Prólogo.

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Su madre se había tomado la molestía —es decir, el atrevimiento— de preparar sus maletas para el internado de ese año, algo que no había hecho los otros años y el cenizo creía que era un tema de la edad que la estaba poniendo sensible. Se abstuvo de comentarlo en la cena por temor a perder los huevos antes de irse de su casa.

Yuei era la preparatoria más prestigiosa de todo Japón y la razón de ser un internado era porque ahí estaban los hijos de personas muy adineradas y de renombre, por eso la seguridad de aquellos retoños era lo primordial aunque eso causará que se separaran de sus familias durante todo el periodo escolar.

Katsuki, a diferencia del llorón de su amigo Deku que no podía vivir sin ver a su madre todos los fines de semana, le venía de maravilla que Yuei fuera un lugar donde pasaría sietes meses lejos de la supervisión paterna.

Pero ese año habría un motivo más importante por el cual agradecería el estar muy lejos de casa.

Cómo era habitual en él se levantó temprano para tomar el tren que le llevaría a la preparatoria. Por mucho dinero que hubiera en su familia, Mitsuki y Masaru le habían criado para que aprendiera a valerse por sí mismo y no ir a la escuela en una limusina o auto último modelo como hacían varios de sus compañeros. Aunque claro, el castaño de su padre siempre le decía que podía llevarlo en su auto —que podía no ser último modelo pero era increíble— sí quería para no tener que levantarse tan temprano pero el cenizo se había acostumbrado a hacerlo todos los años, así que era casi una tradición que no quería romper en su último año en Yuei.

Bakugou se levantó de su cama a eso de las cinco de la mañana, ordenó su habitación —que no vería en un largo tiempo— y se dio una ducha gozando del tiempo que tenía de sobra, bajo a desayunar dónde se encontró a su madre leyendo el diario, con la ropa que traía puesta el día anterior y a su padre haciendo unas tostadas.

—No la puede convencer —comento el castaño a su primogénito cuando se sentó en la mesa.

—Mujer terca —se burló Katsuki ganándose la mirada reprobatoria de su madre.

—No es ser terca, solo quiero ganar este maldito caso de una vez —se defendió Mitsuki.

—Pero puedes dormir y ganar el caso, amor —rió Masaru.

Masaru Bakugou era el accionistas mayoritario de varias empresas, sus decisiones habían salvado a varios de no caer en la ruina económica y su actitud calmada ante las crisis era algo que hacía a los empresarios confiar en él, aparte que tenía un gran instinto para saber que negocios serían viables y cuales no. Mitsuki Bakugou, por el contrario, venía de una larga línea de abogados y médicos en su familia, siendo ella la primera en ser abogada en la rama del derecho penal ya que la mayoría de sus familiares estaban más asociados a el derecho civil.

El menor de la familia no presto atención a la conversación entre sus padres, por muy distintos que fueran en el interior eran igual de obsesivos con el trabajo y ese tipo de conversaciones dónde uno le pedía al otro que no se excediera con algo eran pan de cada día en su casa.

Así que podía tranquilamente pasar de ellos y comer.

Hasta que sonó el timbre de su casa, demasiado temprano como para pensar que era el cartero o Inko Midoriya, la mejor amiga de su madre.

—Ve a ver quien es Katsuki —pidió la rubia.

— ¿Porque yo, bruja? —replico el menor —Tú estás más cerca.

— ¡Porque yo lo digo, mocoso irrespetuoso! —renegó Mitsuki.

Katsuki dio un mordisco a su tostada con molestía y se paró antes que su madre pensará en arrojarle el florero que usaban para adornar la mesa. Tuvo que caminar el larguísimo pasillo que había desde el comedor de su casa hasta la entrada y abrir la puerta doble, solo para encontrarse con que no había nadie del otro lado.

—Ugg.

O eso creyó.

Los ojos rojos tuvieron que bajar hasta el piso de marfil de su entrada para ver a un...bebé de cabello castaño y con sus ojitos cerrados dentro de un canasto de picnic. El bebé movía sus manitas, arrugaba su frente y sus labios se fruncian en un balbuceo inentendible.

— ¿Que mierda es esto? —susurro Katsuki una vez salió del shock inicial y se puso de rodillas en el piso para ver mejor al pequeño — ¿Que imbécil infeliz te dejo aquí?

El bebé, obviamente, no respondió pero el cenizo noto que tenía un papel a un costado de su cabeza y recordando alguna estúpida película tragicómica que había sido obligado a ver por sus estúpidos amigos, agarro el papel que al parecer era de una nota y no era de un imbécil infeliz desconocido, sino de alguien a quien Bakugou conocía bien.

Camie Utushime.

Reconocería esa fina forma de escribir que rivalizaba con la de Momo Yaoyorazou.

"Hablamos en las vacaciones de verano".

Katsuki apretó la nota, miro al bebé y volvió a mirar la nota. Para las vacaciones de verano faltaban tres meses ¡Y él necesita saber ya que carajos hacia un bebé en la entrada de su casa!

— ¡Katsuki! —grito su madre desde el interior de la casa — ¡¿Que pasa que estás demorando tanto?!

El cenizo se mordió los labios ¿Que mierda hacia? Había un bebé desconocido en su parte y la nota de su amiga no era muy alentadora, tampoco le daba mucha información que digamos. Y su madre haría un escándalo digno de una telenovela si lo veía con un bebé en la puerta.

El tren para ir a Yuei salía en media hora.

Katsuki Bakugou miro otra vez al bebé que ahora notaba, tenía el cabello castaño igual que el de Camie Utushime y para colmo tuvo que volver a balbucear, llenándose en el proceso de baba.

Sus maletas estaban en la entrada.

— ¡Katsuki!

Te voy a matar maldita loca. Lo juro.

Bakugou agarró al bebé, al paquete de pañales que venía a un lado de su canasta y sus maletas. Podía cambiarse el piyama en la estación de trenes.

— ¡Viejo, bruja! —el bebé se puso a llorar — ¡Me voy!

Amigos, en las buenas y en las malas [TodoBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora