VII. Ese día.

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Sus manos fueron a mi cintura y pegó mi cuerpo al suyo, podía sentir el calor subir desde mi vientre a mis mejillas, su lengua entró en mi boca forzando el beso a volverse más intenso, se echó hacia adelante y pegó mi cuerpo contra el marco de la puerta presionándolo contra el suyo, el deseo comenzaba a envolverme, había olvidado lo bien que se había sentido...

...Pero lo mal que estaba.

Mi mente fue al año pasado, en mi segundo año de la universidad, me había enfocado en tener un grupo cerrado de tres amigos donde nos reuníamos a estudiar, me gustó encajar con ellos desde el primer año, a pesar de que ellos eran de estar encerrados y no salían a fiestas, fue un cambio para mí, pero me gustaba estar con ellos, así al menos podía fingir que era una buena persona y que mi pasado de sobredosis y decisiones descontroladas quedaran ahí, en el olvido.

Todo en la universidad era genial, las chicas con las que compartía residencia eran muy amables y todas nos caímos bien enseguida, todo me estaba saliendo bien.

Hasta ese día.

El doctor Arturo era el mejor dando clases, era una de mis clases favoritas porque además de que aprendíamos del cuerpo humano, él era muy bueno explicando debido a su experiencia como médico cirujano, me encantaba su clase, siempre me sentaba adelante, tomaba apuntes, hacía muchísimas preguntas, sentía mucha admiración por él, porque quería algún día saber tanto como él.

Era jueves cuando comenzó a llover muy fuerte y yo me había quedado atrapada bajo el toldo de una cafetería para no empaparme tras un antojo de tomarme un café espumoso, me salió muy caro. Vi un auto frenar y orillarse en la carretera frente a mí, bajó la ventanilla y observé al doctor asomarse haciéndome una seña con su mano para que me subiera, sentí que había sido enviado del cielo, ya eran alrededor de las 7 de la noche y me estaba congelando.

—Gracias a Dios —susurré una vez que me acomodé en el asiento y cerré la puerta—, muchas gracias a usted, doctor Arturo, hacía mucho frio allá afuera y ni siquiera tenía paraguas.

—No te preocupes, y llámame solo Arturo, aquí no estamos en la universidad —dijo, cuando lo miré él me regaló una sonrisa, no me había dado cuenta hasta ese momento que él lucía una simple franela marrón que mostraba sus brazos grandes y unos bermudas que revelaban sus piernas algo peludas, con la calefacción del auto, él debía de estar muy a gusto.

Sentí sonrojarme un poco cuando me di cuenta que me había quedado viendo su pantalón imaginando como se sentiría tocar los vellos de sus piernas, algo que no era muy apropiado, alcé la vista y noté que de hecho, él estaba viéndome, sentí que el ambiente había cambiado a uno más intenso cuando él no hizo ningún gesto como si simplemente supiera lo que yo estaba pensando, me acomodé en el asiento y aclaré mi garganta.

—Esta lluvia está tremenda ¿eh? —murmuré evitando volver a mirarlo, yo misma hice de ese momento algo incómodo.

—Sí, todos estos días han sido muy lluviosos —respondió manejando a una velocidad prudente en la oscura carretera—. ¿Dónde vives?

—En la residencia Delicias, justo frente a la universidad —dije, no estábamos muy lejos. Mi mirada fue a la foto que tenía colgando en el espejo retrovisor junto con varias cruces de adorno, era Arturo, aunque sin barba, lucía muy joven, al lado estaba una mujer muy hermosa y rubia, ambos sonriendo ampliamente a la cámara.

—¿Ella es su esposa? —pregunté señalando la foto con mi dedo, él siguió la dirección de mi dedo y afirmó con la cabeza.

—Sí, eso fue hace 25 años si no me equivoco, ahora tengo 42 —dijo—, el tiempo pasa muy rápido.

Deseo... que seas mío. (Libro 1 Y 2) [Completo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora