Capítulo VIII

52 2 30
                                    

— Ahora que la pienso, ¿tú qué haces aquí? — pregunto Sebastián a Manuel.

— ¿Yo? — pregunto Manuel recibiendo un asentimiento por parte de Sebastián— Pues cuando estaba saliendo de clases los vi hablando y pues me acerque, y ya— explico con simpleza.

— A bueno— dijo Sebastián.

— Ya me voy, porque si no, no voy a alcanzar a desayunar— dijo Manuel mientras se despedía,

— Adiós— dijeron todos los que estaban ahí presentes.

— Creo que es hora de ir a clases— dijo Edgar mientras miraba la hora y así es como cada quien se fue por su rumbo, bueno Esteban se fue con Mai y Jamal mientras que Sebastián, Les y Edgar se fueron en dirección a su primera clase.

Después de un montón de clases aburridas y uno que otro sermón por parte de los profesores, llegó el momento tan esperado por muchos, para algunos había llegado la libertad, se irían a sus casas y para otros llegaba la hora del receso tan esperado, por qué hacía hambre y eso nadie lo iba a negar.

Con Manuel

Iba saliendo de la escuela para irse a su casa, pero una vez dobló la esquina, alguien lo empujó haciendo a este caer.

Al momento de caer se hizo un pequeño corte en la mano, pues callo sentado y justo había algo filoso cerca, volteo su mirada hacia la persona causante de aquella caída y vio a un chico de cabello blanco y lentes.

— Ah, lo lamento no te vi— dijo en forma de burla, pues este chico era realmente alto.

Manuel estaba seguro de que eso no fue un accidente, lo había hecho a propósito, y todavía se disculpó, eso realmente lo molesto, las cosas no se quedarían así, el cobraría venganza. En lo que Manuel pensaba en más de mil maneras para que ese chico rogara por su vida, este se fue riendo con otros chicos del mismo grupo de Manuel.

— ¿Estás bien? — pregunto un hombre de cabello negro, lo cual sorprendió un poco a Manuel pues él estaba absorto en sus pensamientos.

— Si— contesto mientras se paraba

— Me alegro— dijo con una sonrisa que cautivaría a cualquiera y Manuel no fue la excepción, un leve sonrojo se hizo presente en sus mejillas, aquel chico vio a Manuel de pies a cabeza, pero se detuvo al ver su mano sangrando— Tenemos que curar esto— dijo con preocupación mientras sostenía la mano del contrario.

— No... no hace falta, llegando a mi casa lo hare por mí mismo— dijo mientras apartaba su mano.

— Se va a infectar en el camino— dijo aún preocupado.

— No sé preocupe, me tengo que ir— dijo Manuel sintiendo como sus manos empezaban a sudar por el nerviosismo.

— No voy a tardar tanto, en mi auto tengo un botiquín de primeros auxilios— lo intentaba convencer.

— Está bien— dijo Manuel resignado, no tenía que ser adivino para saber que aquel hombre no lo dejaría ir hasta que esté aceptará.

Pasaron algunos minutos desde que el chico de cabello negro empezó a atender la herida de Manuel.

— Ya está— dijo con una gran sonrisa mirando el vendaje.

— Gracias— dijo Manuel mientras veía su mano vendada— Creo que la venda sobra— pensó mientras ponía una risa nerviosa.

— No hay de que, me gusta ayudar a la gente, y a decir verdad cada vez que veo sangre me alteró un poco— dijo mientras se rascaba una mejilla.

— Si no me dices ni cuenta me doy— dijo en un susurro mientras dejaba salir una pequeña risa.

Eight beating heartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora