Nació con una clara marca en su futuro. Lo más importante para ella es su hermano, pero todo cambia en su llegada a Beacon Hills. Siempre han sido ellos dos, nunca han necesitado a nadie más, pero esas defensas que se habían autoimpuesto se derrumba...
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Cuando el sol prácticamente se había ocultado, detuve el coche frente a la residencia McCall y esbocé una sonrisa cuando a varios metros de nuestra posición Derek y sus Betas observaban la casa.
Beth y yo bajamos con del Audi y llevamos nuestros ojos hacia la manada antes de compartir una cómplice mirada y que Beth caminara hasta mi lado para colocar su brazo sobre mis hombros y pegarme a su cuerpo.
—¿No crees que va siendo hora de decirles quién es? —preguntó ella, arrebatándome una descarada risilla.
A mis oídos llegaron los gruñidos de la manada rival, lo que me llevó inevitablemente a rodar mis ojos.
—No me ha creído cuando le dije que no era Lydia —comenté suavemente apoyando mi cuerpo en el de mi Beta sin despegar mis ojos de Derek—. ¿Por qué razón me iba a creer si le dijera quién es de verdad?
—Tienes razón, tienes razón... —murmuró Beth presionando suavemente sus labios en mi mejilla—. Es increíble que no se den cuenta de que tienen delante a la Sherlock del siglo XXI.
Siendo incapaz de contener la risa, arrastré a Beth hasta el porche de la casa y golpeé suavemente la puerta, escuchando a la perfección los murmullos de Stiles y Allison.
—Somos nosotras —canturreé.
Después de escuchar el sonido de numerosos cerrojos, Stiles asomó ligeramente su rostro, haciendo que volviera a reír. ¿Qué demonios le pasaba hoy a todo el mundo? ¿Se habían vuelto locos o qué demonios pasaba?
—¿Nos dejas entrar? —pregunté son sorna, viendo como el único ojo visible del chico se entrecerraba—. Si lo que te preocupa es que vayan a colarse por la puerta... dudo que eso sea un problema, lo más probable es que se vayan a colar por cualquier otro lado como, por ejemplo, una de las numerosas ventanas de la casa.
Él, rendido, finalmente abrió la puerta y nos dejó entrar, por lo que agarré la muñeca de Elizabeth y tiré de ella hacia el interior de la casa, pero ella se libró con rapidez de mis dedos y clavó sus pies en el suelo antes de alzar sus manos hacia la manada de Derek y enseñarles sus dedos corazones.
—¡JÓDETE, BIZCA! —chilló.
Yo fulminé al castaño cuando me dio un fuerte empujón y agarró a mi Beta por la parte de atrás de su chaqueta y la metió a la casa de un tirón antes de volver a colocar los cerrojos.
—¡¿Estás loca?! —se quejó el chico fulminando a Elizabeth.
Sin embargo, Beth, lejos de contestarle, dejó escapar una fuerte risotada y golpeó su propio muslo con su mano, haciendo que alzara una de mis cejas.
—Por Odín... ¿Estás drogada? —pregunté cuando ella no dejó de reír.
—No me cae bien —terminó por decir, encogiéndose de hombros antes de lanzarse al sofá—. Y no he dicho ninguna mentira... Es bizca. No me caen bien los bizcos.