saco mi celular del bolsillo trasero y marco las teclas en llamada al jefe del piso neurocirugía. A pesar de que yo soy el jefe del hospital, debo avisar a mi compañero de neurocirugía que no iba a poder ir y que cubriera mi turno. Esta noche y todas las que sean necesarias faltaré al trabajo para poder cuidar de ti, mi pequeña universitaria..

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora