Tan lucrativo... y peligroso

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Pero (como era de esperarse,) el canto de "Galaeth", atrajo a varios nexianos que pasaban por ahí.

Algunos se aventuraron a entrar, preguntando si era parte de algún tipo nuevo de publicidad para el negocio.

-Yo y mi mujer vendríamos más seguido aquí si pudiéramos escucharlo mientras almorzamos,- admitió un hombrecillo cincuentón que se dirigía al trabajo en compañía de un colega, que era un joven.

-¡Oh! ¡También yo, sin duda!- respondió el muchacho, entusiasmado.

Dichos comentarios no pasaron por alto a los oídos de Akari.

La chica posó sus dedos sobre su barbilla, mientras veía al vastaya con expresión reflexiva.
Su mente comenzaba a maquinar algo...

(...)

-Aquí está, señor...- susurró el mercader. Era un hombre envuelto ropas bastante gastadas; tenía la cara muy dañada por el sol y pinta de ladrón de poca monta.

-La verdad... pensé que conseguirías un trozo más grande, ¿Cuánto puedes sacar de ésto, Wanenka?

La anciana alquimista se acercó al objeto que había traído el mercader.
Era una especie de cuarzo, que irradiaba una tenue luz y emitía un suave sonido, que parecía un canto distante. Tenía una longitud de medio metro y un ancho de 20 centímetros.

Wanenka lo midió y anotó dichos datos. Luego, volteó a ver a Sitt y respondió con sequedad:
-Unas 100 dosis; 120 si las "rebajo" un poco.

-Muy bien,- respondió Sitt, al momento que sacaba un pequeña bolsa con monedas de su escritorio.

-Toma tu pago. Ya puedes irte; fue un gusto hacer negocios contigo.

El mercader lo miró, confundido.
-Ehmmm... ¿Señor?

-Oh, cierto. Supongo que querrás contarlo. Adelante; pero puedo asegurarte que son 100 monedas nexianas exactamente; libres de impuestos, claro.

El mercader miró a Sitt con ojos desorbitados.

Al segundo siguiente, estrelló sus manos contra el escritorio, preso de una enorme desesperación.
-¡Arriesgué mi vida para conseguir este cristal! ¡Tuve que sacrificar al camello y volver a pie! ¡Usted... usted no tiene idea de lo que hay ahí...!

Sitt interrumpió al hombre con indiferencia.
-Yo fuí muy claro; te dije te pagaría una moneda por cada dosis que se le pudiera extraer al cuarzo... no por su tamaño. Cada moneda nexiana vale 15 de las tuyas, así que...

-¡No lo sabía! ¡No sabía que saldrían tan pocas!

-Bueno, debiste informarte mejor. Ahora, ¿qué te parece si abres la bolsa y te cercioras?

-¡Olvídelo! ¡Ya no... no hay trato!
Sin titubear, el mercader iba a tomar el "cuarzo" que había traído, pero...

-¡¡AAARGHHH!!

Un guardaespaldas de Sitt salió de la nada y tomando al mercader con fuerza de los brazos, lo sometió haciéndolo caer de rodillas al suelo.

Por un insignificante momento, el hombre creyó que la alquimista intercedería por él, pero ésta giró los ojos con fastidio y se puso a hacer notas en su libreta.

Sitt se levantó de la silla y acercándose, sonrió con crueldad.
-Qué bueno que te ofreciste como "mediador", Yao'Klem.

El enorme empleado del jefe mestizo asintió, mientras veía a su apresado con desdén.

Sitt se puso de cuclillas y haciendo una sutil seña con la mano, Yao'Klem aplicó una "llave" al mercader, obligándolo a doblar su espalda de tal forma, que su cara quedara a la altura de la de su patrón.

Al hacerlo, sus vértebras tronaron ruidosamente, lo cual provocó que el hombre de tez quemada y ropa harapienta, volviera a emitir un grito de espantoso dolor.

-Oh, vamos... ¿acaso no se supone que los hombres de Shiruma son más fuertes que las piedras con las que edificaron su región?

El mercader miró a Sitt con una espantosa mueca de sufrimiento.

Sitt dejó de sonreír y lo miró con frialdad.
-Al parecer, no. Escucha; yo te prometí algo y lo cumplí, ¿no es verdad?

Al no oí r respuesta, Yao'Klem aplicó más fuerza a la "llave."

-¡¡Argh!! ¡¡Sí, es verdaaad!!- gritó el mercader al borde del llanto.

-Y... si a ver vamos, lo cierto es que yo también estoy decepcionado; jamás creí que conseguir el cuarzo para fabricar lo que quiero vender, resultara ser tan mal negocio.
No sólo tuve que pagar por tus viáticos, sino que tampoco recuperaré el dinero por la renta del camello... así que al final, todos salimos perdiendo. Qué mal, ¿eh?

Las lágrimas del mercader rodaban por sus requemadas mejillas al momento que asentía fervientemente con la cabeza.

Tras ésto, Sitt se puso de pie y le dió otra señal a Yao'Klem para que éste soltara al "retenido".

El hombre cayó de bruces al suelo, retorciéndose, mientras gemía de dolor.

Sitt volvió a dejarse caer sobre su cómodo sillón y espero a que el mercader recuperara sus fuerzas.

Al hacerlo, el hombre de atuendo deplorable se levantó, tambaleándose.

Sitt lo miró y luego, sus ojos rodaron a la bolsa con 100 monedas.

El mercader lo entendió a la perfección. Estiró sus temblorosas manos y agarró la bolsa con monedas nexianas.
-G-gracias... señor Sittriegh. E-el... gusto d-de hacer... negocios c-con usted fue... to-todo m-mío...

Sitt volvió a dibujar en su rostro una sonrisa burlona.
-¿No piensas contarlas?

El mercader negó rápidamente con la cabeza.
-¡NO, NO! ¡Yo... yo confío en usted!

Y tras una apuradísima reverencia, el mercader salió de ahí.

Sitt contempló el cuarzo con cierto interés.
-Igual y me lo quedo; ese sonido que hace... es relajante. Estoy seguro de que a mi mamá le encantaría tenerlo como lámpara en su mesa de noche nueva.

-Entonces, todo habrá sido un desperdicio de tiempo y dinero,- replicó Wanenka, arrastrando las palabras.

-¿A qué te refieres?

-Este tipo de cristales son como las flores; una vez arrancados de la tierra, pueden "vivir" con ciertos cuidados. Pero una vez que se "marchitan" se vuelven completamente inútiles.

-Oh, ya veo...- dijo Sitt, mientras acariciaba ligeramente una parte lisa del radiante cristal, con uno de sus dedos.
-Qué lástima. Pero ni hablar.

Sin más dilación, el jefe volteó a ver a la misántropa alquimista.
-Entonces, ¿cuándo podrás extraerle la magia que necesitas para hacer el MENTELÍXIR?






La Ceni(Xayah)cientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora