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Lo empujo a una silla a un lado de la barra y camino al refrigerador para sacar pasta.

—¿Quieres que repita la pregunta? —pregunto molesto sin mirarlo mientras saco un plato.

—El jueves por la tarde, ¿qué importa? —bufa.

—¿Qué importa? —repito—. ¿Me estás tomando el pelo? ¿Eres más idiota de lo que imaginé o qué? —pregunto mientras meto el plato al microondas y volteo a verlo molesto.

—¿P-Por qué?

—¡Erick, es sábado en la noche! —golpeo la barra con la palma de mi mano—. No quiero a un maldito anoréxico en mi cancha, tienes que alimentarte bien, ¿por qué no has comido? —exijo saber.

Se encoge de hombros y mira al suelo a la vez que se abraza el abdomen.

Rodeo la barra y me detengo hasta estar enfrente suyo, tomando su quijada para que me mire.

—¿Siempre tengo que repetirte las cosas?

—Mi mamá no tiene empleo, e-ella... —niega—. Mi papá no la deja. Y papá gasta su dinero en cerveza, cigarros y putas.

Lo suelto cuando el microondas suena, rodeo la barra y saco el plato.

—¿Y te vistes como una con la esperanza de que te dé dinero a ti? —lo dije, no lo pensé. Mierda.

Volteo con el plato en mano, viendo como éste me mira incrédulo. Su mirada cambia en segundos, aprieta los labios y sus ojos comienzan a acumularse de lágrimas. Honestamente estoy harto de hacer llorar a la gente.

—No, no, Erick. Yo no... —dejo el plato en la barra y la rodeo caminando para volver con él.

Se cubre el rostro con las manos y solloza hacia el suelo.

—Yo no quise decir eso —bueno, sí, pero si se lo dijera empeoraría las cosas—. Los hombres no lloran —digo poniendo mis manos en sus brazos y agachándome para estar al nivel de su rostro aunque esté cubierto por sus manos—. Erick... Perdón.

—Perdón —susurra y yo lo miro confundido.

Su espalda sube y baja entre sollozos, los cuales poco a poco son menos cuando acaricio su espalda.

—Los hombres sí lloran, ¿bien? Me altera ver a la gente llorando y digo cualquier estupidez —confieso rendido.

Me siento en la silla a un lado suyo y me estiro para tomar el plato de pasta y dejarlo a un lado suyo, aunque olvidé los cubiertos así que me levanto por un tenedor y luego regreso para dejarlo en el plato.

—¿Podrías comer? Por favor —insisto.

No sabría qué decirle a los paramédicos si se desmaya en medio de mi sala, no es mi familiar ni mi amigo. Tendría que hablar con su padre y lo que menos quiero hacer es involucrarme en esa familia de mierda.

—Si no comes se lo diré a Christopher y se enojará —me cruzo de brazos y finjo hacer un puchero como si fuese a decirle a mamá que mi hermano hizo una travesura.

Erick me ve entre sus dedos y sus ojos se achinan un poco, a lo que supongo que está sonriendo. Y lo confirmo cuando quita sus manos y pasa su brazo por sus ojos para limpiarse las lágrimas.

—Si le dices no me querrá hacer un smoothie —ahora él hace un puchero fingido.

—Dios, te haría un favor, ¿has visto lo que combina? A menos que te guste el aguacate con cocoa y piña fría creo que no le diré.

No sé cómo, pero ambos reímos un poquito.

Se da la vuelta un poco y toma el tenedor con timidez para comenzar a comer. Observo su perfil, sus pestañas húmedas, su nariz y sus labios rojos de tanto que se los muerde cuando está nervioso.

—Erick... —voltea a verme y noto que tiene salsa de tomate en la comisura de su labio inferior—. Terminarás con Sebastián, ¿sí?... S-Sé que no sabes porqué te lo pido pero aunque no me creas, no es por eso. Sebastián solo quiere un acostón —tomo una servilleta de la orilla de la barra y se la dejo a un lado del plato.

—¿C-Cómo? ¿Por qué cree eso? —me pregunta después de limpiarse la boca.

—Soy entrenador, he visto muchos "casos" así en las escuelas —digo, poniendo las comillas con mis dedos—. Se nota por sus acciones y gestos... ¿Puedes negármelo?

Por las ventanas entra la luz de las farolas de la calle, y aunque no he prendido ninguna luz adentro, puedo ver cómo las mejillas de Erick enrojecen tanto como sus labios.

—É-él no... Quiero decir... Cuando le digo que pare, él lo ha...

—¿Sabes qué? —digo, poniendo una mano enfrente para detenerlo—. No me cuentes, no quiero imaginar eso. Solo... Confía en mí esta vez, ¿sí?

—Siempre que ve esos "casos", ¿ayuda a las "víctimas"? —pregunta poniendo comillas con sus dedos.

Me encojo de hombros.

—Solo he pasado por eso tres veces, contando contigo.

—¿Y qué pasaría si sigo con él? —me pregunta y lo miro molesto—. Solo suponiendo.

—Escucha Erick; eres un adolescente, no te diré que te enamoraste porque créeme que no tienes ni la menor idea de qué es eso —hablo demasiado rápido, sintiendo que estoy regañando a un niño por rayar una pared—. Sebastián solo busca con quien solucionar sus problemas húmedos, fui uno de esos chicos en la preparatoria. Pero yo sí me enamoré y ahora estoy sufriendo muchas consecuencias por eso. Deja a Villalobos, ¿bien? No lo amas, él no te ama, son una estúpida pareja de la cual dentro de unos años no tendrás memoria alguna —me detengo para tomar aire—. Y no van a estar juntos, es casi una orden. Una vez que él te la meta y tú creas que es amor verdadero, te dejará y tú —toco su pecho con mi dedo—, tendrás que verlo a diario en los entrenamientos y juegos de la escuela. No puedo tener a un "herido de amor" y un egocéntrico en mi cancha.

Por más de la mitad del discurso pensé en Emilia, haciéndome querer volver a llorar. Pero mi rostro casi no se ve, por lo cual no me preocupo de que me vea.

Ambos nos quedamos callados, yo recuperando aire y Erick mirándome. Aunque yo no lo miro, solo veo el suelo, pensando en todo lo que dije; pero aún así siento su mirada sobre mí.

—La chica que se fue hace un rato... ¿es su novia? —lo miro confundido—. La chica pelinegra.

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Gabbb.

Gym || Joerick || ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora