Viajar, viajar al desierto.

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Amelia duerme en el carruaje con Mayo en sus brazos, no es que me desagrade Mayo, mas verla con él me recuerda a una madre con un niño en su abrazo, lo que me disgusta porque ella es estéril, realmente Amelia no se merece este cruel destino.

Los tapo a ambos con una frazada y luego palmeo mi asiento. La vida realmente da vueltas, hace un lustro no hubiese considerado comprar algo así porque el dinero me hacía falta y ahora no lo pienso dos veces en gastar dinero cuando se trata de Amelia, además seamos honestos, ella fue quien ganó esta fortuna, la riqueza que contiene Buda es realmente aterradora, es como si todo lo que está adentro de esas montañas estuviera hecho solo de oro y de diamantes.

Hungría llora al darse cuenta que ha perdido su tierra más valiosa. Es tanto dinero que no tengo idea de lo que voy a hacer con ella, a menos que mis descendientes sean idiotas lo que es una posibilidad porque llevo en mis venas la sangre del emperador, esta fortuna durara hasta mis tataratataratataratataratataratataratataratataratataratataratataranietos o haya un cambio muy brusco en la economía. Es incluso posible que el oro pierda su valor por tanto mineral que hay en Buda.

No pasará de inmediato, acaricio la cabeza de mi Amelia.

He tenido en cierta forma suerte de esta misión porque apenas pisé y digo apenas mis pies tocaron el palacio del emperador aparte de que notificaron que debía divorciarme lo antes posible, me llegaron propuestas para casarme, me quedé atónito ¿Con qué descaro se atrevían los ministros en imponerme esposas?

Eran tantas las cartas que no me quedó de otra que quedarme un día entero en el palacio para quemarlas porque no quería que le llegara siquiera un susurro a mi esposa, luego el severo recordatorio del jefe del templo que me insistió que era un pecado y delito si tomaba siquiera un amante o tenía algún amorío. Tuve que recordarle que no era yo el que pensaba cometer el pecado, era mi estúpido progenitor quien impulsaba e intentaba separarme de mi Amelia.

Ella suelta un suave quejido y se mueve atrapando mi mano entre la tela del cojín y su rostro que es tan suave, sus labios son finos y delgados, no voluptuosos como las antiguas mujeres que solía visitar para calmar a Heidi, me parecen más eróticos y seductores que cualquiera.

TEngo que tragar saliva para controlar el deseo, es sabido ahora que recién toqué a Amelia gracias al templo del amor, la gente no habla mal de ella. Sabía que la corte de Ying era un hervidero de gente maliciosa y rencorosa, pero no esperé que fuera tan ruin al hablar de la esterilidad de Amelia llamándola una mula seca a nuestras espaldas. Fui un tonto al traer a esa mujer estúpida que se atrevió a insultarla en MI CASA.

Fue cuando me di cuenta que no podría traer nunca jamás a una mujer a esa casa a menos que fuera un regalo para mi esposa, ella sería estéril a menos que las diosas nos concedieran un milagro, Amelia merecía lo mejor y yo no iba a permitir que hubiera murmullos de por qué no tenía un heredero todavía, si Amelia quería siempre podría robarle a alguno de mis hermanos o hermanas algún descendiente suyo o tal vez podría pedirle a Beatrice o Giovanni a alguno de sus hijos para criarlo.

Me gustaba sentir a Amelia, pero no pensé en llevarlo más allá, su abrazo era excepcionalmente cálido y acogedor, me sentía protegido y querido, Amelia nunca, nunca perdía la paciencia conmigo y siempre era solícita, escuchándome con suma atención e interés, jamás noté una burla en ella.

Amelia es realmente demasiado buena para mí, su voz tan dulce y tierna cuando se dirige a mí, sus caricias no son abrumadora, son exactas y seguras, su mirada firme y decidida me quitaba el temor y la soledad que me invadía a momentos, su regazo para descansar, oír sus palabras a la vez que acariciaba mi cabeza era un lujo que solo yo disponía porque Amelia casi nunca hablaba conmigo en Ying, siempre en el grueso, brusco y grueso Reich.

La elegida de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora