Pensamientos y más pensamientos

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Amelia duerme en mi regazo, por lo general es al revés, pero ahora descansa en mis piernas mientras el carruaje continúa. No tengo queja alguna, me gusta verla tan relajada y despreocupada, me entusiasmada la escena que vi en el palacio del sultán, completamente en paz, dejando que sus sirvientas la cuiden al máximo, sin más preocupaciones que decidir que novela quiere leer o qué quiere comer.

Esa es la vida que Amelia definitivamente se merece, sólo debería disfrutar y disfrutar, ser feliz todo el tiempo, a pesar de lo que dije, no creo que tengamos hijos, a mí no me duele, me gustaría tenerlos, pero si no se puede, no se puede. No obstante no creo que mi esposa pueda soportar el daño que eso le causa cuando no es culpa.

Los Baskerville le quitaron su sueño más preciado, su derecho de ser madre fue arrebato de la manera más cruel que me enfurece, mi pobre Amelia, es una suerte que Mayo actúe como un niño, tal vez eso ayude a su pobre corazón sanar un poco.

Su tez ligeramente pálida debido al calor, a pesar de los líquidos fríos y con el hielo, su cuerpo no toleró el desierto, tenía mareos y se fatigaba con mucha frecuencia, no se desprendió de Mayo durante toda su estancia, la única ocasión que estuvo sin él, tuvo una insolación tan fuerte que perdió el pulso.

Sólo en la noche tenía mejor semblante, estuve preguntándome si era por el encanto de la noche que lucía tan sensual que me era tan tentadora, esa maldita sirvienta me ofendió al dictarme condiciones ¿Quién diablos se cree ella y mi abuela? Mi matrimonio fue bendecido por la mísmisima diosa del amor ¿De verdad creen que pueden negar una decreto divino?

Podré perder mi título, pero no las riquezas, Amelia se aseguró de ello, y de acuerdo a lo que me dijo el monje Skratch (¿Creo que se llamaba?) si perdía mi título por mi matrimonio, el emperador iba a ser castigado por entrometerse en los asuntos de la diosa del amor, su fama de inclemente y cruel era conocida por todo el mundo, dudaba que el monarca de mi país quisiera enfrentarse a su ira.

Acaricié el rostro de mi Amelia, a medida que nos alejabámos cada vez más del desierto, recuperó más color, estaba más enérgica e incluso con mayor apetito, eso me alegraba, significaba que para nuestra llegada a Ying estaría sana, la mansión la esperaba y podría decorarlo como quisiera, a mí no me importaba mucho.

Una vez que haya demostrado que cumplí la ridícula demanda de la realeza, dedicaría mucho tiempo a Amelia, ese mes unto no fue suficiente para calmar mi apetito, necesitaba más, quería disfrutarla aún más, además tenía que dar a entender a mi gente que Amelia contaba con mi amor y mi afecto, no me importaba que fuera extranjera ni que la desheredaran, todo lo que deseaba era mantenerla bajo mi protección.

Suspiro de satisfacción, realmente no me imaginaba esta situación tan placentera para mí, me parece que estoy soñando, pronto muy pronto obtendré mi venganza, pero aún en mi camino para obtenerla, disfrutaba de la vida de un modo que nunca pensé que fuera posible. Deslizo mis dedos por entre las hebras del cabello de mi Amelia.

Qué mujer tan hermosa ¿Cómo es posible que un ser humano como ella existe? Me cuesta creer que tan maravillosa criatura me pertenezca, que se haya ofrecido a mí siempre y cuando la tratara con el mínimo respeto, rezongo ante tal recuerdo. Mi Amelia no debería rebajarse así.

Sonrío al pensar que ambos somos muy similares a pesar de nuestros orígenes, ambos con una familia abusiva a la vez que había una madre que intentaba protegernos con todo su poder, si la mía luchó contra el poder político, la suya; contra la pobreza y el hambre, siempre atentos a cualquier maquinación contando a duras penas con un mentor que nos guiara, en el camino volviendose cínico o conformista, caminando hacia a una meta que creíamos que nos daría la libertad y la supervivencia que tan desesperadamente queríamos.

La elegida de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora