Es más fácil pintarlo que decirlo.

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— ¿Otra vez rosado?

La suave voz de su madre hace que por poco se caiga de su taburete. Lo que claramente hizo reír a la mujer quien se acercó hasta él y puso una mano sobre su hombro.

Hanta se sonrojo un poco mientras su madre examinaba su pintura. Podía recibir cientos de halagos desde que era un niño en cuanto su arte, siendo llamado prodigio y de más cosas pero la opinión de su progenitora era la única que le hacía sentir un revoltijo de emociones dentro de su estómago. Una mezcla de miedo y deseo de reconocimiento.

Después de todo, Iroha Sero era una pintura contemporánea conocida a nivel internacional.

—Es muy bello y muy confuso —soltó una risa la mayor — ¿Por hacer este cuadro has dejado a tu madre sola con el huerto?

—No te deje sola —hizo un puchero —Se suponía que estábamos de descanso.

—Exacto, se suponía —tomo su mano y le hizo pararse —Hora de volver a el trabajo.

El menor suspiro. Su madre era parecida a él y también diferente. Ambos tenían cabello azabache y ojos negros pero los de ella eran ligeramente más claros, como si en vez de negros fueran de un café oscuro. También sus personalidades eran opuestas, mientras que ella era bastante tímida —con los demás, no con él y su padre— el azabache se podía decir era más extrovertido y divertido.

No obstante, los dos disfrutaban bastante de su tiempo juntos. Y como decían por ahí, entre artistas se entendían.

Iroha podría saber o no porque sus pinturas tenían aquel matiz rosado y un revuelto más de color sin forma pero no lo mencionaba de forma directa. Hanta agradecía aquel detalle por su parte.

Cómo adolescente, había cosas que prefería no hablar con sus padres sin tener una adecuada preparación antes.

El amor, por ejemplo, era una de ellas.

— ¿Sabes? Taka-chan por poco roba mis frutillas el otro día —menciono la femenina con un ligero puchero — ¡Y eso que las escondí muy bien de él! ¡Ese hombre debe aprender que nuestro huerto no es su almacén de suministros!

Hanta soltó una carcajada ante el berrinche de su madre. Una de las razones por las que mantenían su huerto oculto era porque su padre, Takahiro Sero, era un pastelero profesional a quien le gustaba usar productos frescos para sus elaboraciones.

Las frutillas que él y su madre cosechaban siempre eran el blanco de su padre. Debían protegerlas.

Si tuviera que ser sincero consigo mismo diría sin penas que su casa era la de una familia acomodada y prospera con un toque occidental ya que su madre tenía esos gustos. No es como si hicieran gran alarde de su riqueza, sino que más bien no les gustaba mucho mostrarla.

Iroha usaba un vestido naranja veraniego y un sombrero de paja, ambos elementos el menor sabía que no costaban una fortuna y que podría vestirse con cosa más caras si así lo quisiera.

Sin embargo, sabía que eso nunca pasaría y para él era lo mismo. No remplazaria sus ropas por otras solo para lucir mejor que otras personas y aparte, estaba en su casa.

Él y su padre andaban en boxers cuando estaban en su hogar.

—Las naranjas son verdaderamente dulces este año —comento con alegría Iroha —Deberías invitar a tus amigos a problarlas algún día.

—A Bakugou le encantaría. Pero tendrían que ser ácidas para que las comiera —bromeo el azabache.

Su madre se rió y asintió, mencionando que siempre podían hacer una limonada para aquel que no quisiera de sus naranjas.

Amigos, en las buenas y en las malas [TodoBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora