DIECIOCHO

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Laila no podía entender a que se refería el párroco con " puedes entrar, solo si puedes soportarlo" ¿Soportar el qué?  Había oído decir a Evan una vez que las figuras de los santos y los murales que habían en las iglesias eran un poco "aterradoras",  pero dudaba que el padre se refiriera a eso. Si, jamás había entrado en una iglesia y si, tampoco sabía rezar, ni sabía ninguna oración, pero no era algo que no pudiera soportar.

Pero luego de decirle esas palabras el padre se dió por satisfecho, como si eso fuera una gran explicación para ella y no tuviera más que decirle,  les dió la espalda y se adentró nuevamente en la gran iglesia. Zhatfiel la miró apenado y lo siguió con rapidez. Ella miró a Behemoth en busca de respuestas quién solo se encogió de hombros y le hizo un ademán para preguntarle si quería entrar, a lo que ella asintió.

Entrar por primera vez en un iglesia no fue tan impactante como había pensado que sería. Laila había visto el interior de algunas iglesias en películas o en diferentes programas de TV y era realmente parecido.

Esperaba que cayera sobre ella un rayo o algo peor, dadas a la palabras del padre, pero nada ocurrió.

La Luz del sol entraba y  se teñia del color de los vidrios de los variados murales que se encontraba en lo alto de la iglesia, el piso era de  mármol nego pulido, las sillas de madera estaban colocandas en perfecta posición y alineación.

Solo se  podía oir el eco constante de sus pasos y los de Behemoth. Mientras iban caminando hacia donde Zhatfiel entablada una conversación seria con el padre, la pelirroja pudo notar la leve incómodad de el pelinegro con lo que había a su alrededor y se sintió mal. Debía de ser para él muy duro entrar en este tipo de lugares siendo lo que era.

A simple vista Behemoth parecía el mismo de siempre,  confiable y tranquilo pero si se le observaba con detenimiento se podía ver que su ojo derecho parpadeaba levemente, que apretaba los puños con fuerza y que su postura era más rígida.

—¿ Te encuentras bien?— le murmuró ella a el pelinegro, lo cual lo tomó por sopresa y solo asintió en respuesta. Pero Laila sabía que estaba mintiendo.

Pero no pudo decirle nada más porque empezó a dolerle la cabeza, era un dolor tan fuerte que le nublo la visión, llevó sus manos a la cabeza intentando parar la molestia, pero era insoportable. Sintió que perdía el equilibrio y tomó con fuerza uno de los asientos de madera dejándole las marcas de las uñas. Las piernas le temblaban y perdió la fuerza.

Cayó al piso de rodillas con la mejillas llenas de lágrimas calientes, con las manos temblorosas se cubrió la cabeza tratando de entender que le ocurría.

Un fuerte dolor le hizo elevar de nuevo la cabeza, dejándole a la vista un mural, uno en el que un hombre de tez blanca, cabello largo y barba marrón, estaba vestido con lo que parecía arapos largos que daban la impresión de ser un vestido rojo y azul, tenía las manos levantadas como suplicando y usaba una especie de corona dorada llena de luz, sus ojos azules la veían con agonía.

La pelirroja observó la imagen y por alguna razón no podía apartar la vista de aquella imagen.

El borde de la figura de aquel hombre empezó a brillar, empezó a oír unos murmullos extraños como cantos tristes.

Al principio no podía entender lo que decían aquellos murmullos, el brillo que rodeaba la figura se llavaba la mayo parte de su atención. Pero luego el sonido se volvió más claro.

"Fatum est tibi appropinquare cum salute vestra et invenies verum quod corruerit proditor angelus, quem amiserat invenies."

Repetían una y otra vez aquellas voces angelicales, subiendo su tono cada vez, como si estuvieran suplicando o como si estuviera agonizando. Esas voces suplicantes volvieron a distorsionarse uniéndose con otra, que no parecía encajar y que levemente fue entendiendo.

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