Nació con una clara marca en su futuro. Lo más importante para ella es su hermano, pero todo cambia en su llegada a Beacon Hills. Siempre han sido ellos dos, nunca han necesitado a nadie más, pero esas defensas que se habían autoimpuesto se derrumba...
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Cuando llegué a casa, Viggo me recibió desde el sofá con una mueca poco contenta en sus labios, por lo que ignorando su expresión furiosa sin ninguna vergüenza, le hice un resumen de la situación, recibiendo cómo única respuesta de su parte un escueto: Por eso hueles a muerto.
Frase que me hizo reír con fuerza al recordar que eso mismo era lo que le había dicho Stiles a su amigo en el jeep, refiriéndose al hombre lobo de preciosos ojos verdes.
Después de dejar la veterinaria, Stiles había hecho de chófer para todos nosotros y nos había acercado a la escuela, pues era el lugar donde estaban nuestros coches, y digo nuestros refiriéndome al Camaro y a mi Audi. Scott seguía desplazándose en su bicicleta irrompible.
El silencio que hubo dentro de ese jeep fue terriblemente incómodo, y cuando llegamos a nuestro destino, di gracias a los Dioses por ello. Dudaba seriamente poder aguantar otro minuto más soportando esa tensión.
El sábado se me pasó terriblemente rápido. Entre hacer las tareas de la escuela, avanzar en el trabajo de Química que había mandado Harris y entrenar con Viggo, el día se me había quedado sin horas para poder vaguear.
Y todo fue a peor cuando por la noche, estando a punto de quedarme dormida, la puerta de mi habitación se abrió suavemente y, a pesar de la oscuridad que inundaba la habitación, vi cómo Viggo asomaba su cabeza.
—¿Lie? —preguntó en un susurro.
Inmediatamente perdí todo atisbo de sueño y alcancé el interruptor de la lámpara de mi mesita de noche para encenderla, sentándome en la cama en un rápido movimiento.
—Acabo de recibir una llamada del trabajo... Ha habido otro ataque, esta vez en el videoclub del centro.
—Ten cuidado —suspiré sin despegar los ojos de su rostro, percatándome de su mirada suspicaz—. No me moveré de aquí, lo prometo.
—Claro, bicho, ahora mismo me lo creo —rio suavemente, acercándose a mi cama para depositar un suave beso en mi frente—. Ten cuidado de que no te vean por allí.
—Vale —respondí sin poder evitar que una risilla se escapara de mis labios.
Era realmente increíble lo mucho que me conocía mi hermano... Llegaba a ser terrorífico.
Completamente despierta, de un salto salí de la cama y me enfundé en un conjunto deportivo y unas zapatillas, todo ello negro para facilitarme el esconderme entre las sombras, y de esa guisa salí de casa para comenzar a correr en dirección al videoclub del centro de la ciudad.
Dando gracias a mis cualidades físicas, otorgadas por mi parte lobuna, recorrí las vacías y oscuras calles de Beacon Hills en tiempo récord hasta llegar a mi destino, donde se encontraban desplegados un sinfín de agentes y paramédicos.
Desde las sombras de un callejón observé minuciosamente la escena, percatándome de que el imbécil de Jackson y su novia Lydia estaban en una de las ambulancias siendo atendidos.