NUEVE

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La lluvia había empezado a caer sin control mientras que los rayos iluminaban el cielo oscuro con su electrizante brillo.

Laila se encontraba sentada en el césped del patio de su casa mientras que las gotas de lluvia la empapaban de pies a cabeza, se había sentado ahí con la intención de pensar en lo que había ocurrido en el consultorio de Jeff ese día.

A pesar de que Evan le insistiera una y otra vez que todo iba a estar bien, había dejado el tema a un lado solo para que él no se preocupara por ella, pero en realidad el tema era más grave de lo que parecía o al menos para Laila  lo era.

Había pasado 8 años yendo de lleno a consultas con Jeff  siempre se había dedicado a ella, se había vuelto su amigo, incluso le había empezado a agarrar cariño y nunca en esos 8 años le sugirió ningún tipo de retiro, medicamento o ninguna otra cosa que no fueran las sesiones de 20 minutos de cada dos semanas. Así que ¿Qué había cambiado Ahora? ¿Cuál era la preocupación de Jeff? Sea cual sea, estaba segura de que no iría a ese retiro o lo que fuera. 

Jamás volvería a ningún sitio como ese en donde a las personas se les tortura y se les médica hasta el cansancio. La brisa azotaba las ramas de los árboles y algunos arbustos cercanos, se le empiezo a erizar la piel y había empezado a temblar pero aún así no quería entrar en la casa a abrigarse, las gotas frías de la lluvia eran lo más real y relajante que había experimentado en mucho tiempo.

Podía sentir como bajaba la presión y la tensión que había estado experimentando los últimos días, la limpieza que necesitaba.

Se recostó en el césped y cerró los ojos dejando que las lluvia la lavara mientras ella por primera vez se permitía no pensar en nada que no fuera el frío contacto del agua con su piel. Laila siempre había pensando que la lluvia era la manera que tenía el mundo de limpiarse a si mismo de todas las cosas sucias y malas que hacen los humanos diariamente.

Recordaba la primera vez que se había bañado en la lluvia, tenía 5  años y había estado jugando en ese mismo patio cuando empezaron a caer gotas desde el cielo, las nubes grises se apoderaron del hermoso cielo azul y empezaron a dejar sobre la pelirroja unas gotas frías, se había quedó estática sintiendo como el agua le caí sobre el vestido de flores de colores y como el suelo se llenaba de charcos de lodo.

—¿Te gusta la lluvia, mí pequeña? — le preguntó Ariel, en ese momento la pequeña pelirroja la miraba desde abajo, tenía su cabello rojo y largo empapado y su largo vestido blanco pegado a la piel con los bordes llenos de barro, pero aún así le sonreí ampliamente con el rostro empapado de gotas.

La pequeña niña asintió con alegría, llevaba dos tiernas coletas y una corona sobre la cabeza. Las gotas se le habían empezado a meter dentro de los ojos, así que parpadeo tiernamente a lo que Ariel río y se inclinó, tomó su cara entré sus manos y limpió con ternura los ojos de la pequeña.

— Te diré un secreto  ¿Quieres oírlo?— le  dijo  mientras  la veía fijamente y la pequeña niña asintió con entusiasmo y le sonrió mostrándole sus torcidos h tiernos dientes de leche— esta es la verdadera agua bendita, esta el agua que limpia al mundo— le  susurró mientras extendía la mano derecha y debajaba que  las gotas calleran sobre el — Pero no sé lo digas a nadie.— le sonrió y se acercó a la pequeña tanto  que sus narices se rozaron,  la pequeña volvió a asintir seriamente.

Ariel se volvió a poner de pié y ambas empezaron a saltar dentro de los charcos de barro mientras reían sin parar.

Ariel dió vueltas sobre si misma mientras la pequeña seguía saltando de charco en charco. Laila volvió a abrir los ojos, tenía las pestañas mojadas y unidas y la cara llena de gotas que se deslizaban hasta llegar a su mentón, su espalda y la parte trasera de sus piernas y brazos se encontraban llenas de barro, pero Laila se sentía satisfecha con su entorno.

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