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Me muerdo el labio inferior y miro el perfil de Erick, quien solo esperaba que diga o haga algo.

—¿Sabes? —habla sin mirarme—. Puedo quedarme en casa de Becky o Seba...

—Cállate —todo el frío se va y solo quiero golpear algo. Siento asco—. Sube al auto, tengo que hablar contigo.

Saco mis llaves y camino al auto, escuchando las suaves pisadas de Erick detrás mío.

Adentro prendo el aire acondicionado hasta que el aire es tibio y acogedor. Luego arranco y veo como Erick se acurruca en el asiento del copiloto.

—No te duermas, es un viaje corto —le digo dando la vuelta en la esquina.

Pero cuando miro a mi derecha veo a Colón con la cabeza recargada en el vidrio, con los ojos cerrados y la boca entreabierta.

—¿Es en serio? —pregunto molesto, aunque sé que no me responderá.

Durante esos quince minutos lo único que escucho es su leve respiración y el agua salpicando la banqueta cuando paso por algún bache. Llega a ser más relajante y aunque no me agrade, me siento menos solo.

Tal vez tenía que adoptar un gato.

—No, no, no... —desde lejos puedo ver la cabellera larga y castaña de Emilia.

No detengo el auto y para cuando quiero retroceder, ella me ve. Así que solo avanzo, sintiendo mi piel achinarse cada vez más.

Estaciono el auto, miro a Erick dormir y luego a Emilia que está en la puerta de mi casa esperando a que salga.

Tomo la sudadera negra que tengo en los asientos traseros y la pongo sobre los brazos y pecho de Colón pero este se remueve un poco y la sudadera cae a sus piernas.

—Como sea —mascullo y salgo del auto sin volver a cubrirlo.

Cierro las puertas con el botón de las llaves y me rasco la nuca mientras camino a la puerta principal.

—¿Qué? ¿Por qué? —no sé cómo empezar así que solo comienzan a salir tartamudeos y palabras estúpidas de mi boca.

—Hablé con Chris y Zabdiel el otro día —contengo mis ganas de poner los ojos en blanco—. ¿Crees que podamos hablar?

—Emi... —me tallo la cara con frustración y niego con la cabeza—. No, ya no... No hay nada de qué hablar, ¿bien? Todo eso, tú... Lo que fue de mí antes de irme ya no existe. Volví a Miami porque es mi hogar, aquí están mis amigos y familia.

—Me dijiste que yo era tu familia​.

—Eras, bien dicho —lo dije, no lo pensé y ahora quiero golpearme a mí mismo.

En cuanto sus ojos se cristalizan siento el impulso de abrazarla y protegerla, pero solo pongo mis manos en mi cadera y miro al suelo.

—Lo dije sin pensar, no quise... —miento y sé que mis ojos están rojos.

—Sé que...

—Basta, Emilia. Ya, por favor —ruego cubriéndome la cara con las manos—. Deja esto, solo nos torturas, ¿crees que no te amé, que no te amo? Emilia, lo hago. Pero no puedo...

—No, Joel —me corta—. Si me hubieras querido no te hubieras ido. Y si me quisieras no me dirías cosas así... No eres el mismo chico que conocí en mi cumpleaños.

—No, por supuesto que no lo soy, Emilia. Solo tenía dieciséis años, ya maduré, ya sé qué quiero para mi futuro, ¡tú misma lo sabías desde que te conocí! —le grito, pero no me siento mal por ello—. Aún quiero ese futuro, ¿bien? ¿Podrías respetar el que tú no estés en el? —instantáneamente recibo lo que esperaba.

Pude haber evitado la bofetada, pero ambos la necesitamos. Ella para sacar su dolor y yo porque simplemente sé que soy una mierda.

Mi mejilla arde, pero olvido el dolor físico cuando la veo llorar. Mi pecho duele y sé que no es la única llorando.

Me acerco un poco pero ella se aleja, negando con la cabeza y limpiándose las lágrimas.

—No te mentiré, Pimentel. Volví y volveré porque quiero estar contigo. Christopher había dicho que podíamos... —toma aire entre sollozos—. Sabía, sé que no es verdad. Pero aún quería tenerte. Antes de ser novios fuimos los mejores amigos, inseparables. Nos cuidamos mutuamente. Y-y... Quería traer eso de vuelta, pero ahora solo parece que mi simple existencia hace imposible la tuya...

La beso.

No fue un impulso, más bien una necesidad. La extrañaba, la quería. Pero cuando la beso y sus suaves labios se mueven contra los míos ya no siento lo mismo. Ya no siento lo de antes, solo siento un contacto físico.

Mi pecho se siente vacío y una sensación de paranoia se aferra a mi espalda mientras me separo.

Tomo su rostro entre mis manos y acarició sus mejillas mientras niego y mis mejillas se humedecen.

—Siempre tenía que callarte así —ambos reímos levemente.

—Perdón —se disculpa casi inaudible y me abraza—. Nos vemos luego.

Baja rápidamente las escaleras de la entrada y trota a la calle.

Corro detrás de ella, pero me detengo antes de salir de mi patio. Incluso si la alcanzara no sabría qué decir o qué hacer. Solo cometería más estupideces y ya he hecho suficientes desde que volví.

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Gabbb.

Gym || Joerick || ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora