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 Según lo que Adhara había averiguado en la mañana siguiente durante el desayuno, los hombres que había contratado se detuvieron poco tiempo después de que Lían dejó su habitación. 

 Habría matado por conocer ese dato ayer, pues se había pasado el resto de la noche temblando por los pensamientos que las consecuencias de sus acciones traían.

 Aún mientras comía le era muy difícil no pensar al respecto. Sabiendo que los pieles claras serían castigados mientras no trabajaran y con el único trabajo de Lían siendo estar a su lado, significaba que mientras bebía de su taza de café el chico la estaría pasando mal.

 No dudo en levantarse de la mesa en el segundo en que todos terminaron de comer, intentando no parecer desesperada por salir al patio y probablemente fallando, aunque no era como si le importaran las miradas siguiéndola en su camino de salida.

 Pero aún con sus ansias de pisar el exterior, las piernas le fallaron al recordar el espectáculo de ayer, y solo deseó que no fuera necesario atravesarlo nuevamente para lo que planeaba hacer.

— ¿Una charla?— interrumpió la conversación que el jefe de aquellos hombres tenía con los otros, pero lo único que obtuvo fue una mirada curiosa.

 Señalando hacia un lado en un intento de que el hombre comprendiera sus intenciones y muy lentamente lo hizo. Una vez estuvieron alejados del alboroto, que aunque era menor que ayer seguía siendo grotesco, Adhara se aclaró la garganta antes de girarse hacia el hombre con seriedad.

— Sus servicios ya no son requeridos, pueden retirarse y se les pagará lo que se prometió— habló de la manera más clara y serena que pudo, aunque presentía que el hombre frente a ella podría notar su nerviosismo sin ningún esfuerzo.

— El señor de la casa nos pago por adelantado— se encogió de hombros, dispuesto a alejarse y volver con el resto de sus compañeros.

— Pueden irse, de todos modos— hizo un esfuerzo por colocarse nuevamente frente a él.

— Soy un hombre de palabra— soltó una risa, dejándole ver que no estaba dispuesto a tomarla en serio.

— ¿Acaso no fui yo quien los contrató?— cuestionó la mujer, cruzándose de brazos y no permitiendo que continuara intentando rodearla para seguir caminando.

— Ningún dinero me vino de ti— dijo con obviedad, tomándose todo el asunto como una broma.

— Les pagaré cada centavo que Patrick ya les dio, el doble incluso— declaró, provocando que el hombre subiera ambas cejas.— Empaquen sus cosas.

 Cuando creyó haber sido lo suficientemente entendible, tuvo que contenerse de soltar todas las maldiciones que conocía mientras iba a su habitación por el dinero, pero llegó a su limite cuando al regresar al patio notó una nueva figura parada junto a los trabajadores. Era poco decir que no le hizo ninguna gracia que Patrick estuviese allí.

— Adhara...— la manera abatida en la que su cuñado soltó un suspiro apenas estuvo lo suficientemente cerca le disgustó bastante.

— Aquí tiene su pago— ni siquiera se giró a ver Patrick mientras enfrentaba fijamente al otro hombre.

— Eso no es necesario— murmuró Patrick, poniendo una mano en el hombro de la mujer, instándole a bajar el brazo que extendía.

— No me toques— con aquél rápido comentario, no tardó ni un segundo en volver su atención hacia el trabajador.— Este es su pago, y un aumento por las molestias que pude haber ocasionado— habló, ignorando los reproches de Patrick.— Pero no debe preocuparse, porque tengo dinero para pagar por mí misma todo aquello que se me ocurra pedir y luego tirar a la basura cualquier plan con el que no quiera seguir— luego de mantener su brazo en alto por unos segundos más, terminó por lanzar el dinero a los pies del jefe, quien soltó un bufido antes de lanzarse a recogerlo.

Pieles ClarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora