Nació con una clara marca en su futuro. Lo más importante para ella es su hermano, pero todo cambia en su llegada a Beacon Hills. Siempre han sido ellos dos, nunca han necesitado a nadie más, pero esas defensas que se habían autoimpuesto se derrumba...
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Beth y yo rápidamente salimos de la veterinaria y subimos al Audi en completo silencio, percatándome de que mi Beta me miraba por el rabillo del ojo, supongo que siendo consciente de los frenéticos latidos de mi corazón.
Iba a protegerlos a todos.
Me encargaría de la Kanima, de Gerard y de Derek en el caso de que fuera necesario, y por mucho que me doliera.
No iba a permitir que cada uno siguiera haciendo lo que le salía de las pelotas, haciendo que me salieran canas verdes.
Se acabó lo de actuar pasivamente.
Era momento de tomar cartas en el asunto.
E íbamos a empezar por el asunto de Jackson.
—¿Qué ocurre? —preguntó suavemente la pelirroja, haciendo que exhalara todo el aire de mis pulmones en un pesado suspiro.
—Eso lo ha hecho Jackson —comenté, arrancando el coche.
—¿El chico al que estuvo vigilando Viggo? ¿El lagarto? —preguntó ella, recibiendo un fugaz asentimiento de cabeza por mi parte.
Sin molestarme en decir nada más, pues consideraba que era algo completamente innecesario, conduje hacia la casa del adolescente, sin embargo, él no estaba allí, lo cual sabía porque solo escuchaba dos corazones dentro de la casa y eran los de sus padres, quienes mantenían una tranquila conversación.
Observando mi reflejo en el retrovisor, coloqué mi despeinada cabellera y le dediqué una rápida mirada a Beth, tomando una rápida decisión.
—En seguida vengo.
Cuando ella asintió conforme, bajé del Audi y me acerqué a la casa, componiendo mi mejor e inocente sonrisa antes de tocar el timbre repetidas veces.
—Hola, ¿necesitas algo, Cielo.
Atentamente observé a la mujer que me había abierto la puerta, admirando la belleza de los rasgos de su rostro a pesar de las ligeras y sutiles arrugas que adornaban su piel.
—Hola —respondí con suavidad, esbozando una tímida sonrisa—. Estoy buscando a Jackson.
—Se fue hace un rato a practicar lacrosse —comentó la mujer con una amplia sonrisa en sus labios—. Supongo que estará en la escuela, Cielo.
—Gracias, señora Whittemore —respondí.
Sin borrar la mueca de mis labios, me despedí de la mujer y giré sobre mis propios pies, volviendo a adoptar una seria expresión mientras me acercaba al coche, viendo sin inconvenientes cómo Beth apretaba su boca en una tensa línea.
Mueca que conocía a la perfección, pues era el gesto que siempre hacía para contener la risa.
Algo que comprobé segundos después cuando me senté en el asiento del conductor y ella rio con fuerza, haciendo que rodara mis ojos y la ignorara descaradamente, volviendo a poner el Audi en marcha y conducir hacia la escuela, donde pudimos ver los focos del campo de lacrosse encendidos.