Nació con una clara marca en su futuro. Lo más importante para ella es su hermano, pero todo cambia en su llegada a Beacon Hills. Siempre han sido ellos dos, nunca han necesitado a nadie más, pero esas defensas que se habían autoimpuesto se derrumba...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Sonidos ahogados llegaron a mis taponados oídos, haciendo que lentamente abriera mis llorosos ojos y tratara de enfocar esas borrosas figuras que se movían frenéticas frente a mí.
—¡Ya despertó! —anunció una voz que no reconocí.
A pesar de que sentía mi cuerpo adolorido y prácticamente agarrotado, saqué fuerzas de flaqueza e intenté alejarme de esas manos que se acercaban a mi rostro, sin embargo, finalmente esas cálidas manos se colocaron en mis mejillas, consiguiendo que un jadeo escapara de mis labios.
—Lie —susurró una suave voz que reconocería en cualquier lado mientras mis ojos empezaban a lagrimear.
—Lo sabe —jadeé, enfocando mis ojos en el rostro contraído de Scott—. Lo sabe.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó él mientras un nuevo jadeo escapaba de mis labios.
—¿Y a mí que me cuentas? —respondió una prepotente voz femenina.
Yo busqué con mis ojos desenfocados la fuente de esa voz, reconociendo la figura de Erika, quien me observaba con su rostro fruncido en una mueca.
—Pues llama a tu Alfa, Einstein —urgió Stiles, pasando sus dedos por mi sudorosa frente.
—Viggo, llama a Viggo —susurré.
Por unos segundos llevé mis ojos hacia Scott, viendo su preocupado rostro, pero al sentir mis párpados insoportablemente pesados volví a cerrar mis ojos, provocando que alguien sacudiera con energía mis hombros, arrebatándome un sonoro quejido.
—No te duermas —exigió un alterado Stiles.
—Tranquila... —murmuró Scott, dando suaves palmaditas en mis mejillas—. ¿Qué te ha pasado?
—Gerard —gruñí, llevando mis manos al borde de mi camiseta para enseñarles las heridas de mi abdomen—. Me ha envenenado con acónito.
—Llama a Derek —rugió Stiles.
En ese momento, el sonido de la puerta al abrirse bruscamente me obligó a llevar mi desenfocada mirada en esa dirección, encontrándome a una aterrorizada, o quizás rabiosa, Beth.
—Me llamó Viggo —comentó ella, acercándose con rapidez a nosotros para ver la herida que le acababa de enseñar a los adolescentes—. ¡Tú, bizca! Pírate de aquí —gruñó Beth, dedicándole una rápida mirada a Erika, quien se perdió de mi vista con una mueca en sus labios—. Necesito un mechero o soplete, preferiblemente soplete para no tener que moverla.
—En el laboratorio de Química hay bombonas —susurró el castaño, recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de mi Beta, quien deslizó sus dedos por la sudorosa piel de mis mejillas—. En seguida venimos.
Los pocos minutos que estuvimos solas, Elizabeth se dedicó a recorrer mi rostro con su mirada.