Capítulo 77

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El examen de laboratorio había dado un alto nivel de glóbulos blancos, y un montón de cosas más que ninguno de los dos pudo seguir escuchando.
Todo era tan diferente, tan abrumador; nuevos códigos, nuevas reglas, nuevos obstáculos y muchos exámenes.
Josefina tenía una infección generalizada por la que debió ser conectada a innumerables cables y antibióticos; Marizza debió someterse a un análisis, para descartar la posibilidad de haberla infectado durante el embarazo. 
Cada día que pasaba en aquel sanatorio, su corazón se hundía un poco más. Por más que le dieran ánimos, ella sabía que no estaba todo bien. Nunca fue una boluda y esa no era la excepción. 
Por las noches casi no dormía, ya que su cabeza no dejaba de dar vueltas y vueltas en los resultados de esos exámenes; no podía dormir con la incertidumbre de no saber qué pasaría con su hija, a la que sólo podía ver en ciertos horarios únicamente para darle de comer.
Esos pequeños ratos los atesoraba en lo más profundo, con la esperanza de que pronto se recuperara y poder estar al fin juntos los tres.
En esas noches en vela, Pablo no se despegaba de su lado un solo segundo hasta que ella no se durmiera. Intentaba distraerla hablándole de todo tipo de cosas, como por ejemplo que su equipo de fútbol había ganado un partido, o que Guido y Laura habían vuelto a estar juntos, e incluso también sobre el horóscopo del día. Siempre buscaba alguna manera de hacerla sonreír.

-¿Te diste cuenta que hay un timbre arriba del inodoro? .- comentó una noche.
- Si, es para llamar a la enfermera.- explicó Marizza.
- ¿Pero para qué vas a llamar a la enfermera cuando estás ahí? Es raro.
- Capaz un día te sentas y no te podes levantar más, entonces tocas el timbre para que te ayuden.- dijo divertida.
- Pero para eso está la barra.- insistió.
- Y… podes tener otro tipo de problemas. Capaz hasta necesitas un enema.- bromeó al recordar su episodio en la secundaria.
Él sólo sonrió falsamente, provocando una pequeña risa de parte de ella.

Realmente se sentía afortunada de tener a Pablo a su lado.
Desde que Josefina, o Fini como le decían ellos, había nacido, él no había regresado a la oficina para no dejarla sola y se dedicaba a trabajar en lo que podía a distancia. 
A excepción de un día, cuando se quedó junto a sus amigas para que él pudiera ir a buscar su auto al edificio de Guido.
El apoyo de todo su entorno había sido algo fundamental para los dos.
Volvieron a repetir los estudios a Fini y debían esperar esos nuevos resultados del laboratorio y de sus cultivos. 
La espera se les hacía eterna. No era nada fácil pasar por una situación así, pero ambos se fortalecian el uno al otro.
Josefina había nacido el día martes y era día viernes cuando el teléfono de la habitación sonó provocando que Pablo hiciera a un lado su computadora, mientras Marizza estaba en el baño.
Al salir, por el rostro de Pablo corría una catarata de lágrimas y una enorme sonrisa se formaba.

-¡Dieron negativos! .- gritó entre lágrimas.

Lloraron juntos un largo rato abrazados, aliviados, felices. Todo había sido un error de laboratorio y no había nada malo con su bebita.
¿Cómo puede ser? Ninguno lo sabía, eran cosas que sólo suceden y que definitivamente no le deseaban a nadie.
Quizás una cosa desencadenó otra, pensaba Marizza; quizás un parto algo apresurado y poco premeditado; quizás algún karma del pasado quiso cobrarse factura.
Aunque quizás ella se equivocara y Josefina hubiera elegido nacer igual ese día, dándose todo de la misma manera como un obstáculo más que debían superar. Marizza solo intentaba buscar respuestas a esas preguntas que, probablemente, no las tenían.
"Cuando el fruto está maduro, cae" recordó aquella frase tan acertada que escuchó alguna vez salir de la boca de Hilda.

Era día viernes. Pablo se había encargado de llamar a todos para avisarle de las buenas noticias y estos no tardaron en aparecer por el sanatorio, deseosos de poder conocerla. La habitación había quedado repleta de globos y demás regalos que todos se habían encargado de llevar para darle la bienvenida. Incluso en la puerta habían colgado un cartelito con su nombre.
El reloj marcaba las 19:00 cuando el sonido de un carrito se escuchó en el pasillo, pero esta vez no siguió de largo.
Era Fini, que entraba a la habitación por primera vez.
Con sus ojos llenos de lágrimas, Marizza la tomó entre sus brazos, sin intenciones de soltarla. Había pasado muchos días anhelando ese momento y sólo quería detener el tiempo, para que nunca más se aparte de su lado.
Pablo no podía despegar sus ojos de ella. Era hermosa, completamente perfecta; era mucho más de lo que se pudo imaginar.

Sempiterno {Pablizza}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora