Words of Love.

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Aquella mañana me desperté muy temprano. Tenía ya todo listo y el tren salía a las 07:00 hrs desde Mánchester, por lo cual llegaría aproximadamente a las 11 hrs a Londres.

—Martina le hizo este dibujo —dijo Tania.

La pequeña aún dormía así que ella me entregó el dibujo.

—Es hermoso —dije yo—. Cuídense mucho. —Abracé a Tania y acaricié a Martina.

—Que tenga un buen viaje.

—Gracias —le sonreí.

Tania me dejó en la puerta de la casa. Tomé el taxi hasta la estación de trenes. Miré por la ventana una vez había subido al tren, dentro de unas horas, estaría en mi hogar.

~Ya teníamos todo planeado, solo quedaba esperar que pasaran las horas.

—¿Qué hora es? —pregunté.

—09:35 —bufó Ringo.

—Sólo han pasado tres minutos desde que preguntaste la última vez —añadió John mientras me lanzaba una bola de papel en la cara.

—¿Un cigarrillo? —me ofreció George mientras sacaba uno para él.

—No fumo sin desayuno —expliqué.

—¿No has desayunado? —dijo George indignado—. Si ya casi es hora del segundo desayuno. — Miró el reloj.

Todos lo miramos.

—¿Cuántas veces desayunas, cejón? —preguntó John.

—Depende del día —dijo él de lo más natural.

Se ganó otra mirada de parte de los tres. Pasamos el resto del tiempo hablando y tocando. Cuando se acercó la hora, me marché.

~Me había quedado dormida. Cuando abrí los ojos, me encontré en la estación de trenes de Londres. Su frío clima rodeaba el ambiente. Tomé mis pertenencias y bajé. Miraba hacia todos lados, Lucy había dicho que enviaría a Alfred a buscarme. Y de pronto lo vi, parado con un cartel en la mano con mis iniciales: C. H.

Me acerqué a Alfred con una gran sonrisa. Él se apresuró a ayudarme con mis maletas.

—¿Qué tal su viaje, señorita? —preguntó él una vez estábamos en el auto.

—Muy bien, gracias —respondí cordial.

Me fui observando el paisaje. Había extrañado Londres, pero más a Paul y no hallaba la hora de llegar a casa.

Iba observando el hermoso paisaje, cuando de pronto el auto se paró.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—El motor...—dijo Alfred mientras bajaba.

Yo bajé detrás de él. Alfred miraba el auto. Miré a mi alrededor, estábamos en medio de la nada ya que Alfred había tomado otro camino para evitar la congestión vehicular.

—¿Que haremos? —ya empezaba a preocuparme.

Alfred se quitó su gorro y rascó su nuca algo nervioso. ¡Demonios! Quizá cuanto tiempo estaríamos parados. Miré la carretera, por ahí no pasaba ni una mosca, no había rastro alguno de civilización.

—¿No tienes una caja de herramientas? —pregunté esperanzada.

—El motor está bien. Lo que no tenemos es gasolina.

Bufé. Alfred abrió la puerta del auto, sacó algo, se puso su gorro y me miró.

—Iré a buscar gasolina, si mal no me equivoco, hay un lugar cerca por aquí donde podré comprar.

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