TREINTA Y OCHO.

6 5 0
                                    

A Behemoth le pareció una eternidad el tiempo en que Evan lo miró pensativo.

Era su única oportunidad para enfrentarlo y sabía que él no podría resistir esa oferta. 

A pesar de que tuviera en su poder la espada de Azrael, en el fondo tenía la esperanza de saber más sobre peleas que su contrincante.

Y al menos si debía morir, moriría como lo había hecho su padre, con honor, de pie pelando una batalla y defendiendo lo que amaba.

Zhatfiel lo miraba  pidiéndole que no lo hiciera, que se retractarse de la estupidez que estaba diciendo. Pero era la única manera en la que podían salir de allí e ir por Laila.

Tenía a que sacrificarse si era necesario, no le importaba si debía morir para que ella estuviera a salvo.

El castaño retiro la espada y le hizo una seña con la mano izquierda a uno de los chicos que lo acompañaba para que lo liberara de sus ataduras.

—¿ Está... Está seguro señor?— le preguntó el chico de cabello azulado que había visto antes en el the Golden Demon  con nerviosismo.

Evan lo miró con seriedad y ahora apuntaba la espada hacia él, quién abrió los ojos con nerviosismo al ver el arma mortal ser apuntada justo a su cuello.

—¿ A caso quieres ser tú él que se vaya a duelo conmigo entonces?— le preguntó con frialdad.

Behemoth realmente estaba impresionado de lo diferente que era este chico que se encontraba frente a él, no era el mismo que había conocido, tímido, amable, humano.

Ahora era una especie de malvado y desquiciado que se había vuelto loco por el amor que sentía por una chica.

Y si estaba en sus manos, él jamás permitiría que Laila fuera su chica.

— No, no como cree señor — le dijo con rapidez.

— Entonces haz lo que te he ordenado— Evan dejó de apuntar al chico de cabello azulado para que pudiera liberar a Behemoth.

Soltó las cadenas de sus manos, primero la izquierda y luego la derecha, las muñecas le ardían fuertemente pues habían dejado marcas rojizas al alrededor de sus muñecas.

Se las miró por un momento y luego se puso en pie con dificultad, la costilla izquierda le dolía una barbaridad a consecuencia de la pelea que había tenido hacia unas cuántas horas antes, lo que lo hizo encorvarse un poco.

La parte trasera de su cráneo dónde había recibido el golpe que lo había dejado inconciente, le empezó a palpitar, pero estaba dispuesto a ignorar todas sus dolencias y malestares con tal de darle su merecido a ese idiota.

— No hagan esto por el amor de Dios — les pidió Zhatfiel.

— Mejor pídele a tu Dios que este idiota pueda salir vivo de esta — le contestó Evan con una sonrisa.

El pelinegro lo miró mal. Y luego sonrió de lado con picardía.

—¿ A caso necesitas a estos tres lacayos, tanto miedo me tienes? — le preguntó con diversión.

El castaño lo miró pensativo por un momento.

— Manuel y Kiram váyanse, los llamaré si los necesito— habló sin dejar de mirar al pelinegro.

Quien sonrió en respuesta.

Ambos chicos hicieron caso sin protesta alguna y salieron de la habitación, dejando solo al chico de cabello azulado como acompañante de Evan.

—¿ Estás listo?— le preguntó mientras se ponía en guardia.

Este miró al piso con rapidez intentando algo que pudiera usar, en la esquina había dos pedazos de tubería rota, tendría que servirle para algo.

PECCATUMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora