VENTISIETE

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El chico de gris caminaba hasta una casa abandonada, que se encontraba a las afueras de la ciudad. En algún momento pudo haber sido una casa muy hermosa, de dos pisos y paredes de color blanco, de ventanas amplias, el techo era de madera y tal vez en algún momento tuvo un hermoso jardín lleno de hermosas flores.

Pero hoy, solo había una casa enegrecida por las llamas de un incendio, las ventanas estaban hechas añicos, los cristales rotos se encontraban aún esparcidos entre la tierra y la maleza que había crecido con libertad, las plantas de la entrada se habían marchitado por la falta de cuidados.

El chico de gris caminaba con tranquilidad con las manos en los bolsillos, mientras que el sol se ocultaba lentamente, la yerba le llegan hasta los tobillos y mientras  se acercaba podía oír los ruidos de los pequeños animales que se movían dentro de la yerba.

A pesar de que la casa estaba prácticamente destruida, la puerta de madera seguía intacta, solo tenía un ligero color negro en la parte baja de la madera, las bisagras rechiñaban al abrirse y cerrarse, pero mantenía el viejo escondite a salvo.

El chico de gris quito el enorme candado y las cadenas, luego pasó a abrir la cerradura y se abrió paso dentro de la casa o al menos de lo que quedaba de ella.

La casa por dentro de veía mucho peor de lo que se veía por fuera, algunas vigas se encontraban tiradas a lo largo y ancho de las habitaciones, los muebles y las sillas se encontraban incineradas. Seguía justo igual que después que había acabado el fuego, salvo que ahora una pequeña hierva se abría paso sobre las cenizas que cubrían el suelo y que ahora se había convertido en el nuevo hogar de un huésped muy especial.

El chico de gris se dirigió hasta la que fue en algún momento la sala de la casa y ahí se encontró con ella, una mujer guapa de tez blanca como la nieve y pecas que le recorrían las mejillas y la nariz. Su cabello castaño claro como el chocolate le caía como una cascada sobre los hombros hasta llegar a la parte baja de su espalda.

Usaba un vestido de color rosa viejo que la hacía lucir más jóven, se encontraba sentada sobre uno de los muebles quemados, tenía las manos sobre su regazo y la mira da fija en algún espacio de la habitación. El chico de gris sabía que se encontraba pensando, recordando, siempre recordando.

Ella resaltaba en ese lugar, el brillo de su piel y su cabello la hacía ver cómo que no encajaba en ese lugar, un ángel en medio de la destrucción.

En algún momento la había llamado loca, la habían despreciado, todos la había hecho a un lado. Pero el chico de gris siempre estuvo con ella y seguiría a su lado hasta el final, sabía que les demostraría a todos que ella no estaba loca.

"A veces era mejor imponer miedo que imponer respeto" solía decirle ella.

El chico de gris se aclaró la garganta y dió un paso al frente acercándose a ella, pero no lo suficientemente.

— Mi señora— la llamó.

La mirada de aquella mujer se posó en él, los ojos azules con motas amarillas se iluminaron al notar su presencia y le sonrió. Era realmente hermosa, era la representación de la belleza y la elegancia, amada por muchos y enviada por muchos otros a lo largo de los años.

Lastima que esa belleza oculta la tristeza y el dolor de una perdida. Que lograba disimular con su brillante sonrisa.

Ella le hizo una seña con la mano para que se acercara aun más a ella y eso hizo. El chico de suéter gris se colocó de rodillas en frente de la mujer de los ojos azules con motas amarillas, tenía sus manos sobre los muslos de ella y la miraba con atención.

—¿Me haz traido novedades? — su voz era el sonido más musical y delicado que podía existir. Hablaba tan pausadamente y con tanta clase, como hablaría una reina, una diosa.

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