Minatozaki Sana es puramente orgullosa, egoísta, solo piensa en sí misma y en el provecho que puede sacar de todo. En salir de fiesta siempre que pueda y pasarlo bien todos los fines de semana, como cualquier adolescente a su edad.
Sana termina ebri...
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El silencio infernal que ambientaba la sala junto a las miradas entre ambas japonesas no hacía más que aumentar el paso del tiempo, repentino o no la afirmación de Hirai descolocó por completo a la contraria.
Momo se acercó al semblante de Sana lentamente y esta rió acariciando la mejilla de Hirai quitándole la mano de su sembrando.
—¿Has bebido vino y ahora te está subiendo?
—A mi no me sube nada —negó con la cabeza causando que Sana riera.
—Te dijo tu hermana que no bebieras, venga deja de decir tonterías —se la trató quitar de encima.
No obstante, Hirai la abrazaba con fuerza no queriendo soltarla poniendo el rostro de su mejor amiga en su pecho.
—Ninguna de ellas soy yo.
—Ya sé que ninguna de ellas eres tú. Solo hay una Hirai Momo.
—Entonces por qué pasas más tiempo con ellas —lloriqueó como una niña pequeña.
Sana se libró del agarre y la abrazó por la cintura obligándola a mirarla a los ojos. La desgraciada seguro que se había aprovechado esos minutos a solas para tomarse el vino de la señora Hirai.
—Porque tú pasas...—lo pensó mejor y negó con la cabeza —Hay Sana para todas —dijo para que Momo riera.
—Esa no es una respuesta.
—Ven vamos a la cama mejor.
Sin esperar una respuesta cargó como pudo oyendo el pataleo de su mejor amiga, caminó con ésta hasta su habitación y con cuidado la recostó viendo como ella misma se arropaba.
Momo golpeaba el espacio libre en su cama inquieta. Sabía que Minatozaki amaba dormir en su cama. Y es que no lo iba a negar, la cama de Momo le parecía la más cómoda del mundo.
Fue meterse en la cama junto a su amiga y tuvo que darle la espalda, no quería que pasara algo de lo que se pudiera arrepentir.
Aunque aquello no detuvo a Hirai para que se un momento a otro la abrazara por la espalda escondiéndose y acurrucándose en esta.
—Te quiero —masculló adormilada.
Sana sonrió y tomó como pudo una de las manos de la adolescente. Quería quedarse dormida sintiendo el reconfortante abrazo de la mayor.
Probablemente no tardaría en quedarse dormida, había sido un día largo y el día de mañana sería peor.
—Sana ¿estás despierta? —preguntó, mas la mencionada no respondió.
Era mejor escuchar lo que le quería decir y fingir que estaba dormida, por ello comenzó a imitar una respiración pausada consiguiendo engañarla.