1. Mi vida es un desastre

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CLOE


Odio, sí, odio era lo que sentía. Creía que eran las nueve y media de la mañana cuando sonó mi estridente despertador. Solo me apetecía tirar el móvil por la ventana. Moví mi cuerpo muy lentamente estirándome hasta conseguir alcanzar ese aparato del diablo que cada vez sonaba más fuerte.

¡MIERDA! Me di cuenta de que en realidad eran las once menos cuarto y solo faltaban quince minutos para mi tediosa clase online. Me levanté bruscamente hacia el baño, me cepillé los dientes y me hice un moño, el cual estaba segura de que se desharía en tan solo dos minutos. Me puse una sudadera gris con letras blancas grandes y la frase «live your life». Justo eso era lo que quería, «vivir mi vida», y, como no se verían mis piernas en la videollamada, decidí dejarme los pantalones negros con corazones pequeñitos de color rosa fosforito. No serán los más bonitos pero sí los más cómodos. Bajé a toda velocidad las escaleras chirriantes de madera que revelaban mis ágiles movimientos. Fui directamente a los modernos armarios de madera blanca de la cocina. Hace pocos meses mis padres hicieron una reforma integral, dándole claridad y amplitud a nuestro antiguo espacio culinario. Sin perder un segundo cogí un paquete de Oreo y me serví un vaso de leche. Engullí con una rapidez sorprendente. Lo más seguro es que me doliera la barriga en un rato, pero era tarde y no podía esperar. Recogí todo lo que había usado para mi pequeño desayuno y subí a mi habitación. Me sorprendió ver a mis padres y mi hermano durmiendo profundamente cuando se supone que ya tendrían que estar en su trabajo. Seguro que les hicieron cambio de turno y no me lo habían dicho.

Procuré no hacer el más mínimo ruido; si podían tener descanso después de tantas horas de arduo trabajo, no iba a ser yo quien los molestara. Sigilosamente me interné en mi habitación, encendí el ordenador y entré en la página en la que me esperaba una aburrida y eterna hora de matemáticas. Traté de meter la contraseña de reunión por tercera vez, pero seguía sin permitirme el acceso. No entendía qué ocurría. Llamé a Lola para saber si era un problema de mi ordenador.

Tras el tercer tono de llamada, una somnolienta y confusa Lola me contestaba.

—Dime Cloe... ¿Qué pasa? —Un gran bostezo que me contagió, acompañó su saludo.

¡Lola! Tenemos clase de matemáticas, ¿qué haces dormida todavía? —dije con angustia.

¿QUÉ DICES, LOCA? ¿CUÁNDO COJONES AVISARON DE QUE EL DOMINGO HABÍA CLASE? —gritó histérica.

¿Cómo que domingo? ¡Lola, hoy es lunes! —repliqué con dudas.

No Cloe, hoy es domingo, ¡déjame dormir, tía!

Sorprendida por lo que me acababa de decir mi estresada amiga, vi la fecha en mi ordenador y, efectivamente, era domingo. Ahora entendía todo. Por eso mis padres seguían durmiendo pero, ¿por qué me sonó la alarma?

Me disculpé con Lola por despertarla y colgué. Ante tanta confusión matutina decidí encender la tele y zapeé en busca de algo que me distrajera. Saltó una notificación y me extrañó. No recibo muchos mensajes a diario, solo los de Lola y, de vez en cuando, compañeros de clase pidiéndome apuntes. Desbloqueé nuevamente el pequeño aparato, más lento que una hormiga; cuando cargó los emails vi que era un correo del viernes del instituto en el que solicité plaza para el curso que viene. Decía de una manera demasiado correcta que, básicamente, había sido aceptada.

Me dio una alegría inmensa. Estaba agotada del instituto actual, no tenía muchos amigos, es más, solo tenía a Lola. Para los demás yo era la niña que solo valía para pedir los deberes. Ella, en cambio, era la única que, por así decirlo, se había quedado conmigo siempre. Era mi confidente en las buenas y mi paño de lágrimas en las malas. A pesar de eso, este año decidí cambiar de aires.

Recordaba con claridad las palabras y angustia de mi padre:

Cloe, ¿te hacen bullying? —pregunta directa y al grano, algo que siempre le caracterizaba.

No, papá —respondí con sinceridad.

La verdad, nunca sentí acoso por parte de nadie. Simplemente era invisible y a veces duele más la indiferencia que un bofetón. Mi padre era un tío muy cercano y cariñoso, un hombre luchador e incansable, protector de su familia y que se preocupaba por todo y por todos. Yo era su pequeña y, si me pasaba algo, él siempre tenía la solución.

¿No estás a gusto por alguna razón? —preguntó con cautela.

Simplemente no soy feliz papá, quiero cambiar de ambiente, conocer gente nueva, me siento ignorada, como que no le hago falta a nadie —respondí con absoluta tristeza.

¿Y Lola?

Ella siempre me querrá papá, las amigas son para siempre, ¿no?

Seguro que sí, cariño.

A veces hablaba con papá y sentía un gran alivio, le contaba mis cosas como si fuese mi psicólogo. Él tenía el don de darme siempre la respuesta adecuada o la que yo necesitaba, aunque últimamente discutíamos mucho. Pero sabía que, al final, mis odiosas disputas no eran más que una rebeldía hormonal.

—No se diga más, buscaremos otro instituto —replicó con euforia levantando las manos—, quizás a tu edad ves las cosas muy cuesta arriba, tienes una montaña rusa de sentimientos, un volcán de sensaciones, pero seguro que en el camino encontrarás gente que te valore por tus virtudes, que son muchas.

Suspiré ante sus halagadoras palabras, pero prosiguió sin parar.

—Eres leal, cariñosa, prudente, respetuosa, inteligente...

Interrumpí sus incontables adjetivos poniendo los ojos en blanco y alzando la mano.

Me dices todo eso porque soy tu hija papá, ¿no crees? —sonreí con el corazón encogido.

No, cielo, te digo todo esto, porque de verdad vales mucho, pero mientras tú no lo veas nadie lo va a ver por ti. Y si cambias de instituto yo te apoyaré, y mamá también lo hará. Pero debes subir tu autoestima y quererte más. Los cambios a veces nos sirven para coger impulso y sacar nuestro mejor «yo», pero debemos ayudar a ese «yo» a que se valore, a que se defienda y a que nada ni nadie lo derrumbe. Puedes bajar la mirada pero tu frente siempre en alto hija —exhaló cual discurso y me abrazó con cariño.

Mi padre era genial, siempre me enseñaba lo mejor de la vida aunque a veces yo no lo veía tan claro.

A Lola no le había dicho nada de mi futuro cambio. Seguro que lo sentirá por mí, porque ella era muy popular y tenía infinidad de amigos. No creo que me extrañe, aunque yo, seguro. Sí y mucho.

Siguiendo los consejos de mi padre he tomado una decisión: voy a cambiar. No quiero ni de lejos seguir siendo la misma Cloe, de la que nadie recuerda su nombre, la ninguneada, ignorada, la que da igual si vive o no. Ya no seré más la niña de los deberes.

 Ya no seré más la niña de los deberes

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Aquí comienza todo...

Estais preparadxs?



Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora