11. Mentira tóxica

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Capítulo 11| Mentira tóxica

E

smeralda esconde secretos, muestra su inocencia por fuera pero muy en el fondo sé que posee demonios. Secretos de su pasado, quizás de su presente también, que no me dice. Es lo mínimo, no somos nada. No puedo reclamarle absolutamente nada.

Y eso me molesta.

Se encuentra hablando con el mismo chico que hace unos días le había estampado una cachetada. No discuten, podía decir incluso que hablan tranquilamente. Es el receso, tiempo les sobra. Me fastidia la idea de que mi Esmeralda converse tan de forma cercana con otro hombre. Pero no son celos. No es posesión.

¿Entonces qué rayos es lo que estoy sintiendo? La respuesta es simple y aniquilante: amor, maldito amor.

Nunca suelo enamorarme de alguien, ninguna mujer ha llamado mi atención en estos veintiséis años. Todo mi mundo está jodido y me siento resignado a un futuro solitario y amargado, pero allí llega la universitaria que desordena todos y cada uno de mis sentimientos.

La amo, eso está absolutamente claro. La quiero solo para mí, ser yo el hombre al que ame. Pero Esmeralda además de ser infierno y paraíso juntos, demonios y ángeles unidos. Es la chica más fría que pude observar en todo este tiempo. Tiene sentimientos, lo sé. Pero muy en el fondo y se encarga perfecto de no sacarlos a flote.

Yo estoy enamorado de ella, pero no hay nada que me asegure que ella sienta lo mismo. No es una mujer en la que fácilmente puedas ver el amor en su interior. Estoy enamorado de una mujer que simplemente no ama.

¿La razón? Su pasado, sus secretos. A todos nos afecta el pasado y aunque ella no lo demuestre se perfecto que mi pequeña Esmeralda es así por tristezas pasadas que oculta.

Esa chica es un mundo complicado, un misterio en persona, un enigma dificultoso de descifrar.

Y aun así me tiene enamorado como un perro compañero a su merced.

Veo como aquel universitario le tiende una pequeña bolsita con alguna sustancia blanca, no logro descifrar muy bien que es. Esmeralda la acepta con una mueca y se despide en un ademan disimulado, huyendo del lugar. No controlo mis impulsos y la sigo a zancadas rápidas pero silenciosas.

Se sienta en el césped apoyando su espalda contra el árbol, el timbre ya ha sonado, debe estar en clase. Abre la pequeña bolsita y se coloca un poco de aquel polvo en el dedo para luego llevárselo a su boca lamiéndolo con la punta de la lengua.

Mil dudas rondan en mi mente, simplemente es incrédulo ver lo que hace. Mi pequeña Esmeralda se droga en frente de mis ojos. Se droga y siempre lo ha hecho. Pero que bien que lo disimula.

« ¿Cómo puede ser? ¿Mi Esmeralda en drogas? »

Me acerco sin dudarlo a donde se encuentra y al percatarse de mi presencia se sobresalta. Se levanta del césped rápidamente y guarda la droga en su bolsillo trasero. Su semblante es inexpresivo, si siente nervios o enojo, es imposible saberlo. Por el contrario, mi ceño se frunce, me encuentro furioso, incrédulo pero sobre todo decepcionado.

— ¿Así que te drogas? —se queda en silencio. — ¿Eres adicta a las drogas, Esmeralda? —no se inmuta en decir alguna palabra. Un tenso y frustrante silencio embarga sus labios. — ¡Habla! —exijo autoritariamente. Sus ojos se abren en sorpresa y frunce el ceño. Al instante recompone su postura.

Nunca le he gritado pero la paciencia jamás ha sido lo mío y hoy me da una mala pasada.

—Nunca me habías gritado. —murmura. Inmediatamente muestro arrepentimiento en mi mirada y culpabilidad, la jodí realmente.

Lujuria UniversitariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora