Capítulo 42

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Sus ojos estaban cubiertos con una venda, todo estaba oscuro; su mandíbula comenzaba a doler debido a la mordaza fuertemente amarrada. Estaba inmovilizada de sus manos y sus piernas.
Miedo. Impotencia. Angustia. Desesperación. 
Sólo sentía el ruido de un motor y bajo su cuerpo una incómoda superficie de algo parecido al heno clavandose en su piel; podía escuchar un radio suavemente, donde sonaba Callejeros.

"...verte otra vez, aunque sea una vez y que no sea en un sueño…"

Aquélla frase la sintió tan propia, tan justa; tan oportuna a su deseo en ese momento. Sólo deseaba que su familia la buscara, que Pablo la buscara. Deseaba que no la dejaran morir. 
Tantas cosas aún no había vivido, tantas cosas aún no había dicho.
No quería morir, quería regresar a su casa… con su familia, con sus amigos, con Pablo.
Pablo. Ni siquiera había tenido la oportunidad de decirle que estaba embarazada, de decirle que iban a ser padres y que lo necesitaba más que nunca.
La venda de sus ojos comenzó a humedecerse debido a las lágrimas que comenzaron a salir sin control. Ella había salido de su casa esa mañana creyendo que sería un día normal, como todos, que podría regresar y reunirse a comer con sus amigos, su familia, su novio o simplemente disfrutar una cálida noche en soledad.
Pero no fue así; salió creyendo que sería un día común y corriente, sin saber que ese día le darían la noticia que cambiaría su vida por completo y… sin saber que no iba a poder regresar.
"Nos vemos despues" fueron las últimas palabras que le dijo a su madre. La única que llegó a enterarse de la noticia de su embarazo. 

-Deja de llorar, flaca.- gritó una voz masculina que desconocía.- ya falta poco.

Intento recordar cómo había terminado en esa situación y sólo se venía a su mente el rostro de aquel agradable chico que trabajó con ella. O mejor dicho, el chico que solía creer que era agradable.
Ahora, Benicio sólo era la persona que la entregó; la persona que la preparó, la sirvió en una bandeja para que otros se la lleven y puedan hacer con ella lo que se les de la gana.
¿Para qué la habían secuestrado? ¿Que pensaban hacer con ella? ¿querían meterla en algún lugar clandestino a trabajar como prostituta? ¿O simplemente pensaban llevársela lejos para poder matarla sin dejar rastros? Y si eso sucediera, ¿Qué harían con sus restos?.
Un nudo se formó en su garganta, al caer en la realidad de que no sólo la matarían a ella… si no también a su futuro hijo.
Tantas cosas se cruzaban por su mente, una más espantosa que la otra. 
Pero claro, ¿Que otra cosa se puede hacer cuando estás secuestrada, yendo en un vehículo a un lugar incierto? ¿En qué otra cosa se puede pensar?.
Entonces, recordó a todas aquellas mujeres que habían desaparecido y terminaron asesinadas de la peor manera. Algunas abusadas, otras con múltiples puñaladas, algunas asfixiadas y hasta empaladas… sin mencionar a aquellas que nunca aparecieron; aquellas que desaparecieron en la trata de personas.
Marizza no quería ser una más de ellas.

El motor del vehículo comenzó a disminuir su ritmo, frenando de repente. Se escuchó el ruido de las puertas, y luego voces… muchas voces, que no lograba reconocer.
El brusco sonido de una puerta muy cerca suyo la hizo permanecer estática, si es que se podía más.
Soltó un fuerte gemido de dolor, al sentir como la sujetaban con fuerza obligándola a caminar hacia quien sabe donde. El suelo crujia bajo sus pies a cada paso, como si se fuesen piedras, y podía respirar el aroma del césped y la tierra. Su corazón latía con fuerza; en sus brazos comenzó a sentir un ardor, debido a la fuerte presión ejercida por los hombre desconocidos que la sujetaban de ambos brazos como si tuviera alguna posibilidad de huir, cuando apenas podía caminar.

Se detuvieron. Una brisa fría recorrió su nuca, erizando su piel. 
El sonido de una puerta abriéndose ante ella le congeló la sangre.

-Dale flaca, camina.- gritó uno de los hombres, empujandola dentro de aquel lugar.

Sempiterno {Pablizza}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora