XVI

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21 y 22 de Mayo de 2020

                    HUGO

En cuanto llegué a la habitación la vi tumbada en su cama, poniéndose crema en las piernas. ¿Cómo algo tan cotidiano podía ponerme cardíaco a esos niveles? Resoplé y empezó a reír en cuanto me vio la cara. Era plenamente consciente de lo que estaba haciendo y la reacción que eso ocasionaba a mi cuerpo. Y si seguíamos así no iba a poder evitar querer tirarme encima suyo en cualquier momento. 

Sabía que Maialen y Bruno tardarían. Se habían ido a uno de sus rincones a dar rienda suelta a su amor y, sinceramente, aunque no fuera así me daba igual todo. Me tumbé a su lado, abrazándola mientras le besaba la cabeza, embriagándome de su olor. Y ella no podía parar de reír y darme pequeños golpes en la espalda. 

Ambos nos quedamos de lado, abrazados, mirándonos. Acaricié su cara, atrayéndola hacia mí para besarla. Mi boca no se cansaba de la suya. Jamás podría hacerlo. Y no sabría explicaros el porqué pero esos besos me sabían diferente a las otras noches. Eran especiales, diferentes. Me separé poco a poco de ella y la miré. Era preciosa y tenerla entre mis brazos era un sueño hecho realidad.


- No sé qué has hecho conmigo, Anaju -su sonrisa, sus caricias- No te quiero perder nunca


El brillo de sus ojos dio paso a sus lágrimas tímidas que no dudé en secar con la yema de mis dedos para luego besar esos ojos color azabache de la manera más dulce que os podáis imaginar. Me besó con intensidad provocando un revuelo de sensaciones en mi cuerpo que no podría describir, moviendo mi cuerpo encima del suyo para romper los mílimetros que aún separaban nuestros cuerpos. 

No tenía intención de más, a pesar de estar como una moto notando su cuerpo bajo el mío. Ella era la que marcaba los tiempos, la que marcaba el ritmo de todo y jamás intentaría nada que previamente ella no pidiera. Acariciaba mi cara milímetro a milímetro, repasando cada una de mis facciones, estremeciendo mi piel con su tacto. Yo solo podía admirarla embobado como quien tiene frente a él, una obra de arte. 


- Hugo... -notaba el miedo en sus ojos, en su voz

- Dime

- Yo...

- Calla, no digas nada -ese brillo tan especial que tenía- Te quiero Anaju, mucho

- Yo también te quiero Hugo


Nos besamos, nos tentamos, nos acariciamos y nos abrazamos de tal manera que se creó una intimidad a la que jamás pensé que llegaría con nadie. Como os dije, ella era mi hogar y me sentía así. En casa. Acariciándola y observándola mientras caía rendida, durmiendo entre mis brazos, me dormí. Ni el polvo más salvaje habría despertado lo que esa noche sentí con ella. 

Igual que nada se podría comparar a despertar y tenerla apoyada en mi pecho. La abracé aún más fuerte recordando cada segundo de la noche anterior. ¿Cómo podía sentirme tan lleno de vida, tan completo, tan feliz? Ella era la razón por la que sentía plenitud. Ella lo era todo para mí. Me abrumaba la intensidad de mis sentimientos pero no quería frenarlos, al contrario, era un caballo desbocado, salvaje, incontrolado. 

En cuanto su mirada conectó con la mía y me dio los buenos días se me iluminó la cara. No había sido un sueño. Todo lo que había vivido y sentido era real. Tan real, tan natural, tan espontáneo. Me dio un beso tan tierno que casi le como la cara a mordiscos. Nos reíamos sin parar. Dejé un beso en sus labios y salí de la habitación para ir al baño y empezar a prepararme para la clase de Cesc. 

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