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 La ventana del pasillo le daba una clara vista del amanecer mientras Adhara iba camino a su habitación, pero la luz del sol combinada con el sueño que sentía solo hicieron que tuviese que entrecerrar los ojos y perderse gran parte del recorrido.

Por un momento, mientras pasaba por el último ventanal, creyó que su vista por fin tendría un descanso, pero el contraste de todas las luces apagadas del pasillo provocó que manchas violetas se apoderaran de su visión.

 Hizo el mejor de sus intentos de cubrir sus ojos con una mano y sostenerse de la pared con la otra, preparada para lanzarse con todo su ímpetu hacia su deseada cama que se encontraba a pocos metros, pero la sorpresa de encontrar la puerta de su habitación abierta hizo que se sintiera obligada a despejar su mente antes de entrar.

 Sin embargo, la vista que la esperaba en el interior solo le hizo sentir más ebria, no temiendo admitir lo mucho que había estado deseando ver al chico y demando menos de un segundo en atravesar la habitación para lanzarse hacia él, dejándose sostener mientras lo único que preocupaba su mente era poner sus manos en aquél pálido rostro.

— Oí lo que hiciste— murmuró el chico, dejando que una sonrisa se apoderara de su expresión.— Con la pared y...

— No digas nada— Adhara se acercó lo suficiente como para eliminar el espacio, sintiéndose merecedora de un buen momento tras un día tan largo.— No hace falta que digamos nada, no hace falta nada. Solo déjame estar aquí un minuto.

 No es como si hubiese tenido conciencia del paso del tiempo, pero estaba segura de que había sido más de un minuto. Al menos había sido el tiempo suficiente para que la confusión del chico se borrara y fuese reemplazada por completa sumisión hacia lo que fuera que pasaría luego, permitiéndose ver y acariciar tanto como la mujer quisiera.

— ¿Por qué?— cuestionó, tomando con suavidad la mano que se posaba en su mejilla.

— Me gusta tanto verte— admitió la mujer, cerrando los ojos al soltar un suspiro en modo de preparación para soltarle.— Pero tengo que hablar contigo.

— Me gusta escucharte— aseguró, permitiendo que su acompañante lo empujara hacia el centro de la habitación, sin inmutarse para nada con que cerrara la puerta.

 Adhara admiró la manera en que ni siquiera pudiera sacar una reacción de su parte tras sacar el papel que había estado guardando tan recelosamente de su bolsillo, para luego entregárselo y obligarle a que cerrara sus manos apenas lo sostuvo.

— ¿Qué?— solo frunció el ceño al verla retroceder, pero pareció demasiado ocupado alisando el papel entre sus manos como para evitar que se alejara aún más.— ¿Qué haces?

— Ese eres tú— la mujer señaló a sus manos con simpleza, tragando todo su nerviosismo antes de continuar.— Son todos tus derechos, todo el trabajo que puedas hacer y todo lo que haces en la actualidad.

— Son papeles de propiedad— lo dijo por fin en voz alta, sin moverse ni un milímetro mientras Adhara no podía hacer más que caminar de un lado al otro en medio de temblores.— ¿Por qué estás dándome papeles de propiedad?

— Para que hagas lo que quieras— explicó, creyendo que la respuesta era más que obvia.— Puedes salir por el portón principal con total libertad, o puedes colgarlo en tu celda y tenerlo de adorno tanto tiempo como te plazca.

— ¿Por qué me lo das?— soltó un bufido, reaccionando solo para pasar a estar indignado.— ¿Por qué tu firma no está aquí? ¿Por qué no te los estás quedando para guardarlos y poder llevarme cuando te vayas?

— Porque ese no es el plan, Lían.

— ¿Por qué no lo es?— pese a lo preciso que había sido al lanzar el papel a los pies de la mujer, esta solo detuvo su recorrido para alzarlo y volver a entregárselo, como si se hubiese tratado de un error.— No voy a aceptar eso, no estás librándote de nada.

Pieles ClarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora