XXX

1.6K 72 77
                                    

       HUGO

Fue un beso desesperado, ansioso. No busqué profundizarlo, simplemente quería volver a sentir sus dulces labios sobre los míos. Ella parecía estar petrificada, no se movía e incluso llegué a pensar que no respiraba. Me separé dejando un pequeño espacio entre Anaju y yo. Analicé su rostro, su mirada, intentando entender qué le podía estar pasando por la cabeza.


- Hugo... -dijo ella en un susurro

- Lo siento Anaju, yo... no podía más y...


Me besó. Sus labios sabor caramelo chocaron contra los míos. Su lengua buscaba la mía en esa particular batalla que ya conocíamos. Estábamos sedientos el uno del otro. Ni siquiera había sido consciente de lo mucho que había echado de menos sus besos. Nuestras ganas habían sido calladas, por fin.

Nos separamos para coger un poco de aire. Pegamos nuestras frentes y rocé mi nariz con la suya, como hice meses antes en nuestra actuación de Señorita. Sus manos arrugaban cada vez más mi camisa y las mías sostenían su cara con la mayor dulzura que os podáis imaginar.


- Hugo...

- No hace falta que digas nada

- Sí, sí hace falta -analicé su rostro y su mirada buscando entender qué quería decirme pero se adelantó- Yo..

- No digas nada, por favor. Déjame disfrutarte solo un rato. Te prometo que luego me distanciaré si así lo quieres... -tapó mi boca con sus dedos, mandándome callar

- Yo también estoy enamorada de ti, perdidamente -dijo sonriendo y consiguiendo que mi corazón latiera con fuerza


Le di un pequeño beso en los labios para volver a juntar mi frente con la suya e intentar despertar del sueño que estaba viviendo. Pero era real. Tan real como el beso que le siguió. Movió una de sus manos hacia mi cuello, ese lugar que tanto le gustaba. Y con fuerza, profundizaba nuestros besos hasta el punto de faltarnos hasta la respiración. De nuevo esa batalla por querer eliminar cualquier espacio existente entre nosotros.

Moví mi mano hasta su cintura, rodeando su pequeño cuerpo y estrechándolo contra mí. Podía notar el calor saliendo por cada uno de mis poros. Y ella parecía estar decidida a llevarme de la mano a la hoguera. Movía sus caderas hacia adelante, buscándome, retándome, como tantas otras veces sucedió en aquella cama de la Academia.

Empecé a andar mientras nos besábamos para apoyar su espalda en la pared, lo que consiguió que soltara un pequeño suspiro que me volvió aún más loco si cabe. Sonreí en sus labios, sabedor de lo que había provocado y del fuego que había encendido. Y ella en vez de querer apagarlo, estaba ayudando a avivar las llamas. Empezó a moverse, llevándome consigo, hasta que su espalda tocó la encimera del aseo.

Separó nuestros labios con dificultad y clavó su mirada en la mía. Si no había sido capaz de encontrar sus pupilas en meses, en ese momento era imposible. Su mirada oscurecida por el deseo me quemaba. Subió a la encimera sonriendo y mirándome. Era un jodido espectáculo. Tenía frente a mí a una diosa que me dejaba sin aliento.

Abrió sus piernas, puso su mano en mi camisa y tiró de ella acercando mi cuerpo, invitándome a ocupar ese hueco que había creado especialmente para mí. La besé con desesperación, con pasión y con anhelo. Pero lo único que allí se respiraba era amor. Sus manos frías recorrían mi espalda bajo mi camisa, erizándome la piel. Mis manos ansiosas, se entretenían en recorrer un camino desde su muslo hasta su nuca, pasando por su trasero.

TodoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora