50. Mi primer día agridulce de instituto

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CLOE


Me levanté a las 6:00 de la mañana. No pude pegar ojo en toda la noche. Empezar en el nuevo instituto me tenía muy intranquila; me duché, me pasé la plancha por el cabello y me vestí mona con un vaquero desteñido, una camiseta básica blanca con la frase "Good day", (siempre procuraba comprar camisetas con frases motivadoras que alegraran mi día), a juego con las Air Force, y una sudadera con cremallera Adidas azul marino con las letras en las mangas. Iba sencilla, medio deportiva, por el rollo de las primeras impresiones. No quería resaltar como cayetana, pero tampoco mal vestida hasta ver un poco la vestimenta común del instituto. Lola siempre me decía: «no resaltes el primer día, si no, serás el centro de atención». No sé si lo hacía con intención de protegerme o de resaltar ella. Ya no sé de qué hilos colgaba nuestra amistad, ni qué nos mantuvo tantos años juntas.

A las 8:00 era la entrada. Me acompañó mi madre para que nos dieran una charla sobre todas las medidas del COVID-19. Nos dividieron en los grupos que nos habían asignado previamente y, la verdad, cuando los vi a todos me dije, "dios mío, menudos pibones hay aquí". A ver..., yo solo tenía ojos para Erik..., pero, como diría mi madre, "aunque estés a dieta no quiere decir que no puedas ver el menú", ¿no?

Nos mandaron hacer unas filas e ir a las aulas. Yo era la última. Subiendo las escaleras sentí que el cuerpo de alguien mucho más grande y ancho que yo, me empujaba tan fuerte que tropecé y caí; me hice daño en una rodilla clavándola en el peldaño.

«¡Joder, qué dolor!»

Me recordó al imbécil del patinete de ayer, pero al girarme, no pude distinguir al capullo que me tiró y que no fue capaz de ayudarme.

Cuando conseguí levantarme se me acercó corriendo un chico alto, delgado, con el cabello rubio alborotado, con unos ojos azules para morirse, intuí una sonrisa, porque se le achinaron los ojos. Con la mascarilla puesta era imposible verle al detalle.

—¿Estás bien?

—Sí, bueno, me duele la rodilla, pero sí —respondí frotándome. Recogí mi mochila y el chico me extendió su mano ayudándome a levantar.

—Soy Alejandro, pero me gusta que me llamen Yezzy. Y tú, ¿eres? —Preguntó con un acento del sur precioso.

—Me llamo Cloe y gracias por ayudarme.

—No es nada, ¿te llevo la mochila? —Agregó de una manera gentil.

—No, no es necesario —dije con vergüenza.

—¿Sabes dónde está primero A? —preguntó mirando cada puerta que dejábamos a nuestro paso.

—No tengo ni idea, soy nueva y justo voy a primero A, así que, si no te importa, vamos juntos.

—¡Anda!, yo también soy nuevo. ¿Tú eres de aquí, de Coruña?

—Sí, —aseguré, moviendo mi cabeza con emoción.— Y tú, seguro del sur. —Me reí con vergüenza por mi atrevimiento.— Lo digo por tu acento.

—Lo has notado, ¿no? —Asentí.

Los Andaluces son, como dicen ellos, "tan salaos" que caen bien con solo mirarles. ¡Qué guapo era este chico!, provocaba achucharlo.

—La verdad, sí que he ido varias veces a Sevilla y a Málaga y me encanta vuestra forma de hablar.

—Yo soy de Almería —dijo con orgullo. Cogió mi mano con confianza y tiró de mí. —Rápido, o nos apuramos o llegaremos tarde.

Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora