#29

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 Pese a su reciente auto-descubrimiento, a Adhara le resultaba increíblemente difícil armar la suficiente confianza como para ir hacia Lían y pedirle una palabra.

 En esos momentos brillaba lo mucho que el chico odiaba ser ignorado, y lo mucho que podía aprovecharse de ese hecho. Solo bastó con que la mujer pasara por al lado de su lugar de trabajo para que el piel clara estuviera siguiéndola, llamando su nombre e implorando que le hablara, en su camino hacia la laguna.

 Sin embargo, cuando estuvieron a pocos metros del agua Adhara tuvo que aceptar que no tenía un discurso preparado y que lo único que podía hacer su mente era darle estática cada vez que buscaba por palabras, haciendo que se sintiera más y más tonta mientras Lían la miraba expectante.

— Necesito pensar— habló finalmente, en un tono más dubitativo del que esperaba usar.

— Esperaré a que lo hagas, si con eso al menos te diriges a mí...— el chico soltó un suspiro de alivio, como si hubiese necesitado eso para por fin dar una vista a su alrededor.— Hace mucho que no me pedías que te trajera aquí.

— Aprendí a llegar sola— Adhara subió los hombros, quitándole importancia mientras se acercaba con cautela hacia la orilla, sintiendo a su acompañante imitarla hasta quedarse a escasos metro de ella.

— Te dije que no era buena idea que caminases sola por el bosque— frunció el ceño un poco, pero lo ablandó al verla soltar un bufido.

— Solías hablar menos...— comentó la mujer, anclando su mirada en el agua quieta.

— Me pediste que hablara más— le recordó, pateando una piedra que hizo que sus reflejos en el agua comenzaran a temblar.

— Te llevó demasiado tiempo hacerlo, ya no lo quiero.

— ¿Cuánto tiempo te llevará pensarlo?— cuestionó, luego de recelar aquella respuesta.

— ¿Cuánto tiempo vas a esperar?

— ¿Qué estoy esperando?— bufó el chico, poniéndose de pie y caminando en círculos durante un par de segundos.— Si me dijeras lo que necesitas debatir, tal vez la espera sería menos tediosa.

— ¡Ni siquiera han pasado diez minutos y ya estás quejándote!— Adhara tuvo que voltearse para darle la espalda y evitar que le contagiara su nerviosismo.— Y no te pedí que vinieras.

— Quiero estar aquí— murmuró, volviendo a sentarse a su lado.— Pero...

— Tal vez me gustabas porque mantenías la boca cerrada— pensó en voz alta, deseando que sus ataques hacia él le ayudaran a decidir por marcharse.

 Pero nada parecía lograr que se alejara o reaccionara en lo absoluto, solo se quedaba sentado allí, completamente quieto y en silencio. Y siendo exactamente eso lo que le había pedido, no es como si pudiera quejarse de lo nerviosa que la ponía esa actitud por parte del chico.

 Sin siquiera darse cuenta, se la había pasado minutos enteros con la mirada fija en él, solo reconociendo el contacto visual que mantenían cuando el chico pareció no soportarlo más y se volteó con una media sonrisa en su rostro.

— ¿Confesaste tu amor por mí y aún no puedes mirarme sin sentirte incómodo?— la mujer soltó un bufido, burlándose del piel clara mientras empujaba su hombro.

— Es más difícil de lo que parece— se excusó, borrando su sonrisa al instante y devolviéndole una mirada vacía.— Deberías dejar de fruncir tanto el ceño.

— No puedes decirme que hacer.

— Solo doy consejos... como por ejemplo, podrías admitir que quieres que me quede.

Pieles ClarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora