- ¡Abran paso al Capitán! -exclamó alguien, entre los muchos de piratas reunidos.
Acabábamos de atracar en el puerto de Terra Vella y los hombres a mi alrededor vitoreaban, cantaban y se pasaban la botella de alcohol entre ellos con alegría al haber llegado a su destino sin inconvenientes.
El Capitán se acercaba a la masa de hombres tranquilamente con su postura intimidante y segura. Me moví hacia las últimas filas y agaché la cabeza para que no se fijara en mi presencia.
Dio un discurso motivador para su tripulación y cada hombre salió del barco tambaleándose de lado a lado buscando una taberna para ahogarse en alcohol. Fui la última antes de bajar, pero entonces el Capitán me agarro de la muñeca, acercándome a él, se aseguró de que no quedase nadie y me susurro:
- Si está viva es porque la he dejado vivir. Recuerde, si ahora no está dando con sus huesos en el fondo del mar, es porque yo he querido.
Me soltó y yo camine rápidamente para salir de la Joya Negra.
Al mirar delante de mí, la imagen me sorprendió y me entristeció a partes iguales. La última vez que estuve allí fue con mi padre, cuando en la ciudad se respiraba alegría, juventud y felicidad, la gente aglomerada yendo del mercado a casa, reuniéndose con amigos y familia. Me estremecí al verlo, todo estaba desolado, algún hombre pasaba rápidamente, pero nada más. Me fijé en una mujer asomada en su ventana mirando hacia el barco y cuando se dio cuenta que la observaba, se asustó y cerro rápidamente la ventana.
Caminé buscando algún comercio abierto, hasta que di con uno que estaba cerrando.
- Perdone, señor. ¿Le importaría contarme que está pasando? - pregunté.
- Señorita, debe marchar. Estamos cerrados. No queremos problemas con la ley y el rey- dijo, antes de marcharse con una canasta llena de manzanas.
Me moví y seguí andando, hasta observar una taberna que estaba abierta, me puse otra vez el gorro junto a la tela y la coleta, y me dispuse a entrar.
La mayoría de los piratas del barco de la Joya Negra estaban allí, riendo, bebiendo, charlando, golpeándose, cantando y gastando su parte del botín de algún tesoro que habrían conseguido. Me acerqué a la barra y me senté allí. Había un hombre mayor de unos sesenta y pocos, estaba cansado y se le notaba que no le agradaba la compañía de los piratas en su taberna.
- Perdone, señor. ¿Sabe por qué la gente no está en la calle?
El me miro sorprendido de mi presencia, se recuperó y me miró fijamente entrecerrando sus ojos hasta darse cuenta de que era una mujer.
- Señorita, es mejor que se marche, este no es un buen lugar para usted- contestó, limpiando un vaso con el trapo.
Resoplo y se apoyó en la barra, para que lo escuchara mejor.
- El rey se ha vuelto loco. Ha mandado a matar a todas las mujeres acusadas de brujería. Las mujeres se esconden en sus casas. Mientras los hombres salen cuando los guerreros del rey no andan por nuestras calles, acechándonos y amenazándonos a nosotros y nuestras familias.
Abrí la boca sorprendida, aquello mismo me recordaba a lo sucedido con mi madre. La habían acusado de algo remotamente falso y luego la habían matado sin ningún tipo de pudor, recordar aquello me entristeció a la vez que la rabia se encendía como una vela que me hacía temblar.
Concentrada en mis pensamientos y en lo que me había contado el hombre, no me fijé en la persona que se sentó en el taburete de mi costado.
- ¿Señorita, me puede contar porque usted se ha colado en mi barco burlando a mis tripulantes y deshonrando mi presencia?- dijo una voz profunda a mi lado que me estremeció.
La reconocí al instante.
Me giré y vi al Capitán de la Joya Negra con una sonrisa, mientras bebía de su botella de ron medio vacía.
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Ardiente Venganza
Genel KurguVi morir a mi madre, la vi arder en la hoguera. En silencio, sufriendo, pero en silencio. "Bruja", le habían gritado mientras ella estaba agonizando de dolor. Y a mí no me quedaba nada, solo una furia que ardía por salir, y lo haría. Vengaría lo que...