CERO.

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Se dice que los ángeles son creaturas hermosas y celestiales, los destinados a servir a Dios y vivir en los cielos, atados a la vida eterna y "perfecta", pero a veces tanta perfección puede abrumar a cualquiera.

Hasta a un ser celestial y perfecto, como son los ángeles. En esa situación se encontraba Ariel, un bello ángel de piel blanca y mejillas sonrosadas.

Se encontraba posada en lo alto del cielo observando recelosa a los humanos, no era la primera vez que dedicaba parte de su tiempo a espiar y ojear la vida de los mundanos comunes.

Observaba como ríen con singularidad y como sufrían sin piedad, como amaban desenfrenadamente y como sentía la pérdida de un ser querido, emociones que ella dudaba haber alcanzado alguna vez a lo largo de su existencia, solo se recordaba mostrando su adoración y eterna lealtad al Dios que la había creado, pero ¿Y si había más? ¿Algún día llegaría a amar a alguien, de la manera en que los humanos lo hacían constantemente? ¿Alguien alguna vez la abrazaría y la besaría con tanto frenesí? Se preguntaba con frecuencia.

Se había sentido tentada tantas veces a bajar al mundo e intentar ser una de ellos, salir a bailar, comer, sonreír y quizás llorar un poco.

Pero se les tenía estrictamente prohibido ponerse en contacto con un mundano y mucho menos bajar a la tierra "¿Para que queréis bajar a un mundo, lleno de dolor y desesperación? Aquí tenéis todo lo que deseáis, la paz y la vida eterna" solía decir Dios entre risas.

Es cierto que el mundo estaba lleno de caos y destrucción, lo había visto con sus propios ojos, pero había algo que la impulsaba a sentir ese deseo constante de explorar las maravillas de ese mundo desconocido.

Esa noche mientras miraba tristemente el panorama, decidió que se debía esa visita, que nadie lo sabría.

Ariel había escuchado historias de como sus amigas y otros angeles bajaban a la tierra con frecuencia, e incluso se habían llegado a enamorar de algunos mundanos, pero después habían tardado tanto en regresar que estos ya se encontraban casados o muertos. Se juró que sólo sería una visita, una ojeada a eso que tanta exitacion le causaba al pensarlo.

-Lo siento mucho, padre, pero solo será una noche, lo prometo -dijo Ariel dirigiéndose a su padre, aunque este no podía oírla, cerró los ojos y se fue, después de soltar una fuerte exhalación.

Y así lo hizo, bajó al mundo, con su cabello rojo oscuro y largo que se le rizaba en la parte baja y le llegaba a la cintura, con una amplia sonrisa en el rostro.

Estaba impactada, estaba anonadada, con las brillantes luces y los autos, las música estridente de la ciudad, caminaba con un paso bailarín que llamaba la atención de algunos mundanos, claro que también se debía a su singular belleza, no era de extrañar que ella resaltará entre los demás.

Se dirigió sin pensarlo a una pequeña disco, de la cual había visto entrar y salir mundanos, aunque al salir se encontraban tambaleantes y un tanto risueños.

Por otro lado, estaban los demonios, creaturas provenientes del infierno, causantes de gran parte del caos y la destrucción, atormentar a algunos mundanos y castigar a los renegados al cielo, estos poseían también una belleza singular y pícara pues en su momento también llegaron a ser angeles, elegidos por Dios, pero su soberbia los había llevado al infierno.

Estos tenían permitido subir a la tierra siempre que quisieran para llevar caos y tormento a los mundanos, les encantaba juntarse con ellos pues su habitual confianza y peculiar encanto les causaba interés.

Normalmente a los demonios más jóvenes se les veía en bares y discotecas populares. En esa situación se encontraba Dis, aquella noche oscura, había acudido como siempre a una pequeña disco con un grupo pequeño de otros demonios, chicos y chicas ansiosos por revolver el mundo, y allí se encontraban, rodeados de mundanos.

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