Capítulo 32

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La luz roja iluminaba tenuemente la habitación de hotel, en el cuál Pablo observaba su reflejo en los espejos del techo, mientras repasaba por su mente todo lo que había sucedido… o al menos lo intentaba. 
La puerta del baño se abrió, y por ella salió Consuelo con una extraña expresión en su rostro; se dirigió con paso decidido, cruzando sus piernas sobre el mientras besaba suavemente su cuello. Su cuerpo estaba tenso, y era imposible de ocultar.
¿Cómo había llegado hasta ahí?.

-Relajate un poco, lindo.- susurró en su oído mientras desabotonaba su camisa.- no me lo hagas más difícil.

No podía. Era como si sus sentidos se hubieran apagado, y no podía reaccionar a lo que estaba sucediendo.
Sentía las suaves manos de Consuelo recorrer su pecho con delicadeza, cuándo sintió una leve brisa proveniente de la ventana golpear su rostro, devolviendolo a la realidad.

-¿Qué estás haciendo?.- gritó incorporandose de golpe. Su cabeza daba vueltas y sentía su pulso acelerado.
Los ojos de Consuelo comenzaron a llenarse de lágrimas al instante que Pablo la tomó por la cintura con fuerza, apartandola de el.
-¿Que carajo me diste?.- preguntó, aun intentando comprender la situación.- ¿Que querés?.
- Yo te juro que no...no quise, de verdad.- las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro, mientras comenzaba a vestirse con rapidez para salir huyendo del lugar.- perdoname Pablo.

Las palabras de Consuelo habían dejado aún más confundido a Pablo, que a duras penas intentaba hacer sinapsis para comprender lo que acababa de suceder.
Estaba totalmente vestido, por lo que interpretó que no había hecho nada de lo que pudiera arrepentirse… a excepción de haber aceptado la invitación de Consuelo. 
Tomó su teléfono dispuesto a salir cuanto antes de ese lugar, y su pantalla se encendió con un mensaje de Guido.

Café: ¿Donde estas, boludo? me vine a casa con la minita de la fiesta. Mañana te cuento.

Y cinco llamadas perdidas de Marizza.
Al ver su nombre en la pantalla, no pudo evitar sentirse terrible. No quería cagarla, no de nuevo.
Paró el primer taxi que pasó, indicando la dirección de su casa. Las luces que iluminaban la calle brillaban con intensidad frente a sus ojos, que con la brisa fresca hacían una mala combinación para su estado.
Con algunas dificultades, logró entrar a su casa intentando ser silencioso, aunque fue en vano; torpemente golpeó uno de los adornos exóticos que Mora había comprado en uno de sus viajes a Praga, tirandolo al piso. Suspiro aliviado al agarrarlo a tiempo.

Su cabeza tocó su almohada, pero su mente sólo podía pensar en Marizza. Ella prácticamente le había dicho que no vaya a la fiesta, pero el prefirió hacer lo contrario… como cada ves que discutían.
Arrepentido, tomó su teléfono para llamarla a pesar de que eran las 5:00AM pero no respondió; probablemente estaba enojada por no haber contestado las cinco veces que llamó, o simplemente estaba dormida.
El intento dormir, pero no podía. Su cabeza era un remolino y podía sentir el latido de su corazón retumbar en sus oídos. 
Era casi un milagro que haya llegado ileso hasta su cama.
Imaginarse el rostro decepcionado de Marizza lo perturbaba. No quería perderla, por lo cuál había llegado a una conclusión: Marizza jamás tenía que enterarse de eso.


Esa mañana había despertado con una extraña sensación en su pecho, que se acentuó al ver la fecha de su calendario. 
Un escalofrío recorrió su espina y el terror la invadió; ¿y si quizás…?.
Rápidamente apartó los pensamientos de su cabeza y tomó su mochila dispuesta a salir. Había tomado la decisión de renunciar a su trabajo en el bar, ya que tenía intenciones de enfocarse en su nuevo proyecto como solista. Seguramente si fracasa iba a arrepentirse, pero Marizza prefería arriesgarse; estaba segura que sin dinero no se iba a quedar, ya que aún conservaba buena parte de lo recaudado en la gira que le servían para estirar un tiempo más. 

Sempiterno {Pablizza}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora