Capítulo 1: Parte 2

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El sueño placentero, como si fuese protegido por manos divinas, le otorgó al príncipe Archibald la satisfacción de despertar con una sonrisa en su rostro; cada fibra de sus músculos percibía el descanso nunca antes obtenido, al menos desde la muerte de sus padres, cuando las pesadillas empezaron a visitarle cada noche para devolverle los segundos de horror de dicha tragedia. Finalmente, no fue así, pero no recordaba del todo cuáles escenas fueron protagonistas mientras dormía. Tal incertidumbre, por alguna razón, lo molestaba un poco; sin embargo, no iba a desaprovechar su primer día de estabilidad y paz emocional.

Archibald removió las sabanas plateadas de su enorme cama, tras soltar un suspiro, del mismo color de las cortinas cubriendo el enorme ventanal hacia un balcón. Luego, se levantó y estiró su cuerpo en medio de su habitación, tan gigantesca como para bailar o hacer ejercicio sin problema alguno. Sobre una pequeña mesa, ubicado a unos pasos cerca suyo, se encontraba el anillo de la noche anterior. De inmediato fue hacia este, con pasos lentos y serenos, y se lo colocó en el índice de su mano derecha

Como su rutina lo requería, se paró frente a un espejo mientras hacía lo suyo, pues también se encontraba tan ensimismado en su apariencia: Cabeza ovalada, nariz recta, labios semi-carnosos, eran detalles pequeños y básicos, pues tenía otras características más llamativas; su cabellera negra, por ejemplo, con rizos otorgándole una apariencia juvenil y algo enternecedora a su rostro; también estaban sus ojos grises, como la mismísima luna, cautivadores, pícaros y con un toque inocente a su mirada; cuerpo fornido, por años entrenando su magia y sus habilidades de combate; piel algo bronceada gracias a su preferencia en pasar bajo la luz del sol de los jardines; por último, la cicatriz de un rasguño en su espalda, hecha la noche donde fallecieron sus padres por el mismo ente que les arrebató la vida.

Archibald todas las mañanas se miraba de pies a cabeza, en tanto se profesaba a sí mismo palabras de aliento y ánimos para enfrentar el día a día.

«No es tu culpa, no es tu culpa», se murmuraba a sí mismo, mas, después veía el rasguño en su piel y sus músculos se tensaban. Alguien lo marcó de por vida, como para recordarle por siempre lo ocurrido en esa casita de playa. Sacudió su cabeza intentando alejar las imágenes del incendio; entonces, al alzar la mirada, se topó con una enorme sorpresa. Una muchacha levitaba a sus espaldas; de hebras con tonalidades semejantes a los cerezos, ojos zafiros brillando de emoción y viéndolo fijamente, pecas cubriendo sus pómulos y su nariz, y, la túnica blanquecina ondeando en el aire como si fuese acariciada por una suave brisa.

La chica gritó entusiasmada y se lanzó hacia Archibald para abrazarlo desde atrás. Él, en cambio, chilló del horror.

—¡Por fin te veo! ¡Estás aquí, estás aquí! ¡Eres real! ¡He esperado esto por un milenio!

—¡Auxilio, una acosadora! ¡Guardias, guardias!

—¡¿Acosadora?! —El ente lo soltó y se cruzó de brazos— ¡Estás siendo muy grosero con tu guardiana!

—¿Guar... Guardiana? —Dio unos pasos hasta apegarse al espejo.

Todos los Soul-Mages, aquellos con una gema del alma otorgadora de un tipo de magia, tienen un guardián espiritual; mismo que alguna vez fue un Mage poderoso de su época, cuando estaba vivos, por alguna hazaña en particular fue escogido por la Diosa Arcalia para guiar y hacer de tutor a las futuras generaciones.

—¡Sí, guardiana espiritual! —Hizo una pequeña reverencia, estirando los bordes de su túnica a los lados— Lúa Cheia a tu servicio, hijo de la luna.

Esas últimas palabras lo dejaron sin aliento, pues, recordó cuando agarró el anillo. Él escuchó un susurro en su cabeza durante el trance; ahora, una extraña chica lo llamó de la misma forma. Como si fuera poco, algo le decía haber soñado con algo similar.

Descendientes EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora