Capítulo 30

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 Sus ojos miraban sin ver en realidad. Lan WangJi estaba tan cansado, tan completa y absolutamente destrozado que no entendía como es que aún podía mantenerse en pie.

 Vio su reflejo en el espejo y una mirada amarga apareció en su expresión cuando la imagen clara de su demacrado rostro le devolvió la vista. Las marcas de desesperación seguían ahí y no le sorprendió, no recordaba haber dormido antes mientras sentía que se desgarraba por dentro el corazón, pero siempre había una primera vez, pensó apesadumbrado.

 Desvió su vista. El espejo finalmente reflejaba su interior, y sin embargo, todavía creía que su agotado y desfigurado rostro no reflejaba fielmente como se sentía en realidad.

 Estaba devastado. Totalmente muerto en vida. Era una maldita sombra que se movía solo por instinto.

 Nunca imaginó verse así por nadie y aquí estaba, completamente desequilibrado y hundido en la más profunda ruina y desesperación.

 Wei Ying no estaba. El chico desapareció de su vida de un día para el otro, sin dejar una pequeña pista y sin otorgarle una sola explicación. Llevándose consigo su energía, drenándolo de forma lenta y paulatina por cada día que lo llenaba su ausencia. Por cada día que pasaba sin respuesta, sin una insignificante razón, suspiró derrotado.

 Lo buscó, claro que sí, aún seguía haciéndolo. Sin embargo, nadie sabía acerca de él. Ni siquiera los Jiang o sus amigos más cercanos. Aunque por su insistencia terminaron por contactarse con él. Estaba bien, les repetían incansablemente y aún así nadie pudo sonsacarle información alguna.

 Sin embargo, su hermana lo conocía lo suficientemente bien para saber que no estaba bien, podía oír una honda tristeza en su voz le dijo y a Lan WangJi aquello le dolió. Tenía la aprobación de su familia, que era una de las mejores de las noticias al filo de sus labios y no podía decírselo, ¿cómo podía hacerlo si lo evitaba de esa maldita manera?

 Volvió a su habitación. Su cuerpo dolía intensamente y su cerebro hacía presión dentro del cráneo, tanto así que creyó que le explotaría la cabeza de un momento a otro. Estaba en su límite, y aún tenía trabajo que terminar.

 A pesar de haber huido de esa forma, Wei WuXian nunca faltó a sus responsabilidades dentro de la empresa. Al parecer había pedido, quién sabe en qué momento, una licencia por motivos personales, y no había dejado de hacer metódicamente su trabajo. No descuidaba ningún detalle, y Lan Zhan no estaba aliviado por ello en lo absoluto. Por el contrario, estaba enfadado.

 ¿Podía trabajar pero no podía verlo ni hablar con él?

 Quería ver su rostro. Moría por hacerlo. Lo necesitaba casi tanto como respirar y joder, Wei Ying le debía una respuesta.

 ¿Por qué iba a enterrarse tan profundamente en él para luego sólo desaparecer? ¿Por qué lo haría?

 Cuatro meses atrás su corazón casi saltaba de felicidad mientras lo buscaba irrefrenablemente para darle la tan esperada y ansiada noticia de la aprobación de su tío, para luego derrumbarse tan estrepitosamente con el corazón vuelto un puño y un dolor tan desgarrador como desconocido.

 Se sintió traicionado, pero más que eso... infinitamente herido.

 Se aferró al pequeño anillo en su mano, ese que había comprado especialmente para el chico en aquel largo viaje y que, tonto de sí, había desaprovechado cada oportunidad para entregárselo, inclusive en aquel último fin de semana que compartieron juntos. Las letras que había hecho grabar en la parte interior del mismo brillaron débilmente a la luz de la lámpara de noche y se le oprimió un nudo en su pecho aún más. Un grito de pura y violenta frustración se atoró en su garganta y las estúpidas lágrimas volvieron a nublar su vista negándole una noche de sueño más.

Caos en la oficinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora