TREINTA Y NUEVE

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FINAL

(....)

Laila era guiada por Zhatfiel a través del bosque, atrás de ellos se encontraba Dis, quien llevaba a Ariel desmayada en sus brazos.

La pelirroja sabía que a su padre le había afectado, al igual que a ella, oír que Behemoth había muerto, pero entendía que su prioridad en ese momento era su madre.

Después de haber sufrido por su desaparición, encontrarla en ese estado tan grave le debía de desgarrar el corazón. Dis no había podido salvar y proteger a Behemoth, así que ahora  luchaba para poder salvar a las mujeres de su vida.

Estaban intentando huir del bosque hasta un lugar seguro, no sabían dónde podría encontrarse Evan o cual era su siguiente paso, incluso la misma kalmaiya podría estar siguiéndolos.

No sabían con certeza que les esperaba, solo les quedaba la esperanza de salir con vida de ese bosque.

La respiración de la pelirroja era agitada,  las piernas y los pies le dolían una barbaridad, pero lo que más le pesaba era el ardor que sentía en su corazón.

Quien creyó que había sido su mejor amigo, quien siempre supo su origen la traicionó, secuestró a su verdadera madre y había apuñalado al chico por el cual había empezado a enamorarse.

Se sentía como si en realidad en ese momento hubiera acabado con ella también. No quería correr más, quería detenerse, quería llorar, gritar.

Pero Zhatfiel sostenía con fuerza su mano y la guíaba entre los árboles, adentrándose cada vez más en el bosque oscuro.

Aún no podía entender las razones que llevaron a Evan, si es que ese era su verdadero nombre, a lastimarla de aquella manera.

En un momento Laila, quien no estaba prestando la más mínima atención a los pasos que daba, tropezó con una piedra de gran tamaño y cayó al suelo.

Al hacer contacto con la tierra mojada, no pudo soportarlo más y las lágrimas salieron despavoridas, nublandole la visión por completo. Soltó un grito y sollozó.

Zhatfiel se arrodilló para ayudarla a ponerse en pie, mientras que su padre la miraba con preocupación.

La pelirroja rechazó la mano que le tendió el ángel y siguió gritando.

Habían llegado hasta una especie de acantilado, los arbustos se abrían en forma de U al rededor del acantilado y el cielo nocturno se alzaba sobre ellos.

El viento frío le calaba los huesos a la pelirroja.

— Laila, vamos por favor. Tenemos que irnos — le dijo mientras le volvía a tender la mano.

— Vamos hija, sé por lo que estás pasando. Pero tenemos que irnos — le dijo con suavidad Dis.

Laila se convulsionaba en el piso, con las lágrimas empañandole la visión.

Zhatfiel asintió en silencio, para luego suspirar.

— Esta bien, descansaremos aquí un momento— dijo el ángel mientras veía a la pelirroja con pena — Iré a ver si estamos cerca de la salida.

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