33. Las casualidades existen cuando las buscas

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ERIK


Cloe, en serio, porfa, hablemos.

No es lo que parece, te lo prometo.

Tres llamadas perdidas.

Llevas todo el día dejándome en visto.

Cloe, déjame explicártelo todo, por favor.

Dos llamadas perdidas.

Por más que lo intenté no obtuve respuesta. Le llamé, le escribí y no conseguí la forma de que me escuchara o de que me permitiera demostrarle que era un malentendido. Por lo menos leía los mensajes. Albergué una pequeña esperanza para, algún día, aclararle lo sucedido.

Debía de ser cauto a la hora de explicarle qué ocurrió ese día, aunque, siendo sincero, no le debía explicaciones porque aquel día nos habíamos conocido. Pasé la noche con Lola y eso, no sé por qué, no quería decírselo. ¿Por qué me empeñaba en darle explicaciones?

Era una chica normal, pero rompía mis esquemas. Había tenido a mi mano lo que quería con solo pedirlo, y a veces sin pedirlo también, como aquella noche con Lola. Cloe, en cambio, no tenía precio, no le daba valor a lo superficial y eso me generaba deseo, ansias por conocer sus entresijos. Prometí no pillarme por nadie, pero, desgraciadamente, los juramentos solo existen para romperlos...

Cloe era sencilla, me sentía a gusto contándole mis miedos y tristezas; con su tierna sonrisa y sus expresivos ojos multicolor me alegraba los días, hablábamos de nada y a la vez de todo sin juzgarnos. Con ella sentía qué siempre había una salida.

Decidí pues, darle tiempo para que estuviera dispuesta a verme nuevamente. Habían pasado quince días sin noticias, ya no sabía qué hacer. Extrañaba sus mensajes preguntando por mis cosas, las interminables llamadas hasta la madrugada que acompañaban mi insomnio. Cloe hacía de las cosas más sencillas momentos inolvidables, como aquella noche caminando por la playa del Riazor, su atenta mirada a mi incombustible discurso para, simplemente, robarle un beso. No sabía cómo enfrentarme a ella; tenerla enfrente me ponía nervioso y nunca antes me había pasado. Esa noche decidí contarle episodios dolorosos de mi vida, me abrí en canal, lo reconozco; con ella perdía el miedo a desvelarle mis temores, me sentía seguro, como cuando mi padre me enseñó a montar en bici. Me sujetaba con fuerza el sillín y, cuando mantuve el equilibrio, me dejé llevar. Confiaba en que no me dejaría caer... 

Aquello iba a ser una confesión breve, pero su saber estar hizo que se alargara. Me sentía a gusto desahogando sentimientos, detallando los fracasos de mi padre y el desgraciado abandono de mi madre, pero su temor a la primera vez rompió la magia del momento. No me di por vencido. Acudí a su encuentro cuando huyó despavorida en busca de su móvil, excusa para escapar a mi primer acercamiento. La casualidad de la vida es que estaba justo al lado de Lucía, en aquel círculo de amigos que cantaban una borrachera. ¿De dónde demonios había salido? ¿Qué le diría? No me atreví a preguntarle.

En San Juan tuve que dejarla ir sola para impedir que la hiriera Lola, pero esta vez tuve que sacarla de allí, no podía permitir que Lucía la envenenara y le pusiera en mi contra. Había algo en mi interior que me gritaba «¡no la pierdas!» Por eso me acerqué con paso firme, ignoré a Lucía y la saqué de allí evitando sabe dios qué.

Su ingenuidad me elevó al cielo y el simple roce de sus labios me volvió loco; loco por cuidarla, loco por quererla, loco por creer que las casualidades no existen, las casualidades se buscan, y yo la busqué pinchando en aquella lupa de Instagram que me llevó a su encuentro. Y es que la vida te enseña a diario cosas maravillosas por descubrir y debemos aprovechar el momento.




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Hola amores que gusto tenerles aquí,  disfruto de vuestra compañía.

Agradezco cada comentario y voto que me regaláis.

¡¡Un besito muy grande!!

Mis días de adolescente.  Amar. I (Publicado en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora