Prólogo

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Ojos turquesa y cabello blanco, antes tenía el cabello violeta claro casi a rosado, pero el estrés, la depresión y el intenso odio hicieron que su cabello se volviera blanco antes de tiempo, tenía apenas veinticinco años, era una jovencita, mas las ojeras profundas, las arrugas en su rostro la hacían parecer más vieja de lo usual.

Echada en su cárcel, rumiaba su odio, incriminada por los crímenes que no cometió, jamás había intentado dañar a la hija de su padre, por mucho que la odiara y la resintiera, seguía siendo la criatura favorita de su benefactor y ella jamás podría lastimar ni herir a la familia de quien la salvó, pero nadie se había puesto de su parte ¿Por qué?

La chica lloraba y lloraba en su celda, se preguntaba qué hizo mal ¿No debió protestar cuando se le acusó de robar el anillo? ¡Pero no lo hizo! ¿No resistirse? ¡No lo hizo! Mientras se atormetnaba con estas preguntas, escuchó que alguien entraba en su celda.

- Amelia-era la voz masculina de aquel que era su benefactor, Amelia lo miró, ya no sabía que esperar de su tutor que le estaba mandando a la guillotina-Admite.

- ¿Admitir qué?

- Heriste a Leticia.

- Se lo diré todas las veces que quiera pa... su excelencia, estoy profundamente agradecida con usted-ella se levantó con el poco orgullo que le quedaba-No lastimaría a mi benefactor.

- Admite.

- ¡No!-su resentimiento hizo que su voz sonara más fuerte-¿¡Por qué he admitir algo que nunca he hecho?!

- ¡Morirás!

- Entonces... ¡Lo haré! ¡Pero no antes sin haber maldecido su existencia!-los ojos del archiduque se agrandaron-¡No admitiré algo que nunca cometí! ¡Si he de morir que así sea! ¡Déjeme sola! ¡Aborrezco el día que me tomó como su hija!

El hombre miró con desdén a la chica que jadeaba después de gritar.

- ¿Eso es todo?

-... Solo tengo una pregunta-una pregunta que le carcomía-Solo una ¿Por qué yo?-el silencio la ahogaba-Hay miles de chicas en el imperio, si se buscaba mejor encontraba una con los rasgos de su hija ¿Por qué yo?

-... No me apetecía buscar.

Le dio pereza, Amelia no podía creer tal cinismo del hombre, rió, rió tan fuertemente que sintió que las costillas se quebraban, pero no le importó, tuvo una sonrisa triste.

- Admite y salvarás tu vida-le repitió el archiduque.

- ¿Para qué? ¿Para ser tratada peor que una esclava? ¿Una escoria? ¿Una exiliada? ¿Para qué, su excelencia?-dijo ella sintiendo que las fuerzas le agobiaban- Pero ahora sé.

- ¿Saber qué?

- Usted perdió a su hija por causa suya, nadie más que usted tiene la culpa-el archiduque le miró con ojos furiosos, pero Amelia ya no le importaba-Solo usted tiene la culpa, es por causa suya también que murió su mujer.

Esas palabras fueron demasiado para el noble que se largó del lugar sin echar una mirada atrás, Amelia lloró esta vez sin odio ni resentimiento solo con amargura, no supo cuanto tiempo estaba ahí ni le importaba, solo quería dormir y su tristeza se lo impedía.

Al día siguiente le informaron que moriría en nueve días, el príncipe le miró con sorna preguntándole si deseaba algo antes de su muerte:

- Me gustaría recobrar algo de mi belleza antes de morir-le contestó la chica sorprendiendolo-Quiero enfrentar a la injusticia con dignidad.

No dijo muerte porque ante la muerte no hay nada, es absoluta. El príncipe se compadeció de ella y permitió que la trasladaran ante las cárceles reales y le proveyeran el mejor servicio.

La elegida de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora