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El mundo había sufrido tanto.

 Sequías, incendios, guerras, hambres.

 Los libros relatan sucesos tan rápidos que de la noche a la mañana, el mundo ya había caído. La civilización había caído. El sol había caído.

 La caída del sol era el nombre corriente con que se conoce al acontecimiento en el que piedras solares empezaron a ser expulsadas de la estrella para impactar en distintas partes del mundo, cada una de ellas causando tanto daño como las otras.

 Los libros narran historias de científicos enloqueciendo al observar la manera en la que el sol parecía desprender capas, finalmente soltándola de manera abrupta, ocasionando que la alerta a la población llegara demasiado tarde. La catástrofe fue inevitable.

 Seis piedras en total: Estados Unidos, Bolivia, Kenia, Australia, Groenlandia y Mongolia.

 Todos esos territorios y al menos unos cuantos miles de kilómetros a sus alrededores no lograron salvarse, el primer impacto los acabó.

Luego de eso, el segundo impacto llegó cuando las piedras lunares perforaron la tierra y llegaron hasta el núcleo, haciendo de este cientos de veces más caliente.

Miles de personas padecieron. En medio del sufrimiento entró el pánico a la muerte, entre el pánico apareció el deseo de tener unos últimos buenos momentos, de ese deseo se hicieron presentes los crímenes.

Los gobiernos no pudieron soportar la destrucción total de la civilización, y con la idea de que la vida no duraría mucho más y de que el destino estaba escrito, todos dejaron de intentar sobrellevar la sociedad.

 Así, las empresas encargadas de los alimentos y la electricidad dejaron de funcionar, pareciendo que todo lo que se había vivido y progresado en los últimos cien años fuese insignificante. Edificios enteros fueron derrumbados en medio de estallidos de locura, bienes materiales saqueados, bienes fundamentales acaparados para los sectores privilegiados. Puro caos.

 Esa situación duró años, llevándose demasiadas vidas y costándole a la sociedad grandes perdidas. Pero el segundo impacto acabó, aún con vida sobre la tierra.

 Y fue cuando vino el tercero.

 Todas las facilidades tecnológicas se habían esfumado, todo había vuelto a una época prehistórica en la que si deseabas comer debías ser capaz de cazar, si querías un refugio debías armarlo. Si querías algo, la única forma era ser lo suficientemente habilidoso para conseguirlo.

 La mayoría de las personas vivían en las sombras que proporcionaban las ruinas de los edificios, comiendo solo reservas de alimentos guardadas desde hace años. Y pese a que el calor se había hecho soportable, la capa de ozono había sido dañada gravemente.

 Los rayos de sol eran más fuertes que nunca, y el estar bajo estos aseguraba grandes quemaduras en todo el cuerpo aún por bajo la ropa. La idea de exponerse al sol venía directamente acompañada con la idea de que la piel se volviese rojiza y salieran ronchas y heridas, hasta provocar un dolor tan grande que terminaba en la muerte.

 Esto fue hasta que se descubrió. Ciertas pieles eran más sensibles que otras.

Había pieles que no se ponían rojas, a las que no le salían ronchas ni heridas, las que podían estar bajo el sol, las que podían volver a vivir sin tener que arrastrarse en las sombras.

Solo las pieles más claras sufrían estos problemas, mientras que las personas con pieles oscuras estaban exceptas de dolor. Todo tenía que ver con un componente en la melanina de la piel.

Pieles ClarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora