Capítulo 67

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Sus manos tan suaves, recorrían su piel como si se tratara del tesoro más preciado.
Sus labios sobre los suyos, se sentían como una caricia capaz de trasladarlos a otro mundo; otro mundo donde sólo existían ellos dos.
Lentamente sus labios comenzaron a descender por su cuello, deseoso de poder sentirla nuevamente y provocando suaves suspiros en ella que con sus dedos acariciaba su nuca incitandolo a seguir.
Ambos eran como una droga para el otro, tan adictiva, tan fundamental y vital para sus vidas.
Las manos de Pablo se deslizaron hasta el borde de su remera, deteniendose al sentir su creciente vientre bajo su tacto. Era una sensación extraña y difícil de explicar, pero bonita a la vez.
Marizza dirigió su mirada hacia él, que mantenía sus manos inmóviles sobre ese punto. Al notarlo, Pablo elevó su mirada chocando con la suya que lo miraba interrogante y sus ojos comenzaron a humedecerse casi de forma involuntaria.

-Hey… ¿Estás bien?.- susurró con preocupación, sentándose a su lado en una posición más cómoda, pero Pablo no podía emitir palabra.
Una sonrisa ligera apareciendo en su rostro, dándole a entender que todo estaba en orden; a pesar de la oscuridad, Marizza pudo notar cierto brillo en su mirada azul. Un brillo que expresaba toda la emoción que sentía en su interior, y que pocas veces había visto antes.
-No tenés idea todo lo que te extrañé.- soltó sin más, rodeando con sus brazos su cuerpo.

Su voz sonaba tan dulce, que no pudo más que corresponder su abrazo plantando un suave beso en su mejilla.
Había extrañado tanto la maravillosa sensación de protección al estar entre sus brazos, que hasta ese momento no fue realmente consciente de lo mucho que lo había necesitado.
Ambos permanecieron así, disfrutando del abrazo del otro en un silencio realmente agradable hasta que Marizza se separó bruscamente.

-¿Qué es eso?.- preguntó frunciendo el ceño.
Él la observó, sin comprender a qué se refería, hasta que siguió su mirada hacia el escritorio.
Más precisamente, hacia el cenicero que descansaba en el rincón.
La expresión de Marizza se tornó seria al no obtener respuesta y se acercó rápidamente al objeto para corroborar sus sospechas.
Pablo pasó sus manos por su rostro, presintiendo lo que se aproximaba.
Su adorable y pacífico momento había terminado.

-¿Desde cuándo fumas?.- protestó, tomando el objeto con colillas entre su dedo índice y el pulgar.
-¿Y quién te dijo que tiene que ser mío?.- respondió a la defensiva, a lo que ella simplemente elevó una ceja.
- A mi no me mientas.
- Es de Guido.- mintió descaradamente.
- ¡Te dije que no me mientas, Pablo! ¿Sos pelotudo? ¡Te hace mal!
- ¡Y bueno! ¿Qué querías que hiciera?.- exclamó elevando su voz.- vos te habías ido, estaba hasta las manos con el trabajo y encima lo de mi viejo… estaba solo, Marizza. Necesitaba hacer algo.
- ¿Pero por qué te autodestruis? Antes hacías lo mismo con el alcohol…
- No seas dramática, Marizza.- se quejó parandose de la cama.- la pase mal de verdad.
- Eso no justifica que llenes tus pulmones con porquería.- argumentó suavizando su voz, acercándose a él.- si te digo todo esto es porque me preocupo por vos… te amo y no quiero que te pase nada.
- No me va a pasar nada.- tranquilizó, acariciando su mejilla.
- Si llegas a prender un cigarrillo adelante mío te juro que te castro, Pablo.- advirtió con voz amenazante, a lo que él sólo pudo sonreír.
- Igual, ya vamos a tener un bebé así que…
- No te hagas el canchero, el humo le puede hacer mal...

Antes de que pudiera seguir hablando, decidió callarla de la mejor manera: Con un beso.
Tomó su cintura acercandola más hacia él, mientras ella enredaba sus brazos por su cuello.
Su amor siempre había sido particular, a tal punto que no todos podían comprenderlo. Nunca fueron convencionales y tenían la certeza de que jamás lo serían.
Ella sonrió contra la calidez de sus labios, al sentir cómo algo se movía animadamente dentro de ella.

-Dame la mano.- pidió con una sonrisa, colocando la que este le extendía en un punto justo sobre su panza.- ¿lo sentís?.
- Si.- admitió con emoción. Jamás en su vida había experimentado algo igual.- es… increíble. Hay un bebé de verdad acá adentro… nuestro bebé.
Pablo se agachó ligeramente hasta quedar a una altura justa y, sin despegar sus manos, comenzó a susurrar cosas que Marizza no alcanzaba a oír. Aquella escena provocó que su corazón desbordara de amor.
-¡Pateo!.- exclamó con emoción, como si se tratara de un extraño experimento.- ¿me escuchará?.
- Si, yo creo que sí … siempre que le hablo o canto se mueve un montón.- comentó con la misma emoción.- siempre le hable de vos.

Sempiterno {Pablizza}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora